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La madurez del cristiano

Las dificultades nos prueban y contribuyen a nuestra madurez y crecimiento espiritual. La cuestión es cómo las enfrentamos y las sobrellevamos y si saldremos airosos de ellas.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 29 DE MAYO DE 2024 10:40 h
Imagen de [link]Martin Péchy[/link] en Unsplash.

Al hablar de la madurez del cristiano hemos de saber a qué nos estamos refiriendo. Un estudio a la luz de las enseñanzas bíblicas nos pueden dar una idea clara acerca de dicho tema. Sobre todo si atendemos a la persona de Jesús, modelo por excelencia como hombre, a lo cual arribó desde su nacimiento hasta su completa madurez. (Lc.2.40,52; 3.23). Y en ese sentido, no nos quepa duda de que todos sus discípulos aprendieron de su Maestro en todo el proceso que tuvo lugar en sus vidas, hasta alcanzar la madurez que Dios se propuso realizar en ellos. Y en  nosotros no será diferente.



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Por tanto, la madurez es el resultado de un proceso continuo por medio del cual el ser humano se conoce a sí mismo, sabe de sus limitaciones, se amolda a las nuevas situaciones con cierta aceptación, mientras que no deja de creer en sus posibilidades y trabajar a favor de un mayor crecimiento en relación con su carácter y forma de ser. Pero eso sería hablar de madurez en términos humanos. Pero aquí se trata de la madurez del cristiano. Por eso cuando pensamos en términos de un hombre o una mujer de fe (el cristiano) hemos de reconocer que sin la gracia de Dios es imposible alcanzar la madurez que nos asemejaría a Cristo, el Hombre perfecto.



Sin embargo, al margen de que podamos hablar de forma extendida sobre el tema de la madurez, una de las varias características de la auténtica madurez -como hemos apuntado más arriba- es saber adaptarse a las nuevas etapas o circunstancias que se nos van presentando a lo largo de nuestra vida. Saber adaptarse y responder adecuadamente en cada una de ellas, no es algo que sucede de golpe. Hay situaciones que se ven venir y, de alguna manera, nos dejan tiempo suficiente para prepararnos psicológica y espiritualmente; pero hay otras que suceden de forma inesperada. Ya sabemos: las malas noticias y de distinto carácter pudieran llegarnos en cualquier momento. Pero lo cierto es que, en ambos casos, las dificultades nos prueban y podemos decir -en términos generales- que  contribuyen a nuestra madurez y crecimiento espiritual. La cuestión es cómo las enfrentamos y las sobrellevamos y si saldremos airosos de ellas. De ser así, la prueba superada, aunque con ciertas dificultades (¡a veces bastante duras!) contribuye a acrecentar nuestra madurez en términos de conocimiento espiritual que antes no teníamos, de discernimiento del que antes carecíamos (Hb.5.14) y de sabiduría que tampoco gozábamos; de otra forma nuestro estado quebrado y maltrecho, espiritual y emocionalmente hablando, podría durar mucho más de la cuenta. Pero en todo caso, en medio de la prueba descubrimos que no éramos los hombres o mujeres que creíamos ser, con un “gran nivel” de madurez. Dios lo sabía y lo sabe; aunque nosotros no siempre somos conscientes de ello. Quisiéramos que fuera de otra manera, pero el proceso hacia la madurez a veces es duro y doloroso. Sin embargo pareciera que es del todo necesario en la vida de los creyentes y sin lo cual… ¿no hay crecimiento? Seguramente sí podríamos crecer de algunas otras maneras y no tan… necesariamente duras. Pero la realidad, a veces, se impone. Y quizás sea esa la razón por la cual, en muchos casos, nos negamos  a crecer, porque no queremos sufrir. De ahí que veamos el dar algunos pasos importantes en la vida como un gran desafío, una gran aventura y un gran riesgo que no queremos correr. Preferimos, en todo caso, que todo siga como está, que nada cambie; así nos conformamos con el nivel al cual hemos llegado. Sin embargo,  bajo la absoluta soberanía de Dios, él permite que pasemos, no una sino varias veces por situaciones que, si hubiera dependido de nosotros, las hubiéramos sorteado, sin pensarlo dos veces.



Es entonces que, sabiendo esto, mejor es aceptar con agradecimiento las pruebas y  no abandonar ni dejar de reconocer el hecho de que, aunque nuestra propia debilidad y fragilidad nos impidieron estar a la altura de las circunstancias, no por eso somos abandonados por aquel que nos llamó.  Entonces, sabiéndole cercano, no se me ocurre otra cosa que  decir algo así como: “Lo siento Señor, no estuve al nivel en el la cual yo creía que estaba. ¡Perdóname!”



¿Acaso Dios nuestro Padre, no sabe de nuestra fragilidad y debilidad frente a situaciones que a cualquiera de nosotros nos sobrepasaban mucho más de lo que podríamos soportar por nosotros mismos? ¿Acaso él no nos ha prometido Su presencia con nosotros y esa asistencia sabia, oportuna, cariñosa y perdonadora, cuando estábamos en tal necesidad?



