‘Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón.’ (Proverbios 3:3).
La verdad es una de esas grandes entidades espirituales de las que no se puede prescindir, a menos que se quiera cometer suicidio individual y colectivo. No necesita para sostenerse más que a sí misma, porque sus fundamentos son más sólidos que lo más estable que se pueda pensar. Es más firme que la materia que está debajo de nuestros pies y que nos rodea, que al fin y al cabo está hueca, como ha demostrado la física que estudia su constitución. En cambio, la contraria de la verdad, la mentira, necesita continuamente ser apuntalada desde fuera, porque de otra manera su colapso sería inminente. Es como esos edificios que amenazan ruina, que tienen que estar reforzados externamente, pues sin tales refuerzos se vendrían abajo súbitamente. Con todo, a pesar de esos reforzamientos, no pueden aguantar demasiado tiempo, porque les falta lo principal, que es la consistencia interna.
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El contraste entre la verdad y la mentira radica no sólo en la oposición de esencia que hay entre ambas, sino también en el número gramatical que las condiciona, porque el número gramatical de la verdad es el singular, mientras que el de la mentira es el plural. Es decir, no puede haber más que una verdad, porque en el momento que se hable de más de una ya se estará introduciendo un elemento que distorsionará la integridad de la verdad. No pueden existir dos verdades, porque la exclusividad que posee la verdad quedaría trastocada, por lo que o bien ninguna de esas dos verdades sería verdadera o una lo sería y la otra no, pero dos cosas diferentes no pueden ser la misma cosa. Eso quiere decir que la verdad es poseedora de un atributo particular, que consiste en ser absoluta, porque si no lo fuera su naturaleza de veracidad dejaría de existir.
Al contrario que ocurre con la verdad, el número gramatical de la mentira es el plural, al haber infinidad de mentiras, en una sucesión y variación inacabable, pues aunque hubo una sola mentira original, ésta quedó encinta y como resultado su prole es incontable. Son las mentiras, hijas de aquella mentira. Evidentemente, las mentiras se visten con ropas de veracidad, para hacerse pasar por verdad, lo cual es testimonio de cuán valiosa es ésta, porque hasta su enemiga irreconciliable la necesita para pretender ser lo que no es.
Lo anterior lleva a la conclusión de que la verdad es insustituible, al no haber nada que pueda suplantar su papel y valor. Y, sin embargo, los enemigos que tiene la verdad son tantos como amigos tienen las mentiras, de modo que en este mundo la verdad es asediada, combatida, negada y ridiculizada.
Una de las múltiples formas que ha tomado la mentira es el escepticismo, es decir, la enseñanza de que la verdad no puede ser conocida, porque incluso en el caso de que existiera, estaría fuera de nuestro alcance. En su forma más cruda el escepticismo llega a plantear que no sólo la verdad no puede ser conocida sino que es la existencia misma de la verdad la que no puede ser dilucidada, con lo cual nunca se llegará a saber si existe o no existe. Con este planteamiento, el escepticismo deja a sus seguidores en brazos de la mentira.
Alguien que vivió dos mil años atrás podría ser denominado un antecesor del escepticismo o incluso el padre del escepticismo. Cuando hizo su pregunta: ‘¿Qué es la verdad?’, estaba poniendo en tela de juicio la existencia de la misma. Sin embargo, por más que Pilato lanzara la pregunta, para la que él pensaba que no había respuesta, en realidad sí la había y, de hecho, él la conocía.
Pilato, la verdad sí existe. Y la verdad es que este hombre que está delante de ti es inocente. Y tú lo sabes.
Pilato, la verdad sí existe. Y la verdad es que estos hombres que lo están acusando, no están movidos por la justicia sino por el odio y la envidia. Y tú lo sabes.
Pilato, la verdad sí existe. Y la verdad es que a este hombre, que es inocente, no puedes entregarlo a la tortura. Y tú lo sabes.
Pilato, la verdad sí existe. Y la verdad es que por tu cobardía a este hombre inocente lo entregas a muerte en manos de sus acusadores. Y tú lo sabes.
Pilato, la verdad sí existe. ¿Por qué preguntas qué es la verdad? Si tú sabes perfectamente qué es la verdad. Pero prefieres vivir una mentira, porque la verdad te acusa y te resulta insoportable. Tú, que te jactas de ser escéptico, lo eres porque te has asociado con la mentira, que te es más cómoda, lo mismo que a todos tus seguidores.
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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón.’ (Proverbios 3:3). El cuello habla de lo externo, el corazón de lo interno. Es decir, tanto externamente, en la conducta, como internamente, en el pensamiento, que la verdad presida tu vida. Atar es reafirmar y escribir es fijar, siendo ambas acciones necesarias para que esa preciosa verdad nadie nos la quite. De ello pende nuestro todo.
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