En él, siempre ha habido una palabra ponderada, el comentario justo, una reflexión atenta, pero también una actitud de gracia.
Si hay todavía un número considerable de creyentes que mira con suspicacia –desdén incluso– todo lo que tenga que ver con la teología, es porque para ellos, su estudio resulta más bien árido y de escaso valor práctico. No es el caso de la teología de D. José María Martínez (1924-2016). Ésta sigue viva, cien años después.
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El conocimiento se une a la espiritualidad, en una obra que entiende que “la fe se nutre del conocimiento de la verdad revelada por Dios en su Palabra”. Si la fe nace de la Palabra de Dios, esta llega a nosotros mediante la Biblia, que debe de ser tenida como “digna de todo respeto, confianza y sumisión”. Puesto que “la fe no es un problema de racionalidad, sino de autoridad”. Algo que el Sr. Martínez constató que en nuestros días no era una característica distintiva de algunos sectores teológicos.
En su obra sobre los Fundamentos Teológicos de la Fe Cristiana (2002), el autor confiesa que, aunque fue formado teológicamente bajo influencias conservadoras, sintió la necesidad de revisar a fondo sus convicciones, “contrastándolas con las concepciones de teólogos menos conservadores, neo-ortodoxos o manifiestamente liberales”. Sus “amplias lecturas y una gran dosis de reflexión personal han venido a confirmar lo fundamental” de sus “creencias anteriores, pero matizándolas en algunos puntos”.
La teología de José María Martínez es fiel, por lo tanto, a lo fundamental –algunos dirían fundamentalista, pero él prefería la palabra conservadora–, pero abierta a la reflexión teológica que ha venido de sus muchas lecturas –sobre todo de autores alemanes–. Conservador, porque “en lo que concierne a teólogos modernos es recomendable cautela crítica al leer sus obras”, pero su postura es la del cristianismo evangélico clásico, atento a los desafíos del mundo contemporáneo.
[photo_footer]La teología de José María Martínez es fiel a lo fundamental, pero más que fundamentalista, él prefería la palabra conservadora.[/photo_footer]
En un editorial de Alétheia –la revista de teología que dirige en los años 90–, de hecho, advierte que “los fundamentalistas más radicales se han colocado con actitudes sectarias, en posiciones extremas desde las cuales condenan agriamente a cuantos no militan en sus filas”. El director observa cómo algunos consideran que “sólo ellos son puros y fieles, aunque su pureza y fidelidad se reduzcan a menudo a mero legalismo carente de las esencias más auténticas de la piedad cristiana”.
Su primer libro fue Tu vida cristiana (1959) –conocido también con el título de Manual de instrucción para nuevos creyentes –, nace de su trabajo como pastor en una iglesia de Barcelona, al ver la conversión de muchas personas y lo inadecuado de los materiales que había entonces disponibles. La obra se difundió pronto por toda España e Hispanoamérica, y hasta el día de hoy es una de las mejores introducciones a la vida cristiana, por su sólido fundamento bíblico y estilo ameno.
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En él se dan ya algunas de las claves de su teología, empezando por “El gran acontecimiento de la conversión” –distintivo del movimiento evangélico a lo largo de los siglos–. Su tratamiento del tema destaca por su evidente utilidad práctica, para el trabajo pastoral. El autor observa que “lo importante no es el modo de la conversión, sino el hecho en sí, al cual llegamos todos por el arrepentimiento de nuestros pecados y la fe viva en nuestro Señor Jesucristo”.
El segundo capítulo trata de la cuestión de la seguridad de salvación. Puesto que “transcurrido ya algún tiempo, el gozo de tu salvación ha empezado a verse ensombrecido por las nubes de la duda”. El pastor advierte que la alegría ha menguado, al enfriarse el entusiasmo, porque “el cambio en tu conducta no ha sido quizás tan radical como esperabas”. La perspectiva no puede ser más realista.
Ese aspecto reafirmador de la fe, que caracteriza todo su ministerio, tiene un fundamento claramente cristocéntrico. “La salvación del cristiano, desde el principio hasta el fin es obra de Cristo”. Es por eso por lo que ya en 1966 hace unos estudios sobre la epístola a los Colosenses bajo el significativo nombre de Cristo el Incomparable. Ya que Cristo no es sólo “centro del mensaje cristiano”, sino “clave de la vida nueva del creyente”. En esa línea establece una “cristología básica”, y se deleita Contemplando la gloria de Cristo (2004).
