En una auténtica evangelización, la palabra y la acción deben marchar juntas, pero si las separamos y, a efectos didácticos, decimos que la palabra es instrumento evangelizador, igual deberíamos decir de los hacedores de La Palabra: son evangelizadores, agentes de evangelización. Las dos caras de la misma y única realidad. Las dos formas coimplicadas de proclamar el nombre del Señor.
Tanto el que oye La Palabra y no la hace, como el que verbaliza y dice ¡Señor, Señor! y no hace ni sirve al prójimo, tiene para con Dios una consideración diferente que el que el que oye y hace o el que habla y es hacedor de La Palabra. Si ser cristiano no es sólo calentar los bancos para oír La Palabra, ser evangelista tampoco es verbalizar, comunicar sin mancharse las manos en el servicio y en la realización de La Palabra en la realidad y en la historia. Si la auténtica vivencia cristiana es oír La Palabra y hacerla, la auténtica vivencia de la misión evangelizadora es ser hacedor de la palabra que comunicamos. Si no, nos estamos engañando a nosotros y estamos engañando a la gente.
El oidor olvidadizo y que no hace La Palabra y el comunicador insolidario, por muy bonito y acertado que sea lo que dice, no entiende el Evangelio porque no sabe amar, no entiende el concepto de projimidad que enseñó Jesús. Por mucho que predique y evangelice, por mucho que hable, grite el mensaje o llore ante su público, estará más cerca de los religiosos, del sacerdote y del levita de la parábola del Buen Samaritano, que del ejemplo de buen prójimo, parábola que responde a una pregunta por la salvación que hicieron a Jesús. No se trataba de una respuesta a una pregunta secundaria, sino a qué debemos de hacer para heredar la vida eterna. La respuesta está clara: Hay que tener fe actuante, fe que no puede dejar de ser solidaria y debe, necesariamente, actuar por el amor, una fe viva que no puede dejar de comprometerse con el prójimo al sentirse movido a misericordia. En este contexto es en el que se usa en la Biblia el ser
“hacedores de la Palabra”. Lo demás, es un engaño, un fraude,
“engañándoos a vosotros mismos”.
Por tanto, la responsabilidad de los cristianos en estos contextos evangelísticos que hemos de crear y en el contexto de los valores del Reino que hemos de comunicar, hacer y vivir, es algo más que hablar, aunque la verbalización sea importante. En Jesús la Palabra se hace carne no sólo para comunicar un mensaje verbal, sino para servir, dignificar, convertir al Verbo en Hecho actuante: Todas las cosas fueron hechas por el Verbo. Esta Palabra dinámica y actuante es, en definitiva, una Palabra-Hecho. Palabra hacedora y actuante. Dios es Palabra y Hecho simultáneamente, promesa y cumplimiento,
“poderoso para hacer todo lo que había prometido” (
Rm. 4:21). Palabra que se convierte en hecho, acción transformadora, cumplidora, dignificadora, liberadora y renovadora. Los que hablan, pero no actúan y cumplen, son rechazados por Dios:
“¿Por qué me llamáis Señor, Señor y no hacéis lo que yo digo?” (
Mt. 6:46).
En todo el proceso evangelístico hay que ser hacedores de la Palabra, manos tendidas que actúan y transforman, buenos samaritanos que curan y liberan, hombres de fe operativa que actúan a través del amor. El evangelista tiene que ser palabra-acción liberadora siguiendo el ejemplo de Jesús. En la Parábola de los dos hijos (
Mt. 21:28 y ss), el hijo que dice
“Sí, Señor, voy”, pero no cumple, forma un contexto en el que Jesús dice que los publicanos y las prostitutas van delante de muchos verbalizadores insolidarios y no cumplidores al reino de Dios. (
Mt. 21:31). La fachada religiosa insolidaria y no actuante que no hace de la palabra acción liberadora, no evangeliza. Es hipocresía, es, como dice el Apóstol Pablo,
“metal que resuena o címbalo que retiñe”, es decir: una molestia a los oídos del mismo Dios. Muchas veces, lo que hablamos desde la insolidaridad, es palabra vacía no avalada por la Palabra-Acción liberadora. La palabra no debe volver al Señor vacía, sino que se debe convertir en hecho actuante y transformador. Si no, por mucho que prediquemos, verbalicemos la Palabra y comuniquemos, estaremos lejos de la vivencia de un cristianismo integral, de una espiritualidad evangélica que se da a la evangelización como Palabra-Acción-Hecho liberador, comunicador de salvación y transformador de la realidad.
En el contexto de los religiosos de Isaías 58, Dios manda al profeta: “Grita a voz en cuello, alza tu voz como de trompeta, anuncia”. Debía gritar a los religiosos que el auténtico ritual, los posibilitantes de la relación con Dios, no eran solamente la oración, la prédica y la práctica del ritual religioso. Lo que debería gritar a voz en cuello a los religiosos era esto: “Que partas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres errantes, que vistas al desnudo, que busques justicia y vayas contra la opresión y el despojo de los débiles”. A partir de aquí, quizás nuestra evangelización, nuestra palabra hecha carne y hecho liberador comience a tener éxito.
La vivencia de la espiritualidad cristiana que debemos comunicar en la evangelización, también debe ser ética y activa a favor de los más débiles, una espiritualidad preocupada por las injusticias del mundo, una espiritualidad que nos hace vivir vidas compartidas con los que más sufren, una espiritualidad que nos convierte en las manos y en los pies del Señor en medio de un mundo de dolor, de víctimas de la opresión u opresores víctimas de la acumulación, del egoísmo o de la increencia. Jesús no habló muchísimo, pero supo decir:
“ejemplo os he dado”. Un ejemplo de servicio al que deben seguir los evangelizadores compartiendo la vida, el pan y La Palabra.
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