Bill Fay es uno de los secretos mejor guardados de la música británica. Lo que no es ningún secreto desde el principio, es que era cristiano.
El pasado sábado 22 de febrero partía de Londres hacía “las costas de la eternidad”, Bill Fay (1943-2025), el músico cristiano que se convirtió en “artista de culto” cuarenta años después de dejar la música. Tenía 81 años y padecía la enfermedad de Parkinson desde hace algunos años. Ahora elogiado por todos, hacen versiones de canciones suyas, grupos como Wilco, War On Drugs, Pavement o Marc Almond.
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Hay pocos discos como “Life Is People” (La vida son personas), –el álbum que le recuperó en 2012– que no puedo escuchar sin emocionarme. Lo compré en Londres por recomendación del webmaster de la página que recopila muchos de mis artículos y sermones, Entrelíneas, cuando su nombre volvía a llenar las portadas de las revistas musicales inglesas. Desde su primera escucha, me hizo deshacer en lágrimas. Es de una belleza sobrecogedora.
Bill Fay es uno de los secretos mejor guardados de la música británica. Lo que no es ningún secreto desde el principio, es que era cristiano. Es cierto que su música no lleva la etiqueta de “cristiana” –entre otras cosas, porque sólo las personas pueden tomar su cruz cada día y seguir a Cristo–. La sombra de la cruz se extiende, sin embargo, desde la primera canción de este álbum.
Hay un monte cerca de Jerusalén
donde crecen flores silvestres
Las flores no hablan, pero entre ellas hablan
de una crucifixión.
Sólo porque dijo que era
el Hijo de Dios.
Cada riña de bar, cada pelea a puñetazos,
cada bala de pistola,
está escrita en las palmas del Santo.
(There Is A Valley)
[photo_footer]Este hombre de pelo enmarañado que se encorva sobre el piano en la portada del álbum, hizo trece piezas llenas de esperanza y consuelo, en este terrible mundo.[/photo_footer]
La música de Fay es tan cautivadora, que te hace preguntar cómo alguien de semejante talento ha podido guardar en un cajón tales obras maestras. Es cierto que ha grabado algunas cosas durante este tiempo, pero no ha hecho nada comercialmente con ellas, desde que publicó su segundo disco en 1971, “Time Of The Last Persecution” (El tiempo de la última persecución), inspirado ya por la profecía bíblica.
Fay era un hombre realmente humilde. Carecía de ambición y evitaba ser el centro de atención. Pocas veces se le vio encima de un escenario, una de las últimas con Jeff Tweedy en el Shepherd´s Bush Empire de Londres con la oración cantada de su primer álbum en 1970, que suele interpretar Wilco en sus conciertos, “Be Not So Fearful” (No tengas tanto miedo). Fay le devolvió el favor, recreando la canción de Wilco, “Jesús, etc”, con escalofriante desnudez. Tweedy ha dicho de él: “No se me ocurre ninguna persona, cuyos discos hayan significado tanto en mi vida”.
Wilco quiso hacer un disco con él. “Pensaba que seríamos sensibles a su necesidad, como grupo –dice Tweedy–, pero Bill realmente no quería viajar”. Por eso fue él quien fue a su encuentro, para cantar juntos “This World” (Este mundo). En otras tres canciones, suenan las voces del Coro Gospel de la Comunidad de Londres. Las colaboraciones, suponemos que fueron tan desinteresadas como los beneficios que pensaba sacar del disco, que donó a Médicos Sin Fronteras.
Alguien ha dicho que Bill Fay es “el J. D. Salinger de la música del Reino Unido” –comparándole con el autor norteamericano de “El guardián entre el centeno” (1951), que vivió apartado de la escena pública, hasta su muerte, el año 2010–. La última entrevista que dio Fay, fue al diario The Guardian, el año pasado. Siempre fue muy reticente a hablar de sí mismo. Apenas hay fotos suyas. En ella decía: “No dejé el negocio de la música, fue el negocio de la música, el que me dejó a mí”. Pasó cuarenta años trabajando desde jardinero a recogedor de fruta, escribiendo canciones sólo para él.
El interminable suceder
de lo que será y lo que ha sido,
sólo ser parte de ello,
ya es algo asombroso para mí...
Almas llegando constantemente
a las costas de la eternidad
Para algunos es como andar en la cuerda floja,
vendados y tambaleándose,
a ambos lados, miedo y dolor,
anhelando el día,
cuando Dios quite esta piedra.