 



La negación y el fracaso de Pedro, discípulo del Señor



En parte, eso fue lo que le pasó a Pedro, discípulo de Jesús. Ante el inminente arresto y muerte del Señor, Pedro se había apresurado a confesar y prometer que estaría dispuesto a dar su vida por él:



“Señor, dispuesto estoy a ir contigo no solo a la cárcel, sino también a la muerte”



Sin embargo, cuando se presentó la hora de la prueba, Pedro negó a Jesús por tres veces y juró que no le conocía. Eso era tanto como decir: “¡No tengo nada que ver con él!; ¡No le conozco ni le he visto en mi vida!”



Esa triple negación, con juramento incluido, se convirtió en una dura experiencia que le costó a Pedro el derramar dolorosas y amargas lágrimas. (Ver, Lc.22.31-34; 54-62). ¿Te ha pasado alguna vez? (lo de las lágrimas “amargas”, digo).



 



La “entrevista” personal de Jesús con Pedro, su discípulo



Luego, cuando Jesús murió y resucitó, si hubo alguna cosa prioritaria que el Señor tenía en su corazón, era el tener una entrevista personal con Pedro y, sin reproche alguno, con todo cariño y ternura -como el mejor, superior y absoluto consejero que era- sanar la herida que tenía en su corazón y restaurarle al ministerio pastoral. (Lee, por favor, en S. Juan 21.15-19). Esa tarea prioritaria la puso de manifiesto el Señor, de forma inmediata, cuando encargó a un ángel decir a las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío:



“Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo” (Mr.16.7 –énfasis mío-).



Aquí he de detenerme para decir que cuando tenía 15 años compré mi primera Biblia en la sacristía de una “iglesia católica” céntrica, de mi ciudad. Cuando con el tiempo había leído el Nuevo Testamento y llegué a este pasaje, no me convencía la “nota aclaratoria” que aparecía más abajo y que decía: “-Estas palabras- las dirige a Pedro como jefe de los discípulos en ausencia del Maestro…” (Nacar-Colunga. Madrid, 1963. Pg. 1057. Énfasis mío).



Como siempre, la Iglesia Romana “barriendo para casa” y aprovechando cualquier texto bíblico para enseñar lo que el texto no dice, pero que  aquella afirma porque le conviene. Pero yo pensaba que era más lógico concluir que Pedro, después de la triple negación y después de haber “llorado amargamente” (Lc.22-62) debía estar “hecho polvo” y con un gran sentimiento de culpa, por haber negado a Jesús de tan “descarada” y repetida. Jesús lo sabía y se anticipó al ordenar al ángel que apareció a las mujeres, que mencionara a Pedro por nombre: “decid a sus discípulos y a Pedro…”. Es posible que Pedro se extrañara de que el Señor le tuviera en esa consideración; pero eso fue como un adelanto del perdón, la sanidad interior y la restauración que recibiría de parte de Jesús, ya que está escrito que… “Dios no dejará para siempre caído al justo” (Sal.55.22).



 



“La disciplina no es causa de gozo, al presente, sino de tristeza”



Entonces, en  todo este proceso hacia la madurez de Pedro se hacia necesaria “una entrevista” del Señor con su discípulo. Y fue en esa entrevista donde Jesús le preguntó a Pedro: “¿Me amas más que éstos?”. Pregunta que Jesús le realizó por tres veces. Sin señalar de forma directa su triple negación, se la estaba recordando al preguntarle por tres veces, “Simón, hijo de Jonás ¿Me amas…?” Y esa insistencia fue lo que dice el texto que entristeció a Pedro: “Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas?” (J.21.17).



En esa “entrevista” de Jesús con Pedro, no podemos dejar de percibir la incomodidad de Pedro al verse “confrontado” con su falta, aunque de forma indirecta. El propósito de Jesús no era el de “echar sal y vinagre en la herida” sino sanarla. Pero era inevitable confrontar a Pedro con “aquello”. El Señor Jesús estaba llevando a cabo cierto grado de “disciplina”=instrucción, corrección, enseñanza, etc., en Pedro. Y sabemos que la Biblia dice que “Ninguna disciplina es causa de gozo al presente, sino de tristeza…” (Hb.12.11). Esa “tristeza” la hemos de experimentar de alguna manera, todos los hijos e hijas de Dios, y se hace del todo necesaria en el proceso hacia nuestra  madurez.



 



La restauración de Pedro y los beneficios de “la disciplina del Señor”



Entonces, en la percepción divina, lo que en primera instancia parecía un flagrante fracaso -como algunos de los que nosotros seguramente hemos tenido- sin posibilidad de restauración, dado que para Pedro el Señor había muerto y no esperaba ninguna resurrección, el mismo Señor resucitado lo transformó en una posibilidad de aprendizaje singular, con miras al crecimiento hacia la madurez de su discípulo. Y todo, para que Pedro aprendiera cómo era él mismo y las posibilidades de sanidad, perdón y restauración que había en su Señor y Maestro. Pero aquel providencial –nunca mejor dicho- encuentro, también tenía un doble propósito: La sanidad y la dirección de otras almas a través de su ministerio pastoral, tal y cómo le dijo el Señor por tres veces: “Pastorea mis ovejas”.  (Volver a leer, por favor, S. Juan, 21.15-19)



Dicho sea de paso: Tener una “entrevista” de esa naturaleza con el Señor Jesús resucitado es… altamente sanadora y restauradora; y suele ser un paso de gigante hacia la madurez espiritual, con miras a ayudar también a otros en su proceso hacia la madurez. Y es aquí donde podemos ver la segunda parte de la disciplina  que Dios aplica a nuestras vidas. Cierto que, como apuntábamos antes, la disciplina “causa tristeza… pero después produce fruto apacible  de justicia a los que en ella han sido ejercitados.” (Hb.12.11).