[photo_footer]La serie de exposiciones que luego conforman su libro sobre Job en 1975 era el libro preferido de algunos que le conocieron tanto como José Grau.[/photo_footer]
Puesto que, si dudas de tu salvación, es “quizás porque miras demasiado a ti mismo y demasiado poco a tu Salvador, o porque das más atención a tus sentimientos que a su Palabra”. El autor establece así un cimiento inconmovible. Ya que “el fundamento hondo y estable de nuestra seguridad, no radica en lo que nosotros hacemos, sino en lo que Dios ha hecho y seguirá haciendo a nuestro favor”. Ya que “no son los cambiantes sentimientos de nuestra alma los que nos salvan, sino Cristo”.
Es esa preocupación por la fe en conflicto, la que le lleva a hacer los últimos años de su ministerio pastoral, la serie de exposiciones que luego conforman su libro sobre Job en 1975. Esta es la obra preferida de algunos que conocieron mucho a Martínez, como Grau. Ya que, como dice el autor, en Job “infinidad de personas han visto reflejadas las experiencias espirituales más intensas de su vida”.
Ese interés por la cura de almas –como llamaba el Sr. Martínez, la tarea pastoral, en vez del tan manido anglicismo actual de liderazgo–, es lo que le hace temer que “el pastor puede llegar a verse como el gerente de una empresa, constantemente ocupado en reuniones de juntas y comités”. Trata este tema en dos excelentes tomos, bajo el título, Ministros de Jesucristo (1977), que inspiraron la creación del Seminario de Teología y Psicología Pastoral –que organiza todavía la Alianza Evangélica Española cada dos años–.
Como dice alguien tan poco sospechoso de fundamentalismo como Juan José Tamayo: “La teología es bíblica, o no es teología”. El Sr. Martínez lo explica muy bien al principio de su manual de Hermenéutica biblica (1985): “Sólo una intervención de Dios mismo puede guiarnos a su conocimiento y al de las grandes verdades que conciernen definitivamente a nuestra existencia”. Dios ha hablado muchas veces y de muchas maneras (He. 1:1-3), pero su última Palabra es a través del Hijo, por medio de la cruz, que tiene que ser interpretada por Dios mismo, no por los hombres.
Martínez observa, sin embargo, que “existe en la teología contemporánea una tendencia a reconocer una revelación sobrenatural sin admitir una sobrenatural inspiración de la Biblia”. Piensa que es un “testimonio humano de la revelación”, pero “expuesto a todos los defectos del lenguaje humano, incluso la desfiguración y el error”. Por lo que se pregunta: “¿De qué utilidad nos sería un testimonio de la revelación, deteriorado por errores, tergiversaciones, exageraciones y desfiguraciones diversas?”. Para él, “la Biblia es la Palabra de Dios y, por consiguiente, suprema norma de fe y conducta”. La Escritura es suficiente.
[photo_footer]Su monumental manual de hermenéutica es libro de texto en muchos seminarios de España e Hispanoamérica.[/photo_footer]
“El origen de la Escritura es –según el Sr. Martínez– a la vez divino y humano”. Usa para ello la analogía de la doble naturaleza de Cristo –humana y divina–. Es por eso por lo que la inspiración, aunque es sin error, no anula la personalidad, formación o estilo de los escritos sagrados. Si en la encarnación, el Verbo se humilla, haciéndose siervo, así el lenguaje bíblico no es divino o angélico, sino de hombres. “La Escritura llega a nosotros como sierva”, pero eso “no quiere decir que sea una sierva maniatada por la ambigüedad y la incertidumbre”.
Es desde esa perspectiva que emprende su monumental manual de hermenéutica, libro de texto en muchos seminarios de España e Hispanoamérica. Uno de sus últimos libros trata, de hecho, Figuras Estelares de la Biblia (2007), una serie de once estudios fascinantes sobre algunos de los personajes bíblicos más importantes en la Historia de la Revelación. Esa búsqueda de la humanidad en la Escritura, no se ve sólo en su enfoque de Job, sino también en la especial atención por los Salmos, a los que ha dedicado ya diversos volúmenes. Ha publicado también comentarios al libro de Génesis, y recientemente a 2 Corintios y Gálatas.
Ya que “aunque la Escritura es suficientemente clara para conocer el camino de la salvación, es innegable que algunos textos son oscuros”, reconoce el Sr. Martínez en una entrevista en 2003. La lectura de buenos comentarios considera que puede ser de buena ayuda. Para la tarea hermenéutica estima, sin embargo, que hay “dos condiciones que son del todo indispensables: la renuncia a toda idea preconcebida y la humildad”. Es evidente que “el despojamiento total de prejuicios es prácticamente imposible, pero se debe ser consciente de ello y estar prevenido contra la posibilidad de errores en los esquemas doctrinales de un dogmatismo tradicional”.
