Ahora vuelve en Raíces de Ginseng a su autoritario padre, la madre entregada a Dios y, además de su hermano, descubrimos también que tiene una hermana y la relación del entorno agrícola en que creció con empresarios chinos.
Craig Thompson retoma la narración que comenzó en Blankets de su educación evangélica en la América profunda. Es un relato sincero lleno de sensibilidad, ilusión y dolor. Lo vuelve a publicar Astiberri en una lujosa edición traducida al castellano y al catalán. Si en Blankets descubrimos en 600 páginas la pasión que produce el primer amor cuando conoce a una chica en un campamento cristiano, junto al problema de la fe frente al pecado y la culpa, ahora en 450 páginas vuelve en Raíces de Ginseng a su autoritario padre, la madre entregada a Dios y, además de su hermano, descubrimos también que tiene una hermana y la relación del entorno agrícola en que creció con empresarios chinos.
Hasta hace no mucho tiempo, pocos eran los que consideraban los tebeos como algo más que una forma de entretenimiento infantil. A partir de que Will Eisner (1917-2005) hace Contrato con Dios (1978), surge el concepto de novela gráfica. Llega así a la mayoría de edad un arte como es el cómic, que parece haber encontrado finalmente su sitio al lado de la literatura. Con él se acerca a algo tan serio como la agonía de un judío ortodoxo que se enfrenta a la muerte de su hija, convencido de que Dios le ha fallado.
[photo_footer]Craig Thompson retoma la narración que comenzó en Blankets de su educación evangélica en la América profunda.[/photo_footer]
La obra de Craig Thompson (Michigan 1975) sigue ese estilo de línea clara de Eisner, Spiegelman o Clowes, pero aporta una mirada introspectiva a su propia existencia. Criado en una pequeña comunidad rural de Wisconsin, Blankets cuenta su infancia en una familia cristiana. Su libro narra una historia de amor adolescente, en el contexto de un campamento bautista –todo un ritual de paso, para aquel que se ha educado en el medio evangélico–.
“Crecí en una familia fundamentalista –ha dicho Thompson en Barcelona–, que no tiene que ver con ser católico o cristiano. De hecho, mi madre era católica y mi padre luterano, pero renunciaron a su religión, al ser cristianos nacidos de nuevo. Es una cosa muy americana que en Europa no se estila demasiado.”
Se forma así toda una subcultura: “Vivíamos aislados en medio de la nada –recuerda el autor de Blankets–. La gente de la ciudad nos llamaba “los del culto”. No leíamos más que la Biblia.” El último año de secundaria, sus padres sacan a él y a su hermana de un instituto público para seguir estudiando en casa. Allí controlan todo lo que hace, las películas y dibujos que ve por la televisión. Todo son estudios bíblicos. Y la única música que puede oír, es rock cristiano. La excepción a la regla, parecen ser los cómics, que se convierten en una verdadera pasión para él.
[photo_footer]La gente de la ciudad llamaba a la familia de Thompson "los del culto" porque no leían más que la Biblia.[/photo_footer]
El lector ajeno a esta subcultura evangélica no verá en todo esto más que un ejercicio terapéutico ante una infancia traumática. A Thompson, sin embargo, su visión no le parece “para nada cínica, ni nihilista, ni desencantada”. Su publicación hizo que no pudiera hablar con sus padres durante dos años, pero ha conectado con un público amplio que ve en Blankets una poética de la soledad e incomprensión, que todo adolescente ha sentido ante la pérdida de la inocencia y el descubrimiento de la melancolía. Es una obra que nos conmociona, nos atrapa y no nos suelta.
Inmerso en la burbuja de la educación en casa, el único contacto social que tiene Craig es un encuentro semanal con otros chicos que no van al colegio y se forman en este ambiente aislado. Pasa la mayor parte del tiempo solo, con su madre y su hermana. De tanto vagar por el bosque parece que se va a volver loco. Es entonces cuando entra en su vida Raina, la chica a la que conoce en un campamento de iglesia.
Ella viene también de una familia cristiana, pero sus padres se acaban de divorciar. Su fe está siendo puesta a prueba, no sólo por la separación de sus padres, sino porque tiene que cuidar de dos hermanos que están discapacitados psíquicamente. La perspectiva adulta de la infancia está tan bien resuelta que uno se ve a sí mismo reflejado como sólo lo había logrado antes Bill Watterson en su genial tira de Calvin y Hobbes.
