Zarandeada

Amanece y aún queda mucho sueño en mis ojos. Obligada a abrirlos, despliego las sábanas para incorporarme a la vida. 

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Late mi corazón con el aplomo suficiente para emprender las rutinas del día y no caer de bruces ante la desazón y el desánimo. 

Una oración vespertina brota de mis labios; la voz trabada por la modorra apenas es audible. Sé que Dios oye lo expresado, escucha lo que secretamente escondo.

Lo que necesito no es lo que deseo, es más, pienso que es diametralmente opuesto mi anhelo a mi necesidad, sin embargo, expongo mi ruego a esperas de su concesión. 

Me apremia una respuesta, un claro signo de aprobación ante la decisión que estoy a punto de tomar. Un guiño comprensivo y cómplice que me autorice a dar ese salto que tanto vértigo me provoca.

El zarandeo al cual voy a ser sometida es inevitable, por ello mi corazón se frunce sabiendo que Él está en medio de la adversidad. Que pese a ser sacudida fuertemente por la austeridad del viento finalmente entonaré un cántico de victoria viendo con asombro caer las murallas al sonido de ese canto.

He visto mares abrirse, tempestades calmarse, pescas milagrosas, infinidad de maravillas, así que, ahora que el tiempo tamiza las horas con una criba cruel sé que mi Dios seguirá cubriéndome con su manto de gracia, con su inefable misericordia.

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Con cuánta facilidad omitimos de nuestras vidas los encuentros memorables, las sabias palabras que dentro de nuestros dominios nos han proporcionado herramientas útiles para labrarnos la vida.

Que sutilmente se nos acomoda la desmemoria y frente al abismo seguimos presos de las preguntas que se hacen quienes nunca han tenido un encuentro con el Maestro.

Este naufragio al que aludo con dolor no es más que un nuevo punto de partida. Un lugar del cual aprender y que me hará reflexionar y llorar. Él, como siempre, extenderá su mano y con ternura secará mis lágrimas dándome las fuerzas necesarias para retomar la senda.

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[title]Por un año más[/title]

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