Las repercusiones de este Congreso será patentes durante años. Ya sea un renovado énfasis en las misiones transculturales, un replanteamiento de la justicia y la evangelización o una nueva coalición para abordar la migración. Por Darren Carlson.
Billy Graham y John Stott se sorprenderían. En 1974 celebraron a regañadientes el primer Congreso de Lausana, una conferencia de misiones en Lausana (Suiza) dominada en su mayor parte por hombres occidentales. Aunque de aquella reunión surgieron muchas cosas buenas, el impacto más duradero provino de una ponencia presentada por Ralph Winter, que redefinía la estrategia misionera en torno al concepto de llegar a los pueblos inalcanzados.
Cincuenta años más tarde, en 2024, más de 5.000 hombres y mujeres de más de 200 países se han reunido en Seúl, Corea, para el IV Congreso de Lausana.
[destacate]La Iglesia coreana fue una anfitriona increíble. Puede que haya sido la conferencia más compleja administrativamente a la que he asistido.[/destacate]Cada día me dejaba en silencio y abrumado, emocionalmente agotado por las conversaciones y las experiencias. A menudo regresaba a la habitación del hotel conmocionado.
La Iglesia coreana fue una anfitriona increíble. Quizá haya sido la conferencia más compleja desde el punto de vista administrativo a la que he asistido.
Encontrar un lugar de celebración, satisfacer las necesidades de 5.000 personas, servir comidas, organizar el alojamiento y navegar por los matices culturales -como decidir quién debe estar en el escenario, quién debe ser homenajeado y dónde debe sentarse cada uno- parecía una tarea imposible.
También se recaudaron millones de dólares para ayudar a los asistentes de todo el mundo. Los dirigentes de Lausana y los cristianos coreanos que nos atendieron lo llevaron a cabo todo con excelencia y gracia. Merecen un gran elogio.
¿Cómo podría describir cantar con 5.000 personas de 200 naciones? No puedo. Fue como saborear el cielo. ¿Volveré a recitar las palabras «la comunión de los santos» de la misma manera? Probablemente no.
La Iglesia es tan diversa y hermosa que también por eso me llevó un tiempo procesar y escribir mis pensamientos sobre el Congreso; simplemente me sentía abrumado.
[destacate]Fue como saborear el cielo. ¿Volveré a recitar las palabras «la comunión de los santos» de la misma manera? Probablemente no.[/destacate]Una noche, los participantes subieron al escenario con pancartas en las que figuraban los nombres de los 50 países más perseguidos del mundo y, a medida que se leía cada nombre, alguien oraba: «Señor, ten piedad de ___» en su lengua materna.
La sala se unió en un coro de intercesión y yo me sentí abrumado por la solemnidad del momento, apenas capaz de pronunciar las palabras.
Muchos han opinado ya, y han surgido debates tras el acontecimiento. Permítanme hacerles un resumen de lo sucedido.
El lema del Congreso fue «Que la Iglesia proclame y muestre unida a Cristo».
Varias sesiones de grupos numerosos se desarrollaron en formato de tertulia, con exposiciones más largas, charlas breves sobre temas específicos y un culto dirigido por músicos coreanos y la Banda Getty (¡incluidas las hijas de los Getty!).
Cada día tuvo un tema específico, desde la iglesia perseguida hasta el empoderamiento del Espíritu a los cristianos en el lugar de trabajo.
[destacate]Cada asistente se sentó en una mesa y, tras la intervención de un ponente, el grupo debatió el contenido. Se hizo hincapié en la colaboración y espero que de las conversaciones informales surgirán muchas iniciativas nuevas.[/destacate]Cada asistente se sentó a una mesa y, tras la intervención de un ponente, el grupo debatió el contenido. El énfasis se puso en la colaboración y espero que de las conversaciones informales surgirán muchas iniciativas nuevas. En mi mesa me acompañaban el presidente de un seminario, un profesor japonés, un médico indonesio, un ministro keniano que trabaja en una zona rural de Inglaterra y una mujer mongola que se ocupa de niños en situación de riesgo.