(The Never Ending Happening)
Creció durante la posguerra en el norte de Londres y aprendió a tocar el piano de adolescente con su cuñada. Desde 1962 hasta 1965 estudió electrónica en la Universidad de Bangor, Gales. Trabajaba en el verano cuidando parques o descargando camiones en una cervecería de Whitbread, hasta que un profesor le consiguió un empleo en el radar de Malvern (Worcestershire). Como no le gustaba, se dedicaba a andar por el campo o mirar cerdos en una granja. Compró entonces un armonio e hizo su primera canción.
Unas cintas con algunos de sus temas llegaron a Peter Eden, el manager de Donovan, que produjo su primer disco sencillo en 1967. La cara A era una meditación sobre la necesidad de una vida más sencilla, “A Good Advice” (Un buen consejo), mientras que la cara B era una evocación “dylaniana” de la experiencia de alguien que vivía al margen del Londres de moda (Gritos en los oídos). Tres años después sacó su primer álbum con el mismo sello, Deram –subsidiario de la británica Decca, distinta a la americana, que era propiedad de la MCA–. El disco lleva su mismo nombre.
[photo_footer]Fay no volvió a grabar un disco en 40 años, desde su segundo album en 1971, El tiempo de la última persecución, inspirado por la profecía bíblica.[/photo_footer]
Las canciones tipo folk de Fay aparecieron en el disco acompañadas de grandes arreglos orquestales, estilo Scott Walker o David Ackles, interpretadas por un buen número de músicos ingleses de jazz como el guitarrista Ray Rusell, bajo la dirección de Mike Gibb. Su segundo disco en 1972 le presenta como un verdadero “Jesus Freak”, un “hippie” cristiano con la urgencia escatológica de la inminencia de la Gran Tribulación (Time Of The Last Persecution). No es extraño que no tuviera ningún éxito.
Volvió a trabajar en parques de jardinero. Un tiempo hizo una sustitución en una escuela secundaria, escribió un guion en una caravana en Shoeburyness, estuvo de empleado en una piscina o en la sección de pescadería de los grandes almacenes Selfridges. Luego sólo hizo canciones para él, mientras trabajaba en cualquier cosa.
Soy el barrendero de la calle, en la ciudad de los sueños
Barro los vasos de papel,
entre las limusinas.
Miles de ventanas,
estoy asustado de lo que veo.
Gente conectada a sus teléfonos,
enchufada a los televisores.
Miro al cielo arriba,
Más alto que estos nombres de neón.
Estoy esperando la ciudad de Dios,
Cuando lo que es, será lo que fue.
Esperando la ciudad de Dios.
(City Of Dreams)
Aparte del tema de Wilco, el resto de las canciones de su disco de reaparición en el sello Dead Oceans, “La vida son personas” (Life Is People) en 2012, sigue la línea de sus letras de principios de los años 70. “Tratan sencillamente de la profecía bíblica –dice Fay–. No de un modo extremista o fanático, sino hablan fundamentalmente de que este mundo –en las manos de diferentes líderes, que compiten uno con otro, económicamente– no puede continuar. Es sobre la fe en un cambio, en el que hay consuelo. No sé cómo puedes tratar con el mundo, si no tienes eso. Es el mundo de Dios. Sin embargo, andamos en él, como si fuera nuestro”.
Este hombre de pelo enmarañado que se encorva sobre el piano en la portada del álbum hizo trece piezas llenas de esperanza y consuelo, en este terrible mundo. Nos muestran una fe hecha jirones, pero llena de sincero agradecimiento hacia su Redentor, como en la canción “Thank You Lord”.
Gracias, Señor, por el cielo encima de mí
Gracias, Señor, por la tierra debajo de mí
Gracias, Señor, por el amor que me has mostrado
Tu Hijo en la cruz, está siempre delante de mí.
Gracias, Señor, por el perdón y la misericordia
Gracias, Señor, gracias, Señor
[photo_footer]Las últimas canciones nos muestran una fe hecha jirones, pero llena de sincero agradecimiento hacia su Redentor.[/photo_footer]
Sus últimas canciones están llenas de la conciencia de su mortalidad. Al llegar a cierta edad, uno tiene que despedirse de muchas cosas y personas, que nos han acompañado durante tantos años de nuestra vida. Es hora de decir adiós.
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Cuando los cristianos se despiden, sin embargo, de un hermano en la fe –como hace Fay en la última canción de este disco, “The Coast No Man Can Tell” (La Costa de la que nadie puede hablar) –, no dicen adiós, sino hasta la vista. Bill Fay vislumbra entonces la eternidad.
Es hora de marchar y decir adiós
Por lo menos, de momento.
Has luchado la batalla, la mayor parte de tu vida
Y todavía estás luchando.
Pronto te marcharás a la costa
Pero es una costa desconocida
Es el final de la vida en esta tierra
Hasta el día en que andemos por los campos
Cuando todas las promesas de Dios sean cumplidas.
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