Desde las 9 de la noche del jueves hasta las 3 de la tarde del viernes, Jesús sufrió un terrible tormento pensado para causar una intensa y larga agonía. A la que se añade la dimensión espiritual.
La crucifixión (del latín fijar a una cruz -Crux, crucis=Cruz, y fixere = fijar) fue inventada por los persas entre 300-400 adC. Es posiblemente una de las muertes más dolorosas inventadas por el hombre, reconocida como forma de sufrimiento lento y extremadamente doloroso, materia en la cual los romanos eran expertos. No sólo era una muerte terrible, era inhumano y vergonzoso, un aviso para quien osara pensar en enfrentarse al poder romano.
Este castigo estaba reservado para los esclavos, los extranjeros, los revolucionarios, y para los más viles criminales. Cicerón lo definía como "el castigo más cruel y abominable".
Durante 18 horas -desde las 9 de la noche del jueves hasta las 3 de la tarde del viernes, la hora en que murió-, Jesús sufrió todo un proceso pensado para causar una intensa y lenta agonía que terminaba finalmente con la muerte en la cruz. Aunque en el caso de Jesús, como ahora explicaremos, por diversas circunstancias su sufrimiento físico fue elevado a su máxima potencia.
La pasión física de Jesús comienza en Getsemaní. Todos hemos leído que Jesús sudó sangre. Aunque es muy raro, el fenómeno del sudor de sangre es bien conocido por la ciencia médica. Es interesante que el médico del grupo, Lucas, sea el único que menciona este fenómeno.
El sudar sangre (hemohidrosis) se produce en condiciones excepcionales de enorme estrés, por pequeñas hemorragias en las glándulas sudoríparas de la piel que hace que la sangre se mezcle con el sudor.
¿Por qué tanto estrés? Jesús estaba sufriendo inmensamente: sabía que iba a ser traicionado por uno de los suyos; abandonado por sus discípulos; sometido a dolores inimaginables; e incluso vivir un posible fracaso absoluto de su vida y -por primera vez- sentirse abandonado por Dios Padre. Su propia identidad y misión en la vida iban a estar cuestionadas y en el aire. Era la “tormenta perfecta” para aplastar y destruir a una persona.
Después del arresto en el Monte de los Olivos, durante la madrugada, llevaron a Jesús ante el Sanedrín y Caifás, el sumo sacerdote. Es aquí donde le causaron los primeros traumatismos.
Un soldado golpeó a Jesús en la cara, porque permaneció callado mientras Caifás lo interrogaba. Después, los guardianes del palacio le pusieron una venda en los ojos y burlándose de El, le preguntaban quién de ellos lo había golpeado, mientras le escupían y lo abofeteaban (abofetear se puede traducir como dar puñetazos). Para entonces la cara de Jesús ya debería empezar a estar deformada debido a la inflamación y los hematomas por los golpes.
Por la mañana, Jesús, lleno de golpes y moratones, deshidratado y exhausto por una noche sin dormir y sin alimento ni líquido alguno, fue llevado desde Jerusalén hasta el pretorio de la fortaleza Antonia, sede del procurador de Judea, Poncio Pilato. Pilato intentó traspasar su responsabilidad enviando a Jesús a Herodes Antipas, el tetrarca de Judea. Aparentemente, Jesús no fue maltratado en las manos de Herodes, sino solamente devuelto a Pilato.
Fue entonces, en respuesta a los gritos de la muchedumbre, que Pilato ordenó (aún creyendo que Jesús era inocente) la libertad de Barrabás, condenando a Jesús a ser azotado o flagelado.
No era nada habitual la flagelación como preámbulo a la crucifixión. Es prácticamente seguro que Pilato (como relatan los Evangelios) originalmente lo ordenócomo castigo único. Su condena a muerte por crucifixión fue solamente en respuesta a la exigencia posterior de la insatisfecha muchedumbre.
Para la flagelación al preso se le despojaba de su ropa, y le ataban las manos sobre la cabeza. El látigo ("flagrum" o "flagelum") consiste en varias pesadas correas de cuero, con dos bolas pequeñas de plomo piedras o huesos, en las puntas de cada una.
Al principio, las correas y las bolas maceraban y cortaban la piel, para luego arrancan la grasa, músculos e incluso tendones. Llegaban a veces si el castigo se prolongaba a dejar a la vista las costillas. Cuando el centurión a cargo determinaba que el preso estaba en riesgo de morir, se detenía la flagelación. En muchos casos el flagelado perdía el conocimiento.
No se sabe cuántos latigazos recibió Jesús, pues según la ley judía solo se daban 39 golpes, mientras que los romanos solían dar más.
Dicen los Evangelios que pusieron luego una capa sobre los hombros, un palo como cetro, y una corona de espinos para hacer completa su burla.