Por las tardes se celebraron sesiones de trabajo sobre diversos temas. Desde el Cuidado de la Creación hasta la Sexualidad Humana, la diversidad de temas era evidente. Yo dirigí la mesa en una sesión sobre la movilidad de las poblacines y pasamos las tardes debatiendo cuestiones relacionadas con la misión de la Iglesia en el contexto de una migración mundial sin precedentes.
Para que se hagan una idea de las conversaciones, un día hablamos de lo que debería hacer la Iglesia coreana, ya que se prevé que la población del país se reduzca a la mitad en 2050. Para mantener su economía actual, Corea necesitará 30 millones de migrantes. ¿Cómo afectará esto a la misión de la Iglesia? ¿Cómo afectará a lo que significa ser coreano?
Reunirse con la iglesia mundial pone a prueba la admonición de Pablo en Romanos 14:14: «Estoy convencido, plenamente persuadido en el Señor Jesús... sin embargo...». La Iglesia en todo el mundo es increíblemente diversa.
Participar de forma significativa requiere que seamos flexibles y que los demás lo sean con nosotros. Debemos escuchar y, al hacerlo, quizá nos demos cuenta de que nuestras convicciones más arraigadas tienen algunos puntos ciegos.
Es fácil tener un sentimiento de unidad cuando se conoce a alguien por primera vez. A medida que avanzaba la semana, nuestra unidad dada por Cristo se puso a prueba. Siempre que se colabora en profundidad los conflictos son inevitables. No es un problema, es la realidad.
Cada parte del Congreso parecía premeditada, desde el reloj de cuenta atrás que acompañaba a los oradores fuera del escenario, hasta las luces tipo concierto durante el culto que me dificultaban ver, (qué puedo decir, soy viejo).
La inclusión de un conjunto de teatro, la selección de canciones por parte del equipo coreano (desde canciones de la Pasión de principios de la década de 2000 hasta Oceans) y la elección de los oradores, todo comunicaba prioridades intencionadas.
Cada orador aportó sus propias convicciones teológicas y, como era de esperar en una reunión que aborda temas complejos, algunos resonaron profundamente mientras que otros me hicieron estremecer.
[destacate]Participar de forma significativa requiere que seamos flexibles y que los demás lo sean con nosotros. Debemos escuchar y, al hacerlo, quizá nos demos cuenta de que nuestras convicciones más arraigadas tienen algunos puntos ciegos.[/destacate]
Sarah Breuel dirigió un tiempo de arrepentimiento guiado. Siempre me siento inseguro sobre este tipo de cosas porque a menudo parecen forzadas. Este no lo fue. Hizo un llamamiento a todos los continentes para que se comprometan en misiones globales.
Me impactó cuando advirtió a la iglesia norteamericana que no perdiera su audacia en la misión creyendo que nuestro movimiento misionero era sólo un producto del colonialismo. Ello me recordó que a los norteamericanos les encanta criticarse a sí mismos y, al hacerlo, se convierten en embajadores ineficaces de Cristo.
Durante la jornada centrada en la Iglesia perseguida, un orador compartió lo siguiente: «La última vez que estuve en Lausana, fui el único que vino del interior de Irán. Cuando regresé me detuvieron y me metieron en la cárcel durante cinco años por mi cristianismo».
Luego, con una sonrisa y una carcajada, dijo: «Espero que eso no vuelva a ocurrir después de esta conferencia». Me quedé sin palabras.
Ramez Atallah, de Egipto, asistió al primer Congreso de Lausana en 1974. Con lágrimas en los ojos, relató una poderosa historia sobre un humilde hombre africano que oraba con él todas las noches. El hombre se había presentado simplemente como «un pastor de África». Sólo más tarde descubrió que se trataba de Festo Olang, arzobispo de Kenia, un líder que desempeñó un papel fundamental en los esfuerzos de traducción de la Biblia y guió a la iglesia keniana a través de un período de notable crecimiento. Qué lección de humildad.
