Además del mensaje inmutable tiene que haber gestos y servicios, respuestas a interrogantes y comprensiones de situaciones y de sufrimientos, imposibles de poder comprender fuera del diálogo con el mundo.
Creo que todos conocemos la palabra “ghetto” con origen en la lengua italiana, pero que la usamos en todo el mundo. Quizás en español también podríamos decir gueto, palabra que usamos para nombrar a un “espacio o zona en la que vive en aislamiento un pequeño grupo, una minoría que o bien se automargina o es marginada por otros de su entorno”. ¿Puede encajar esta definición para alguna de las muchas iglesias locales que se sitúan en nuestros barrios?
Si analizamos la situación de la Iglesia Evangélica en España, veremos que, en muchos casos, las iglesias trabajan mucho más de puertas adentro sin hacer permeables los muros de sus locales de culto. Observamos que se dedican muchos esfuerzos a atajar las problemáticas internas en relación con la defensa de la doctrina, nos preocupamos de la ortodoxia, de la búsqueda de nuestra propia identidad denominacional y, lógicamente, de la alabanza, predicación y culto intramuros de nuestras iglesias ante un vecindario que considera a nuestros templos como algo privado para muchos que llegan en sus coches, aparcan y, terminado su culto, desaparecen del barrio como por encanto, la mayoría de ellos hasta el próximo domingo.
Solemos hacer muchas más actividades, si no todas, de puertas adentro, aunque hay excepciones hechas fundamentalmente con las iglesias que tienen obra social. Nuestra presencia actuando con los vecinos de barrio con actividades sociales, evangelizadoras, de consejo o enseñanza no son habituales. Muchas veces están borradas de los programas de la iglesia.
Nos vamos iniciando en los lenguajes propios del ámbito de iglesia hasta que, en algunos casos, como hemos dicho, los propios vecinos piensan que es una iglesia privada, una especie de un grupo iniciático en donde cuesta trabajo entrar, con el agravante de que también tenemos la desventaja de ser iglesias no parroquias del barrio, sino lugares en donde los domingos llegan las personas que asisten al servicio del culto y desaparecen sin dejar en los vecindarios muchas huellas de las actividades de la iglesia. Sé que algunos han preguntado buscando la iglesia y les han dicho: “¡Ah! ¿Esa que siempre está cerrada?”
Lo mismo ocurre en el ámbito del diálogo con la ciudad, con los grupos culturales o sociales, con las actividades urbanas y con el mundo en general. ¿Nos cerramos al diálogo con el mundo y formamos el ghetto eclesial? Pregunto. La iglesia, así, deja ser no solo parroquia en el barrio, sino que puede dejar de ser iglesia del Reino con todos sus valores, signo de salvación y liberación universal, fermento que leuda la masa social. ¡Cuántas veces damos la espalda a los nuevos signos de los tiempos y quedamos ajenos al dolor, inquietudes y preocupaciones de los hombres de hoy!
Nos basta con la búsqueda de nuestro propio gozo, con la búsqueda de nuestras bendiciones espirituales, con el deseo de esperar las joyas en nuestras coronas. Esto puede ser el principio de nuestra vida eclesial como ghetto.
Es verdad que estas afirmaciones no se deben hacer a nivel general, pues siempre hay excepciones de iglesias comprometidas con el hombre y con su tiempo, abiertas al diálogo y que hace permeables los muros de la iglesia para lanzarse a un diálogo con el mundo extramuros de la iglesia y rompiendo el ghetto eclesial. Esas excepciones son la esperanza del diálogo de la iglesia con el mundo, el remanente fiel, gracias al cual merece la pena mantener esa esperanza y seguir luchando. Llamada a la reflexión, pues esta llamada a la reflexión ante el peligro del ghetto eclesial, está bien que nos la hagamos, ya que, en muchos casos, en lugar de estar abiertos al diálogo con la sociedad y con el mundo para ver qué tipo de interrogantes plantean y cuáles son sus miedos e inquietudes, la iglesia ofrece ya respuestas enlatadas, sin inculturizar, respuestas que considera absolutas, incambiables y siempre iguales independientemente de los contextos culturales. ¡Cuánto tenemos que aprender!
Y es verdad que el mensaje es siempre igual e inmutable, pero también el mensaje tiene que inculturarse y pasar por el prisma de la cultura del momento. Pero además del mensaje inmutable tiene que haber gestos y servicios, respuestas a interrogantes y comprensiones de situaciones y de sufrimientos, imposibles de poder comprender fuera del diálogo con el mundo.
Así, se podría hacer una llamada a la apertura de la iglesia a un diálogo crítico con la sociedad posmoderna, sin importar el hecho de que, en muchos casos, haya confrontación, pues los valores bíblicos son contracultura con los valores sociales consumistas. Pero estos valores, cuando se encierran en el gueto eclesial, pierden su fuerza y su vigor, privando a los cristianos de la gran responsabilidad que es vivir en medio del mundo, en diálogo abierto con unas prioridades, unos estilos de vida y unas formas que sean liberadoras y una mano tendida al hombre de hoy... nuestro prójimo.
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