La evangelización exige que además de compartir la Palabra tenemos que realizarla, hacerla, convertirla en vida en la persona del evangelizador.
A algunos les puede parecer una ingenuidad preguntar esto a los creyentes. Puede parecer que lo entendemos como algo obvio, pero la respuesta a la pregunta sobre qué es evangelizar podría ser muy variopinta, compleja, comprometida, muy variada, aunque creo que sin duda va a prevalecer el hecho de compartir la Palabra de Dios con el mundo, proclamar el mensaje verbal de salvación. Es verdad, pero hay a veces definiciones ya muy usadas o archiconocidas que se pueden quedar cortas si las vemos con el prisma de lo que es la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana y a qué nos llama el Señor en la evangelización.
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La evangelización exige que además de compartir la Palabra tenemos que realizarla, hacerla, convertirla en vida en la persona del evangelizador, pero no solo en palabra, sino en hechos y realizaciones concretas que den credibilidad a las palabras y a La Palabra.
La Palabra sembrada sin que haya un ejemplo de vida de servicio y de acción en medio de un mundo injusto, en medio de un mundo de dolor en donde viven tantos millones de personas en el sufrimiento y en la no vida de la exclusión social y el abandono, se queda en muchísimas ocasiones sin credibilidad, aunque sepamos que el Señor en su voluntad la pueda usar.
Si creer es comprometerse no solo con Dios, sino con el prójimo, no nos queda más remedio a los evangelizadores que dar ejemplo de acción y vida a favor del prójimo sufriente. Fuera de ello la evangelización se queda corta, alicortada, mutilada, y los que escuchan no tienen el acicate del ejemplo de servicio y compromiso de los que comunican solo verbalmente y, quizás, más aún, dando la espalda al grito de los sufrientes del mundo.
[destacate]La Palabra sembrada sin que haya un ejemplo de vida de servicio, se queda en muchísimas ocasiones sin credibilidad.[/destacate]Yo muchas veces he dicho que evangelizar es compartir la vida, el pan y la Palabra, lo cual llevaría al evangelizador a ser ejemplo de acción, de dedicación de vida al servicio del prójimo y, además, no solo en palabras, sino en acciones concretas y ejemplos de servicio por amor al Señor y entrega al prójimo al que quiere evangelizar. Si esto fuera así, el mundo ya habría cambiado, habría sido transformado por la palabra-acción evangelizadora.
Si la Palabra no es regada con acciones y compromisos a favor del prójimo que nos necesita y solo le damos y hacemos verbalizaciones, si la evangelización no trabaja también por la promoción de la persona, la promoción y liberación del prójimo en focos de pobreza o conflicto, en la dignificación humana de los seres creados por el Señor, algo le falta a esa evangelización. Puede llegar a ser, incluso, lo que dice al Apóstol Pablo: “Metal que resuena o címbalo que retiñe”, una molestia a los oídos del mismo Dios, palabras que como dice Dios al profeta Isaías “yo no oiré”, si no hay búsqueda de justicia ni práctica de misericordia.
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Si la acción evangelizadora de la iglesia es solo dar mensajes verbales sin ningún otro compromiso de ayuda con el prójimo que debe escuchar esos mensajes verbalizados, si no nos convertimos en Hacedores de la Palabra de forma que el pueblo pueda ver en nosotros esas manos tendidas hacia el mundo en el nombre del Señor, nuestra evangelización puede quedarse raquítica y nuestros mensajes pueden llegar a caer como nieve fría en los corazones de aquellos que nos escuchan. Quizás es que no ven coherencia.
La evangelización necesita la realización del mensaje con hechos concretos, que la Palabra se arraigue en el mundo y en la historia también como promoción humana, como mensaje que anima a manos rehabilitadoras y pies diligentes en la ayuda. Las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. Si no, ¿de qué evangelización estamos hablando?
La evangelización debe ser también profética y, de forma ineludible, agregar al anuncio la denuncia como hacían aquellos hombres de Dios, la búsqueda de la justicia y la llamada a la práctica de la misericordia que emana de la fe. Por eso yo creo que, sin duda, se puede hablar del compromiso social evangelizador, de la acción social evangelizadora que expande los valores del Reino por el mundo en palabra, compromiso y obra.
Evangelizar no es solo pronunciar palabras por importantes y ciertas que éstas sean, no es solo la proclamación light del Evangelio que, realmente, es muy importante, porque ¿qué proclamación puede haber si estamos sordos al grito del hombre que sufre, si damos la espalda al dolor de nuestros congéneres, nuestros prójimos que sufren?
Sería una evangelización no consecuente con los valores del Evangelio, con los valores del Reino que deben ser extendidos en palabra y obra, en forma de palabra realizada o hecha por los evangelizadores, por los creyentes para todo el mundo.
Sigamos el ejemplo de Jesús que no evangelizó solo de palabra, sino que a su evangelización añadió cosas tan importantes y evangelizadoras como sus hechos, la rehabilitación de las personas, compromisos con los débiles, enfermos y excluidos. Añadió gestos como alimentar a los hambrientos, hacer milagros, sanidades, liberación de los oprimidos. Los signos y señales del Reino, un Reino que ya estaba entre nosotros. Todo esto indicaba que el Reino de Dios ya estaba entre nosotros aunque aún faltara como dicen los teólogos un “todavía no” que necesitaba irse acercando con nuestros compromisos con el prójimo y con el mundo.
No se puede evangelizar hablando en abstracto sin compromiso real y activo con el mundo, entre otras cosas porque Jesús no fue ajeno a nada humano ni a las problemáticas humanas. Sé que hay muchos cristianos que pueden criticar esto como puro “activismo social” y que lo importante es la proclamación del Evangelio, la verbalización de la Palabra. Quizás debería leer mejor la Biblia. Yo no llamo a un activismo ciego, sino a una responsabilidad cristiana con el prójimo según debe ser en la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana integral y responsable.
Los que creemos en la fuerza de la evangelización debemos revisar tanto nuestros estilos de vida, como nuestros compromisos y nuestra entrega total a Dios, así como el prójimo que nos necesita. Ambos amores deben estar en relación de semejanza.
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