También nos enteramos de que, por primera vez en la historia, la dirección de cuatro agencias bíblicas clave -SIL Internacional, Sociedades Bíblicas Unidas, Alianza Mundial Wycliffe y La Palabra para el Mundo- están en manos de personas procedentes del continente africano.
Este cambio sin precedentes refleja el creciente protagonismo y liderazgo de la iglesia mundial en la traducción de la Biblia. Por ejemplo, la Iglesia FJKM de Madagascar movilizó a 300 voluntarios para traducir la Biblia de la lengua nacional malgache a varias lenguas locales. Como resultado de este esfuerzo popular, en sólo cinco años se han completado cuatro traducciones del Nuevo Testamento, y otras cuatro están en camino.
El mensaje de Ronaldo Lidório, misionero y teólogo brasileño a los pueblos no alcanzados me impactó profundamente. Os lo recomiendo.
Por ejemplo, un hermano africano amonestó apasionada y amablemente a los cesacionistas, afirmando que negaban el poder del Espíritu Santo. No escuché a ningún cesacionista ofrecer un contrapunto, ni imagino que hubiera estado bien decirlo desde el escenario.
El cuidado de la creación se planteó como una cuestión de justicia, pero las soluciones propuestas se hicieron eco de las narrativas seculares. Una ponente sugirió que la teología dispensacional contribuía a apoyar injustamente a Israel. Esto llevó a Lausana a enviar un correo electrónico de disculpa.
Rick Warren reprendió ligeramente a los complementarianistas, sugiriendo que pasaran por alto Joel 2. No me imagino a un complementarianista subiendo al escenario y reprendiendo a las mujeres que predicaron.
Y no es por meterme con Warren, pero cuando dijo que su iglesia había plantado más iglesias que ninguna otra en el mundo (más de 2.000), -la mayoría de miembros en viajes de corta duración- oí ecos de un enfoque estadounidense en la velocidad, una confusión entre evangelismo y misiones y una estadística que podría ser demasiado optimista.
Me recordó a otras organizaciones misioneras que afirman haber plantado miles de iglesias en países de mayoría musulmana, sólo para que los misioneros de esas regiones denuncien la exageración.
Un hermano pentecostal estadounidense, emocionado, pidió a todos que levantaran la mano si se consideraban creyentes «llenos del Espíritu» (es decir, pentecostales). La mitad de la sala levantó las manos.
[destacate]Me senté, escuché y traté de entender de dónde venían, esperando aprender algo en el proceso. No siempre estaba de acuerdo con su diagnóstico, pero la unidad que tenemos en Cristo trasciende nuestros desacuerdos.[/destacate]No podía imaginarme a un bautista reformado subiendo al escenario y haciendo lo mismo. Un orador se pasó de la raya mientras hablaba de la Iglesia perseguida; empezó a sonar la música y lo echaron para dar paso a una representación del equipo de teatro.
Las charlas sobre justicia reflejaron a menudo una óptica liberal: ecologismo, diferencias salariales, diferencias de género, anticolonialismo y críticas al capitalismo, todo ello con soluciones progresistas. Las implicaciones (aunque tal vez no fuera la intención) es que aquellos de nosotros que podríamos tener más soluciones de libre mercado no nos preocupamos por las cuestiones de justicia a menos que aboguemos para que el gobierno se involucre.
Tampoco se mencionó el aborto ni la presión a la que se enfrentan los cristianos al resistirse al matrimonio entre personas del mismo sexo. Daba la sensación de que se daba cabida a ciertos puntos de vista, mientras que otros quedaban sutilmente excluidos, aunque no a propósito.