El autor de Hermenéutica bíblica opina que “en el camino de la interpretación, el dogmatismo siempre es compañero poco fiable”. Este debe ser sustituido por la humildad, pues “en parte conocemos y en parte profetizamos” (1 Co. 13:9). Esto es evidente “especialmente al interpretar textos diversamente entendidos por hermanos igualmente respetuosos en lo que respecta a la veracidad y autoridad de la Escritura”. En estos casos “debemos evitar la actitud arrogante de algunos que en sus formulaciones exegéticas o teológicas se consideran poco menos que infalibles”.
Esta misma combinación demuestra en su apreciado estudio sobre la teología de la oración, que acompaña una exposición de la llamada oración de nuestro Señor, o Padre nuestro, Abba, Padre (1990). Es importante para entender la obra del Sr. Martínez, la influencia que tuvo de la tradición pietista alemana –probablemente menos conocida aún en castellano, que la tradición puritana; aunque ambas igual de mal entendidas por muchos, que las utilizan para atribuirles todos los males, desde la hipocresía al legalismo–.
[photo_footer]Su apreciado estudio sobre la teología de la oración acompaña una exposición de la llamada oración de nuestro Señor, o Padre nuestro en 1990.[/photo_footer]
Muy útil resulta por eso su aportación de Introducción a la espiritualidad cristiana (1997). Esta obra sigue siendo un libro único en nuestra lengua. Su perspectiva es sumamente atractiva. Parte del fracaso del materialismo y el anhelo de trascendencia en el mundo, para considerar la espiritualidad cristiana con una exposición magistral sobre la santificación y Romanos 7-8. La segunda parte es un impresionante recorrido por la espiritualidad en la Historia de la Iglesia, desde un punto de vista evangélico. Resulta especialmente estimable su deseo de equidad frente a la perspectiva carismática.
Esa búsqueda de equilibrio es, para muchos, la característica más valiosa del Sr. Martínez. Cuando se enfrenta a los Fundamentos teológicos de la fe cristiana, él mismo observa que “a más de un lector puede parecerle que la obra peca en algunos puntos de imprecisión”, porque cuando se llega a ciertas doctrinas controvertidas le gustaría hallar en sus páginas posturas más claras –o más dogmáticas–”. El autor, sin embargo, piensa que “cuando se dejan a salvo las verdades básicas diáfanamente expuestas en la Escritura, siempre es peligroso pretender ir más allá, haciendo de puntos secundarios o menos claros caballos de batalla en torno a las cuestiones sobre las que existen opiniones dispares, incluso entre cristianos igualmente amantes del Señor y de su Palabra”. En ese sentido, para él, “el dogmatismo, por lo general, no es fuente de mayor luz, sino de antagonismos poco edificantes”.
Así, cuando en los años 70 florece el debate escatológico, el Sr. Martínez mantiene una distancia clara de ambas posturas, aunque no se considera dispensacionalista, sino más bien pre–milenarista histórico. Lo mismo ocurre con la amarga confrontación de los años 60 –que él vive en su misma iglesia–, que trae el enfrentamiento entre calvinistas y arminianos. Aunque él ha reeditado varias veces su libro con Trenchard –Escogidos en Cristo–, mostró una actitud muy generosa con la siguiente generación de reformados en España.
Algo parecido ocurrió con el problema carismático en los años 70; su postura ha sido muy equilibrada. Aunque su eclesiología ha sido siempre bautista e independiente, quería que personas de distintos trasfondos denominacionales participen en la Alianza Evangélica. Es él quien estaba detrás de las invitaciones a varios pastores de la Iglesia Evangélica Española en actividades de la Alianza, a pesar de las muchas diferencias doctrinales que mantuvo con algunos de ellos en el pasado.
Es cierto –como dice John Stott– que el equilibrio no es siempre una virtud cristiana, bíblicamente hablando. Sin embargo, pocas personas han encarnado tan fielmente el ejemplo de Stott como D. José María Martínez. Su obra es un modelo de equilibrio bíblico, en el mejor sentido del término. En él, siempre ha habido una palabra ponderada, el comentario justo, una reflexión atenta, pero también una actitud de gracia, la humilde reacción del que se puede permitir la generosidad de mostrar misericordia, porque servimos a un Dios lleno de amor y verdad.
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