Para encontrar sentido en medio de esta lucha por la justicia y en medio de la práctica liberadora que muchos cristianos, impulsados por la fe y por el amor, emprenden sin otro tipo de bagaje que les oriente en esta lucha, hay que unirse a Jesús, crucificado aún con tantos crucificados de la historia y, así, desde el aparente fracaso que para Jesús fue su crucifixión y muerte, tomar fuerzas desde la debilidad de un Dios crucificado y muriendo, pero que, en el fondo, esa debilidad se transformó en el poder de la resurrección. También nuestra lucha -en debilidad, pero en el nombre de Jesús- por la justicia, podrá algún día transformarse en una resurrección de lo justo y de la liberación de todos los oprimidos del mundo. Al menos, así hemos de caminar en fe.
Aunque en nuestra lucha sólo podamos ver leves signos de liberación, leves signos de ganar pequeñas parcelas a la justicia en un mundo controlado por estructuras satánicas que atenazan a tantos seres en las redes de la pobreza tan escandalosa y vergonzante para la humanidad, cada pequeña parcela ganada, cada persona a la que le devolvemos algo de su dignidad robada, cada grito por justicia que es escuchado y libera a alguien de esas estructuras demoníacas, es hacer que el Reino de Dios avance en su “ya” establecido. Contamos con las palabras de Jesús:
“El Reino de Dios ya está entre vosotros”.
Quizás hoy las fuerzas del antirreino presentes en el mundo son mayores, pero los cristianos tenemos la obligación de movernos dentro de los márgenes del
“ya” del Reino y, desde ahí, trabajar por la justicia y por líneas de amor liberadoras de los pobres y sufrientes del mundo. Esta lucha tiene un gran sentido para el cristiano y para hacer que el
“ya” del Reino se haga presente en medio de un mundo de dolor. En medio de la no vida de los pobres y excluidos también podemos captar la presencia del Dios crucificado, del Jesús que tuvo que clamar:
“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.
Dios Padre mantuvo silencio durante la muerte de su hijo en la cruz. Se mostró como un Dios que calla ante la injusticia del mundo para con su propio hijo, un Dios silencioso o
“silente” ante las atrocidades del hombre para con el hombre, pero está claro que Dios se hace también presente a través de su silencio, dejando que el trigo y la cizaña crezcan juntos, pero un Dios al que, a través de la fe, podemos captar como presente en medio de su aparente ausencia. Nosotros podemos gritar: ¿Por qué, Dios, por qué? ¿Por qué permites tanta opresión y tales niveles de pobreza? ¿Por qué nos has abandonado? Y cuando estamos esperando respuesta, la única que se nos muestra es la de un Dios crucificado, abandonado por el Padre, en debilidad. Debilidad que debe ser transformada un día en poder, debilidad creadora y transformadora ante la fuerza del odio de los verdugos de la historia, de las fuerzas del antirreino.
¿Por qué el “todavía no”, Señor?... y, cuando interrogamos conscientes del sufrimiento humano, se nos vuelve a mostrar la imagen del crucificado “silente” ante el grito de los pobres del mundo. Estamos en el “todavía no” del Reino, pero con las posibilidades de seguir trabajando en el “ya” establecido. Nuestra impotencia dejada a los pies de la cruz o crucificada con el Señor, puede dar signos de poder liberador y regenerador de justicia en el mundo. La lucha no es en vano. No es algo que no merezca la pena… aunque nos parezca que escuchamos el silencio de Dios ante el grito de los pobres y marginados del mundo.
La fuerte densidad de ese silencio acaba convirtiéndose en presencia para los que creen, presencia animadora para los que trabajan por la justicia en el mundo y por la acción liberadora. Para los que cumplen con la misión profética de la denuncia de las estructuras de poder y la denuncia contra los acumuladores y despojadores del mundo, contra los ladrones de vidas y haciendas, vidas y haciendas que necesitan para terminar de llenar sus almacenes y sus graneros.
“¡Necio!... esta noche vienen a pedir tu alma, y todo lo que has almacenado, ¿de quién será?”
Pareciera que en los temas de la pobreza en el mundo, Dios necesita también de la voz y de la acción de sus hijos. Dios no permite la pobreza. Algunos, neciamente, ante el sufrimiento del mundo y el silencio de Dios, piensan en un Dios culpable o que, simplemente permite la pobreza. No es así.
Dios sufre la pobreza y llora con los gimientes del mundo en espera de liberación. Dios no usa su poder aún en este trecho del “todavía no” del Reino. Dios ni ha instituido la pobreza, ni la autoriza… la sufre. La sufre mientras espera que su pueblo actúe en amor y solidaridad cristiana para ganar parcelas a la dura realidad y acercar el Reino que “ya” está nosotros. Dios interviene animando a sus hijos para que actúen siguiendo las líneas de sus enseñanzas que tenemos en la Biblia. Quizás lo que falte sea la respuesta del hombre, de sus seguidores, de los que dicen ser sus discípulos que, muchas veces, callan sin que su silencio se convierta en presencia sino en cómplice de los verdugos.
Señor, anímanos para que convirtamos tu silencio en presencia motivadora, para que nos sintamos unidos a ti en el amor y acción en busca de la justicia, para que, poco a poco y como “contra esperanza”, podamos seguir trabajando para acercar el “ya” de tu Reino allí donde se da al gran escándalo de la humanidad, la realidad vergonzante de la pobreza y la miseria, allí donde aún suena tu grito en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
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