Lausana sentirá la presión de ceder en cuestiones LGTBIQ+, y probablemente ya lo hace, ya que conocí a varios asistentes que afirman las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo dentro del matrimonio y que sostienen la opinión de que los cristianos pueden diferir en esta cuestión siempre que creamos en el Evangelio.
También hubo debates occidentales. Otras cuestiones que podrían afectar a la mayoría de los participantes no occidentales no estuvieron en primer plano, probablemente porque no están en la mente de los ponentes occidentales.
Siempre habrá concesiones cuando se reúne un grupo tan grande. Sinceramente, no sé cómo lo consiguieron los organizadores de la conferencia.
Pero a pesar de las tensiones teológicas y filosóficas, sé que muchos de los oradores con los que discrepé también exudan la presencia y el poder del Espíritu Santo.
Así que me senté, escuché y traté de entender de dónde venían, con la esperanza de aprender algo en el proceso. No siempre estuve de acuerdo con su diagnóstico, pero la unidad que tenemos en Cristo trasciende nuestros desacuerdos. Me habría encantado rodearles con mis brazos, orar con ellos y disfrutar de una comida juntos.
En el centro de todo desacuerdo hay una pregunta sencilla: ¿cuál es la misión de la Iglesia? Durante el congreso se hizo pública la Declaración de Seúl, que generó un gran debate.
En ella se esbozan siete temas clave para la Iglesia evangélica mundial: una teología bíblica del Evangelio, una sólida visión de las Escrituras, la doctrina de la Iglesia y una visión de la humanidad y la sexualidad bíblica, el discipulado, los conflictos mundiales y la tecnología.
Hay mucho amor que dar, pero el reto es mantener las categorías teológicas adecuadas y el énfasis en la evangelización por encima de la acción social. John Piper se refirió a ello en su discurso de Ciudad del Cabo de 2010, en el que pidió a la gente que se preocupara por el sufrimiento, pero especialmente por el sufrimiento eterno. Muchos de los asistentes al congreso pidieron ediciones que dejaran clara la prioridad de la evangelización y el discipulado.
La cuestión no es si la Iglesia debe preocuparse por el tráfico de seres humanos, el cuidado de la creación, los niños en peligro o la justicia, sino si estos temas deben dominar un evento titulado Congreso de Lausana sobre Evangelización Mundial. La evangelización y la responsabilidad social no son lo mismo.
[destacate]El problema es que cuando todo se convierte en una cuestión del Evangelio, nada está claramente centrado en el Evangelio.[/destacate]El debate no es nuevo. Desde el primer Congreso de Lausana en 1974 hasta la reunión de Ciudad del Cabo en 2010, el reto ha sido equilibrar la evangelización y la acción social. Sin embargo, la aplicación más amplia del Evangelio en los ámbitos de la justicia, la misericordia y el cuidado de la creación ha adquirido mayor relevancia.
De ahí surgen frases confusas como «encarnar el Evangelio» o «Evangelio holístico». La Declaración de Seúl lucha con esta tensión, esforzándose por dar la misma importancia a ambos elementos.
El problema es que cuando todo se convierte en una cuestión del Evangelio, nada se centra claramente en el Evangelio. Por ejemplo, los apóstoles de Hechos 6 se dedicaron a «la oración y al ministerio de la Palabra», y designaron a otros para atender las necesidades materiales de las viudas. Esta división de funciones no era una devaluación de la preocupación social sino un énfasis en mantener el enfoque. Si Lausana no defiende firmemente la prioridad de las misiones transculturales, nadie lo hará.
Tomemos como ejemplo la cuestión de la «pacificación». He escuchado a oradores hablar de que los cristianos tienen un ministerio de reconciliación y pacificación en relación con los Estados nación y que la misión de la Iglesia es crear la paz. Pero el pasaje citado, 2 Cor 5:18-21, no tiene nada que ver con hacer la paz entre naciones en guerra sino con reconciliar a las personas con Dios y entre sí mediante el poder de la cruz.
