Puede haber una solución para seguir compartiendo la fe a pesar del rechazo que en tantos y tantos ambientes sufre el profesional de la religión.
Al estar viviendo en una ciudad secular como diría el teólogo Harvey Cox, aunque desde entonces ha habido muchos cambios que ahora no podemos reseñar, los profesionales de la religión, ya sean pastores evangélicos, sacerdotes católicos y hasta el mismísimo papa, no lo tienen fácil. Comunicar la fe a un mundo en su mayoría incrédulo no es tarea fácil.
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Así, en muchos casos, la ciudad secular da la espalda a las vestimentas religiosas, así como a sus cargos y representaciones eclesiales. No es de extrañar que hoy, en muchos ambientes de la ciudad secular e incluso en otras áreas fuera de las ciudades, debido a que las redes sociales y medios de comunicación unifican los ambientes rurales y urbanitas, el dar la espalda al profesional de la religión pueda ser un hecho que cada vez se acentúa más y más. No hay más que observar la sociedad en la que vivimos hoy y sus valores culturales.
Pregunta: ¿Podría haber solución a esta problemática? Yo creo que sí podría haberla, puede haber una solución para seguir compartiendo la fe a pesar del rechazo que en tantos y tantos ambientes sufre el profesional de la religión.
La respuesta a la pregunta es sí. La solución puede consistir en la potenciación de los laicos, del laicado en la evangelización, de la formación de los laicos, de que el liderazgo de la iglesia, especialmente el de los pastores o sacerdotes, el de los profesionales de la religión en general, se centren en dar formación al laicado ya que ellos, los laicos, no tienen ese rechazo que afecta mucho más a los profesionales religiosos.
Ésta puede ser la tarea más importante para esos profesionales, esos pastores o sacerdotes que representan a la élite religiosa: Dejar mucho espacio a los laicos en la relación con los habitantes de la ciudad o, si se quiere, con los habitantes del mundo, para que muchos de los mensajes evangelizadores partan de ellos mismos, de los laicos formados y concienciados para la evangelización no solo desde los templos, sino desde la calle, los centros de trabajo y desde todos los rincones sociales en donde se mueve el prójimo en la increencia.
No cabe duda de que la sociedad en general no presta atención a los mensajes que parten directamente de estos profesionales arropados por sus vestimentas, sus inciensos y olor a cirio y sacristía. Sobre los pastores evangélicos puede caer el mismo desencanto y dificultades de escucha. La pasividad y la indiferencia los puede envolver como con un manto que produce cierta sordera en el oyente. Eso, creo yo, no ocurre con el laico que está mucho más fresco y menos condicionado ante el hecho de tantos y tantos que dan la espalda al mensaje evangélico impartido por los profesionales de la religión.
Lo normal es que estos profesionales de la religión culpen siempre de esta indiferencia al receptor, al que no quiere escuchar, pero es que ya ha habido muchos y muchos casos de malos ejemplos, corrupciones en el campo de la sexualidad de los niños, del abuso de los bienes terrenales y de poder que causa en el receptor este rechazo, este dar la espalda al hecho religioso. A esto se añade el que, en iglesias en los que hay muchos jóvenes y personas de cuarenta a cincuenta años, el nivel cultural de éstos puede ser mucho más alto que el del propio pastor.
El laicado no tiene esas cargas, no está teñido de esos fantasmas que sí afectan a muchos de los profesionales religiosos. Por eso es quizás a ellos, a estos laicos que en la sociedad de hoy pueden tener gran formación, a los que les corresponde la evangelización del mundo, aunque los profesionales de la religión carguen con el hecho de estar dispuestos para trabajar en la formación y concienciación del laicado dándole altas responsabilidades para el compartir su fe extramuros del los templos, para que compartan la experiencia y la vivencia de la espiritualidad cristiana en un mundo en el que se da cierto rechazo ante las arengas de los profesionales religiosos.
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También ante un mundo en el que se valora la justicia social, la práctica de la solidaridad entre humanos y el respeto al diferente en tantos y tantos casos, la evangelización y el compartir la fe por parte del laicado debe tener en cuenta la necesidad de hablar de la práctica de la justicia y de la misericordia, asumir ciertos mensajes proféticos de solidaridad cristiana con los débiles, abusados y oprimidos de la historia, la preocupación por el hambre y el dolor de los hombres, sabiendo que su discurso no se puede dar nunca de espaldas al grito de los empobrecidos ni de espaldas a los marginados y excluidos de los bienes necesarios para vivir con dignidad, en olvido de los sufrientes de nuestro aquí y nuestro ahora en el que nos ha tocado vivir. En todo esto el laico, el no profesional de la religión, puede tener una gran ventaja en una sociedad laica en un mundo injusto.
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