Desde
Misión Urbana hemos evangelizado durante muchos años en la Puerta del Sol de Madrid usando el método del tablero que usan los Predicadores al Aire Libre. Recuerdo que, por su acento “ligeramente inglés” que usaba uno de nuestros colaboradores, el misionero británico Ken Barrett, a quien agradecemos toda su colaboración evangelística con Misión Urbana durante muchos años, solía reunir un buen grupo de personas alrededor de su tablero de pintor. Era también algo exótico ver a un británico luchando con el español para transmitir un mensaje público. Suele ser un mensaje velado, de tipo social o cultural, hasta llegar a un momento cumbre en el que se presenta el Evangelio.
Cuando Ken Barrett -o, en su caso, cualquiera de nosotros-, llegaba a desvelar que, en el fondo, se trataba todo sobre un mensaje sobre la cruz de Cristo, un 40% de los escuchantes se iba y otra gran parte del resto se sonreía mostrando su indiferencia. Se podía notar que
había una desconexión entre el mensaje -que ellos creían ser un mensaje de la vida real, mientras se hablaba de cultura o de algún asunto social-, y la vida real misma y los intereses en que ellos se movían. El mensaje no era relevante para ellos, para los escuchantes. No era el problema del evangelista concreto que, de manera puntual daba el mensaje, sino de la falta de compromiso y de encaje en la vida real que representan la iglesia y la religión hoy. Lo que suena a religión o a cirio ya parece desconectado de la realidad y de los intereses reales de los pueblos. No interesa. Es la tragedia de la iglesia hoy que necesita una evangelización no fundamentada solamente en la palabra, sino en todo tipo de gestos, estilos de vida y solidaridades con los que más sufren conexionándose con las inquietudes reales que dan densidad a la existencia humana, humanizándose y haciéndose una iglesia cuya presencia anuncie solidaridad con el hombre.
Hay que reconocer también, que siempre se quedaba alguno que era contactado por miembros del equipo y se podía tener alguna conversación evangelística, y otros que se llevaban alguno de los folletos evangelísticos que se ofrecían.
Merecía la pena. No hay que dejar de hacerlo. Pero hoy quería enfatizar la indiferencia y la desconexión que se mostraba entre el mensaje y la vida real.
Es como si la gente no percibiera ninguna relación entre el mensaje predicado y los valores que constituyen la densidad y el sentido de la vida cotidiana. Quizás esto ocurre porque no hay coherencia entre lo que predicamos y lo que hacemos, hay una desconexión entre evangelización y cultura.
Cogiendo dos términos clásicos, ni la cultura se ha evangelizado ni el Evangelio se ha inculturado. Nuestra evangelización está fuera de la red de intereses de la vida cotidiana de los hombres. Perciben el mensaje cristiano como algo ajeno a los valores que realmente interesan a la existencia humana.
Pueden tener una fe laica en cuestiones culturales, en la búsqueda de la paz, de la justicia social, en la promoción del empleo o la búsqueda de la igualdad entre los hombres, pero no ven relevante el mensaje del Evangelio que está en conexión con todas estas temáticas y esferas de la vida de los hombres a las que también quiere redimir y evangelizar. Quizás sea que los cristianos hemos espiritualizado demasiado los términos y hemos roto esa conexión del Evangelio con la vida real. Hay que volver a religar esas conexiones para que se dé una religación de la vida cotidiana con lo cristiano. Esa es la auténtica religación o religión que el mundo necesita. Que el Evangelio se les presente como relevante en su existencia humana y en lo que da sentido y valor a su vida real.
Cuando las gentes están valorando la justicia, la libertad, el compromiso, la solidaridad, la paz, la no violencia, el ecologismo, la eliminación de la pobreza, los derechos humanos y la dignificación de las personas, temas todos clave para el Evangelio, nosotros, en ocasiones, predicamos un pietismo vano que encadena las libertades, una ascesis lejana al evangelio que asfixia la alegría de la vida y que nos aparta del mundo eliminando nuestras responsabilidades para con él, nuestras solidaridades y compromisos activos en todos los temas relevantes para el hombre de hoy. Hay que contextualizar el mensaje en relación con el hombre y con la naturaleza. Nuestra evangelización debe ser interesante, relevante y comprometida con todas las facetas de la vida humana en donde se desenvuelven los desvelos de un hombre que sufre, que muere, pero que también busca sentido, felicidad, amor y compromiso.
El Evangelio que predicamos tiene que estar en el centro del sentido de la existencia humana. Para ello, para que una persona pueda predicar el Evangelio sin sumergirse en la indiferencia de las gentes o en el rechazo, la iglesia tiene que estar detrás con sus compromisos que derivan de la propia misión de la iglesia en el mundo, hay que conectar con lo que, realmente, preocupa en el mundo hoy en todos los ámbitos.
El contenido evangelístico, además de ser proclamador del nombre de Jesús, tiene que ser un mensaje solidario con el sufrimiento de los hombres, con el mundo del trabajo, de la familia, de la enfermedad, de los marginados del sistema, de los pobres y sufrientes del mundo, de los oprimidos y excluidos de los bienes del planeta tierra que pertenece a todos. Un mensaje que promueva una espiritualidad no fundamentada exclusivamente en una ética de cumplimientos religiosos, más o menos ritualistas, sino que fundamente la espiritualidad cristiana en una ética de projimidad. El mensaje no debe ser de tipo espiritualista y desencarnado de la realidad presente.
No puede ser un mensaje que pase de largo ante los deberes de projimidad, que silencie los gritos de amor que deben caer como perlas de todo mensaje comprometido, las solidaridades y el compartir sufrimientos que deben caer como gotas de lluvia entre todos los escuchantes de nuestras prédicas evangelísticas. Esto ocurrirá cuando aprendamos a que no se evangeliza sólo con palabras, sino cuando se comparte la vida. También el pan… y se proclama el nombre de Jesús usando la Palabra, la revelada.
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