Por tanto, ese trato por parte del Señor con sus discípulos, es mucho más que tener un mero conocimiento de carácter teológico. El conocimiento que es el resultado del trato personal de Dios con nosotros, es especial y viene como consecuencia de haber recibido interiormente la luz que viene de parte de aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo” (J.8.12).



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El ministerio intercesor de Jesús a nuestro favor



Por otra parte, otra consideración que hemos de hacer en relación con la madurez que Dios pretende producir  en todos nosotros, es que eso no sería posible sin el ministerio intercesor de Jesús, nuestro “único y suficiente mediador entre Dios y los hombres” (1ªTi.2.5) No en vano, Jesús, anticipándose a la negación y caída de Pedro le dijo:



“Simón, Simón: Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tú fe no falte. Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc.22.31-34).



Sin duda, fue la intercesión de Jesús llevada a cabo por su discípulo, Pedro, que hizo posible que éste no fuera más allá de haberle negado; pero también hizo posible la posterior “entrevista” de Jesús con Pedro. Pero también fue un adelanto de lo que después llevaría a cabo el Señor Jesús por cado uno de sus seguidores una vez resucitado, ascendido a los cielos, y establecido como nuestro Sumo Sacerdote; y añade el texto:  “viviendo siempre para interceder por ellos”. Es decir, nosotros. (Hb.7.25; 8.34). Entonces, el Jesús entronizado en los cielos realiza su ministerio sacerdotal e intercesor, sobre la base de su propia obra en la cruz y el poder de su resurrección. Ese ministerio sacerdotal de Jesús hace que nuestros procesos hacia la madurez sean posibles. Solo basta leer todo lo relativo a Pedro, el discípulo y apóstol del Señor y que aparece también en el libro de Hechos de los Apóstoles y sus dos cartas. Sin duda, Pedro nos da suficientes señales de lo que es un hombre maduro, conforme al propósito  divino.  Porque, de no ser así, nosotros quedaríamos a merced de fuerzas que no solo no podríamos dominar, sino que nos llevarían por derroteros torcidos y, finalmente a un total fracaso. Entonces, que él nos ayude, tanto a entender nuestro propio proceso hacia la madurez, así como los recursos que tenemos a nuestra disposición para, finalmente alcanzar ese propósito divino. Al respecto, son muy alentadoras las palabras del mismo apóstol Pedro:



“Mas el Dios de toda gracia que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después de que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1ªP.5.10.11)



 


 

 


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COMENTARIOS

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06/06/2024
09:56 h
2
 
Sin embargo, estimado Alfredo, tienes que reconocer (seguramente muy a tu pesar) que mi interpretación se ajusta en todo al contexto por mí mencionado, mientras que la vuestra trata de "ajustarla" -aunque sea "con calzador"- a una tradición que no aparece, ni en el texto bíblico ni en el contexto de la historia más inmediata, hasta por lo menos, el siglo IV/V. Así son las cosas.
 
Respondiendo a Angel [email protected]

Alfredo
09/06/2024
20:16 h
3
 
Ud, como S Pablo ,que buscaba la entrevista registrada en Gal. 1:17-18, reconoce a Cefas (Jn 1:42 roca en heb),primero entre iguales ,garantía de unidad: "si hubo alguna cosa prioritaria que el Señor tenía en su corazón, era el tener una entrevista personal con Pedro". S Jerónimo comentaba : da a entender que no tenía seguridad en la predicación de su Evangelio, si no lo veía confirmado por Pedro y los demás que con él estaban. 1ro de lista, Mt 16:18;Lc. 22:32;Jn 21:15:18- 19 Primus int pares
 

Alfredo
30/05/2024
18:21 h
1
 
Estimado Ángel, sobre el primado de Pedro. Un discrepante podría opinar lo mismo que Ud: como siempre el autor del artículo "barriendo para casa" y aprovechando cualquier texto bíblico para enseñar lo que el texto no dice, pero que él afirma porque le conviene. Siempre la suposición interpretativa personal como autoridad final o la corte de última apelación en todo lo que afirma
 
Respondiendo a Alfredo

20/06/2024
09:02 h
4
 
Con respecto a tu segundo comentario, estimado Alfredo, te he dado la respuesta a cada punto que planteas aquí, en el video que aparece con este mismo tema en mi canal de You-Tube que por ser larga, no puedo contestar aquí. Así que si no la has visto puedes leerla allí. Gracias.
 



 
 
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