Debieron escoger unas ramas flexibles cubiertas con espinas largas (un tipo de acacia, normalmente usada como leña), trenzado en forma de corona, que le clavaron en el cuero cabelludo, llegando cerca dal hueso. Esto no sólo provoca dolor y sangrado. Este tipo de espina de acacia produce además una sustancia que origina una inflamación muy dolorosa. Un dolor acrecentado con los golpes que refieren los Evangelios que le propinan. Todo ello unido al estrés, el intenso dolor, el ayuno y la falta de sueño, y el sangrado de la flagelación que para entonces ya era abundante, debían tener a Jesús en una situación cercana al shock hipovolémico. Una situacióin que lleva a estar exhausto, y con una hipotensión que genera la sensación de mareo y de ir a perder la consciencia.
Los romanos aprendieron la práctica de la crucifixión de los cartaginenses y (como casi todo lo que hacían) rápidamente desarrollaron un alto nivel de eficiencia y habilidad en llevarla a cabo. Varios autores en la literatura clásica mencionan la crucifixión. Los romanos incluyeron algunas modificaciones.
La forma más usada en época de Jesús es la llamada cruz tau (que tiene forma de la letra griega tau o T mayúscula nuestra). Hay muchas evidencias arqueológicas de la época que apuntan a que ésta era muy probablemente la cruz en que murió Jesús.
Los soldados romanos le pusieron su ropa de nuevo. Cogieron el brazo corto de la cruz (patíbulum) y se lo colocaron atado sobre los hombros desgarrados.
Los pintores del Medievo y el Renacimiento nos han mostrado la imagen de Cristo llevando la cruz completa al hombro. También los directores de cine (incluido Mel Gibson) nos han mostrado la misma imagen. Algo que no encaja con la Historia, y que es incompatible con las fuerzas físicas de Jesús en ese momento. El peso total de la cruz romana estaba en torno a los 140 Kg.; y el del patibulum entre 35 y 60 kgr.
A pesar de sus esfuerzos por caminar, incluso la carga del patibulum es excesiva. Jesús se tambalea y cae. Trata de levantarse pero no puede. Hasta el insensible centurión, habituado a estas situaciones, entiende que debe buscar ayuda entre los espectadores: Simón de Cirene.
El último tramo Jesús lo recorre cuesta arriba, lo que aumenta el sufrimiento. El viaje de la fortaleza Antonia al Gólgota está cumplido por fin. Al preso se le despoja de nuevo de sus ropas, con la excepción de un calzón corto, que se les permite a los judíos.
La crucifixión comienza. Llegado el reo al lugar del suplicio era clavado en el travesaño horizontal (patibulum) que había llevado sobre sus hombros.
El legionario buscaba con el tacto el hueco de la muñeca, y la atravesaba con un clavo pesado de hierro. Rápidamente repetía la operación en el otro lado. No lo clava en las manos (ya que éstas no aguantarían el enorme peso del cuerpo), como equivocadamente representan las imágenes y películas de la crucifixión.
El traumatismo del clavo es doble. Por un lado crea lesiones directas debidas al desgarro que produce el clavo en sí, y por otro, indirectas, motivadas por el peso del cuerpo suspendido de las muñecas. Los huesos de la muñeca están fuertemente unidos por ligamentos, que aguantan ese peso, aunque a la vez generan un enorme dolor al luxarse (descoyuntarse), estirando los sensibles nervios que recorren el antebrazo y la mano. Es como una sierra que al pasar desgarra vasos, ligamentos, tendones, nervios, provocando intensísimos dolores, que se acentúan más y más al cargar continuamente el peso del cuerpo suspendido en la cruz.
Después, por un sistema de poleas o por medio de una cuerda, se izaba al condenado al poste vertical, que estaba ya fijado en pie en el lugar donde se iba a proceder a la crucifixión. Más “fácil” resultaba el trabajo del legionario con los pies. Posiblemente un solo clavo atrapó ambos pies. Una vez fijado a la cruz, los pies del crucificado quedaban a la altura de la cabeza de un hombre en pie.
En la misma cruz se colocaba el titulus ó tablilla, escrito con el delito del reo, título que durante el recorrido desde el Tribunal llevaba un soldado (o pregonero), o el mismo reo colgado al cuello.
En esta postura Jesús se tiene que impulsar hacia arriba para evitar la asfixia que provoca la postura, y para lograrlo tiene inevitablemente que cargar su peso completo en los clavos de sus manos y pies. No puede evitarlo porque el reflejo de respirar ante la asfixia es involuntario e irrefrenable, como todos henos experimentado en algún momento. Esto produce una horrible agonía de dolor: los nervios y huesos de las muñecas, brazos y pies. También de la espalda, cuyas heridas desgarradas y abiertas rozan una y otra vez con la madera de la cruz.
Esta situación terrible podía prolongarse muchas horas e incluso días. Para eso estaba pensado este tormento.
En este punto, otro fenómeno sucede: mientras los brazos se fatigan, las articulaciones de hombros y brazos se luxan (se salen de sus articulaciones) y grandes olas de calambres pulsan sobre los músculos maltratados y estirados en un dolor persistente, potenciados por la pérdida de líquidos y la deshidratación. Con estos calambres va haciéndose cada vez mayor y más dolorosa la dificultad de empujarse hacia arriba para respirar.