La cuestión es que el Evangelio de Dios reconcilia a las personas con Dios y no se trata de principios cristianos para conseguir que las naciones depongan las armas y se perdonen unas a otras (¡a menos, por supuesto, que todas acepten el mensaje del Evangelio!).
Michael Oh, director ejecutivo de Lausana, afirmó claramente en su discurso final la necesidad de que la iglesia cruce las barreras culturales y lingüísticas para llevar el evangelio a quienes nunca lo han oído.
Tanto si lo había planeado de antemano como si no, enfocó su charla a lo largo de la semana para terminar con una corrección, volvió a la tarea de llegar a los que nunca lo han oído.
El Congreso no se limitó a sesiones de grandes grupos o debates teológicos. También estuvo lleno de innumerables citas divinas. Personalmente, tuve varias cada día. Permítanme compartir una que me animó especialmente.
La primera mañana del Congreso, con el jet lag y la vista perdida, me dirigí al comedor del hotel para el desayuno. Con más de 5.000 participantes alojados en varios hoteles, las posibilidades de encontrarme con alguien conocido parecían escasas. Encontré un sitio libre y me presenté al hombre que ya estaba en la mesa.
Así conocí a Vladimir, de Uzbekistán. Cuando tenía 13 años, respondió a un anuncio en el periódico que buscaba un amigo por correspondencia en EE.UU. Empezó a cartearse con una niña de 11 años de Kentucky que compartía fielmente el Evangelio con él a través de cartas. Cuando Vladimir tenía 17 años, ella le envió una Biblia. Poco después, se convirtió al cristianismo.
Pero aquí viene lo sorprendente: ¿adivinen qué iglesia de Estados Unidos envió al misionero que más tarde discipuló y bautizó a Vladimir? ¡Nada menos que la iglesia en la que sirvo como pastor en Bozeman, Montana!
Después de compartir esta historia en nuestro servicio dominical, un miembro de nuestra congregación se me acercó y me dijo que él fue quien llevó a ese misionero a Cristo en la Universidad Estatal de Montana.
Piensa en todas las intrincadas piezas que Dios movió para orquestar este encuentro: Tom vino a la fe a través de un miembro de nuestra iglesia, fue discipulado allí, y fue enviado como misionero. Conoció y discipuló a Vladimir. Treinta años después, yo, ahora pastor en Redeemer, conocí a Vladimir en una conferencia en Corea. La única razón por la que me senté a su lado aquella mañana fue porque su mujer, que normalmente le habría acompañado, no se encontraba bien y se quedó en su habitación. Qué increíble recordatorio de que la soberanía de Dios actúa incluso en los detalles más pequeños de nuestras vidas.
Al reflexionar sobre el Congreso, recuerdo que el impacto de este tipo de reuniones no es totalmente visible en el momento. Las semillas sembradas en las conversaciones, las conexiones establecidas y las oraciones elevadas darán fruto mucho después de que todos hayamos regresado a nuestros respectivos ministerios en todo el mundo. Los Congresos de Lausana siempre han sido más movimientos que momentos.
En 1974, la presentación de Ralph Winter sobre los pueblos no alcanzados no generó titulares, pero poco a poco fue remodelando el pensamiento misionero de las cinco décadas siguientes.
Puede que en 2024 no se haya producido ningún «momento de invierno», pero creo que las repercusiones de este Congreso serán patentes durante años. Ya sea un renovado énfasis en las misiones transculturales, un replanteamiento de la justicia y la evangelización o una nueva coalición para abordar la migración, Dios utilizará este tiempo de maneras que aún no podemos ver.
Que podamos proclamar y mostrar a Cristo juntos, a través de todas las fronteras, en todas las lenguas y para todas las naciones.
Darren Carlson, pastor de Redeemer Church (Montana, EE.UU.) y fundador de Training Leaders International.
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