Si termino creyendo que es mi compasión, mi insistencia, mi puesta en escena, mis maneras, lo que hace que se compadezca y cumpla con sus deberes, no he entendido nada de su mensaje.
No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa.
Isaías 41:10
Si creo que a mi Padre Dios tengo que rogarle a voces para que me ayude a cubrir alguna necesidad.
Si me convenzo de que son mis oraciones a todas las horas del día y de la noche, que es el reloj el aparato que me da el poder para recordarle a mi Padre Dios que no se olvide de cumplir sus promesas conmigo.
Si desconfío de su buen hacer, me vuelvo paranoica, me emborrono la conciencia pensando que lo que le hablo no se lo digo de manera correcta, que por eso no me comprende o no me quiere (cuál es la manera correcta de dirigirse a un padre, me pregunto, si no es la de una hija pequeña que apenas atina en sus vocablos).
Si la falta de respuesta de mi Padre Dios me hace pensar que es soberbio y con su dejadez disfruta haciéndome daño o permitiéndolo.
Si al dirigirme a su persona divina tengo que usar expresiones elocuentes, conmovedoras, que incluyan lágrimas, gemidos, desesperación, temblores, un lenguaje diferente al que me expreso con mi padre terrenal, porque si no, no me entiende.
Si creo que mi Padre Dios, ciego, sordo y mudo, me necesita de lazarillo para hacerle ver, oír y explicarle cómo está el mundo, cómo estoy yo.
Si tomo la palabra cuando mi Dios Padre calla para dirigirme a sus otras criaturas en su nombre, dándoles mensajes que no he recibido y paliar así su ausencia.
Si termino convenciéndome de que mi Padre Dios es quien manda calamidades, mata con su espada justiciera y disfruta con ello.
Si me erijo por jueza, porque las sentencias de mi Padre Dios no me satisfacen o tardan mucho en llegar.
Si me construyo un ambiente celestial ficticio que recubre con nubes y angelitos el púlpito desde el que me dirijo a la congregación, anulo la realidad del mundo que me rodea y procuro que los que no participan de esta falsedad se sientan mal y amenazados.
Si todo esto, y más, me persuade de que soy más justa que mi Padre Dios, Creador del universo.
Si soy yo, su hija, quien se ve obligada a cuidar de mi Padre Dios Todopoderoso porque pienso que le faltan facultades.
Si soy yo la que lleva el timón del barco para llevarlo a buen puerto porque estoy segura de que mi Padre Dios no sabe conducirlo.
Si en mi día a día le doy más espacio al miedo que me infunde Satanás que al amor de Papá Dios.
¿Me explico? Si no tengo fe en creer que mi Padre Dios obra en lo invisible, teje sin mano y sin aguja.
¿Se entiende la manera tan pobremente orgullosa y absurda de cómo nos han enseñado a orar para que la fe funcione, como si nuestro Padre Dios fuese una máquina expendedora?
Porque si, a remate de cuentas, termino creyendo que es mi compasión, mi insistencia, mi puesta en escena, mis maneras, lo que hace que se compadezca y cumpla con sus deberes, no he entendido nada de su mensaje, estoy perdida y no necesito un Padre. Mejor huérfana.
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