El dolor que se produce es tan insoportable que los insensibles soldados romanos -antes de iniciar la crucifixión- ofrecen a Jesús vino mezclado con mirra, una mezcla analgésica y narcótica que Él rehusa tomar.
Es indudable que fue durante este tiempo cuando Jesús dijo las siete frases cortas que han quedado registradas en los cuatro Evangelios: La primera, mirando hacia abajo a los soldados romanos echando suerte por su capa sin costura: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
La segunda, al ladrón arrepentido: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". La tercera, mirando al joven Juan, angustiado y dolido, su apóstol amado: "He ahí a tu madre" y mirando a María, su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". El cuarto grito proviene del comienzo del Salmo 22: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Este salmo es uno de los textos mesiánicos y proféticos del Antiguo Testamento.
Horas de dolor sin límite, ciclos de calambres que le retuercen las coyunturas y asfixia permanente, mientras el tejido de su espalda se desgarra una y otra vez contra la cruz áspera.
Recordemos cómo relata estos momentos de forma profética el Salmo 22 (versículo 14): "Soy como agua que se derrama, mis huesos estás dislocados. Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mi". Ahora casi todo está terminado.
Jesús da su quinto grito: "Tengo sed." En el Salmo 22:15, leemos: "tengo la boca seca como una teja; tengo la lengua pegada al paladar. "¡Me has hundido hasta el polvo de la muerte!".
El cuerpo de Jesús ahora se extingue y puede sentir el escalofrío de la muerte correr por sus entrañas. Ante esta situación, sale su sexta palabra, posiblemente, no más que un murmullo agonizante en Juan 19:30: "Todo está cumplido".
Su misión se ha completado. Con el último aliento de fuerza, de nuevo presiona sus pies desgarrados contra el clavo, enderezando sus piernas. Jesús toma una respiración más profunda y emite su séptimo y último grito: "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu".
Lo que sigue ya es conocido. Para que el día de reposo no fuera profanado, los judíos pidieron que los hombres condenados se bajaran de las cruces antes del anochecer del viernes.
La manera común de terminar una crucifixión era la "crucifractura": el rompimiento de los huesos de las piernas. Eso impedía que la víctima se empujase hacia arriba para poder seguir respirando, y producía la asfixia en cuestión de pocos minutos.
Las piernas de los dos ladrones fueron rotas; pero cuando llegaron a Jesús, vieron que no era necesario hacerlo. Es seguro que toda la tortura que hemos ido describiendo, y el agotamiento espiritual añadido aceleró su fallecimiento.
Aunque para asegurar y certificar su muerte el legionario clavó su lanza en su costado, más o menos en el quinto espacio intercostal y llegó hasta el pericardio, la envoltura externa del corazón.
La lanzada era el golpe de gracia que servía para acelerar o atestiguar la muerte de un crucificado. En nuestro caso, el centurión no intentó acelerar la muerte de Jesús, sino atestiguarla. El flujo de una gran cantidad de sangre provendría del corazón como se describe en Juan 19:34: "Y al momento salió sangre y agua." El agua probablemente representa un derrame pleural debido a que el corazón de Jesús fracasó antes de su muerte (insuficiencia cardiaca) acumulándose líquido en la pleura.
Si impresiona la tortura y muerte terribles de Jesús, lo más impresionante es que en cualquier momento pudo evitarla. Él mismo se lo dijo a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36)
Precisamente la respuesta posterior de ambos deja de forma transparente la realidad que Jesús vivía: “Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18:37)
Y otra cuestión inexplicable salvo por la fe, son las profecías hechas siglos antes y llamadas mesiánicas, que se cumplen con tremenda exactitud en la pasión y crucifixión de Jesús:
Isaías 53:12 “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”.
Mateo 27:38 “Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda.”
Salmo 22:16 “Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies”.
Juan 20:27 “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”
Salmo 22:6-8 “Mas yo soy gusano, y no hombre; Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó al Señor; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía.”
Mateo 27:39-40 “Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, 40. y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz.”
Salmo 69:21 “Me pusieron además hiel por comida, Y en mi sed me dieron a beber vinagre”.
Juan 19:29 “Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca”.
Zacarías 12:10 “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.”
Juan 19:34 “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua”.
Salmo 22:18 “Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes”.
Marcos 15:24 “Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada uno”.
Salmo 34:20 “El guarda todos sus huesos; Ni uno de ellos será quebrantado”.
Juan 19:33 “Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas”.
Isaías 53:9 “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.”
Mateo 27:57-60 “Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue”.
Salmo 16:10 “Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción”.
Mateo 28:9 “He aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron”.
¿Qué decir ante todo esto? La razón no alcanza donde llega la fe, es un paso que sólo se puede dar desde lo interior del alma: el corazón tiene razones que la razón desconoce. Les dejo con dos últimos textos.
(*) Fotos tomadas de la película “La Pasión”, de Mel Gibson. El artículo utiliza datos del material publicado sobre la pasión de Jesús por el Dr. Alfonso Miranda.
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