Raina es una chica atractiva, inteligente y espabilada, que se propone que Craig ponga los pies en la tierra, pero al ser su primer amor, él la tiene totalmente idealizada. Le parece perfecta, le absorbe y se convierte en el centro de su vida. Ella es realista, pero a él le cuesta comprender un mundo que le resulta confuso y adverso. Los dos se han criado en un ambiente que gira en torno a un Dios que debería provocar alegría, pero sólo transmite indiferencia –en el caso de Raina– y culpa –en Craig–.
[photo_footer]Raina viene también de una familia cristiana, pero sus padres se acaban de divorciar.[/photo_footer]
Hay una escena en el último capítulo de Blankets, cuando Craig entra por primera vez en una biblioteca sin la tutela paterna, como un niño en una tienda de golosinas. Uno de los dos primeros libros que se llevó, era Narciso y Goldmundo(1930) de Hermann Hesse. Trata de dos amigos que van al seminario. Uno de ellos se convierte en un cura devoto, casi un monje, mientras el otro descubre el mundo y las mujeres. Son las dos formas que tenemos de buscar satisfacción y realización en la vida.
Los cristianos creemos en un Dios que se interesa por nosotros. Por su encarnación, descubrimos que nada humano le es ajeno. Pensamos que su amor y su cuidado abarcan todos los detalles de nuestra vida (Mateo 10:29-31). Es cierto que suceden muchas cosas que parecen no tener sentido ni propósito. Para el creyente, en cierta forma, todo lo que ocurre es providencial, pero calificamos así a ciertos sucesos porque en ocasiones su bondad nos sorprende con un bien inesperado e inmerecido. A veces no lo vemos así en un primer momento, o luego no nos lo parece tanto, pero “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
[photo_footer]Su libro narra una historia de amor adolescente, en el contexto de un campamento bautista, todo un ritual de paso, para aquel que se ha educado en el medio evangélico.[/photo_footer]
La Biblia no promete que la vida de una persona formará un patrón discernible, con un principio, punto medio y final. Cuando lo intentamos buscar, su ausencia nos produce a menudo angustia y frustración. Es como si el significado de nuestra existencia se encontrara fuera de ella. Hay fases enteras de la vida marcadas por la monotonía, mientras que otras parecen inmersas en la tragedia de la pérdida y la adversidad. Dios nos puede parecer entonces hostil e indiferente. La cuestión es que el Señor no ha acabado con nosotros. No podemos juzgar la vida de Thompson, ni la nuestra, desde nuestra experiencia presente, como si esa fuera la totalidad de nuestra vida.
Cuando Dios se muestra a Abraham, le cubre con su manto eterno y le da promesas, para él y para sus hijos, que no pudo ver cumplidas siquiera en esta vida. “La fe es, pues, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La presión que sienten algunos padres por saber qué sucederá con sus hijos, puede ser muy fuerte. Olvidamos que, si conociéramos el futuro, en vez de experimentar alivio, intensificaría nuestra angustia. Nuestra ignorancia es liberadora. Es por eso que podemos decir con Agustín, que ahora el futuro no existe.
[photo_footer]No podemos juzgar la vida de Thompson, ni la nuestra, desde nuestra experiencia presente, como si esa fuera la totalidad de nuestra vida.[/photo_footer]
Cuando contemplamos –como en Blankets– los sucesos de nuestra vida, vemos lo que es y lo que ha sido, pero no indican lo que debería ser. Ya que no sólo revelan bondad y generosidad, sino también crueldad y depravación. Hay una distinción, por lo tanto, entre la voluntad de Dios –expresada en su Palabra– acerca de cómo debiéramos vivir y lo que él hace o permite que suceda. El hecho de que podamos hacer algo, no significa que debamos hacerlo. Las circunstancias no nos revelan la voluntad divina. Por lo que no tenemos que aprovechar toda oportunidad que tengamos. Necesitamos la guía de Dios en la Biblia. Eso nos hace responsables, pero también nos libera. Lo que es, no significa que debiera ser así.
Algunos atribuyen su vida al azar o a la suerte, pero Craig continúa hablando a Dios como si estuviera con él, aunque le parezca ausente. En el fondo, no puede creer que todo sea por casualidad. Ya que el azar no es más que un nombre para denominar nuestra ignorancia. El patrón de la providencia será siempre un misterio –al menos en esta vida–, pero Dios nos sorprende una y otra vez. Él no nos deja, ni abandona. Nos cubre con su manto eterno, mayor que todas las mantas (blankets), que nos hacen sentir seguros. ¡Nos protege, incluso de nosotros mismos!
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