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De actitudes impertinentes

La Revelación que hemos recibido de Dios a través de las Sagradas Escrituras es mucho más grande que nuestro propio entendimiento.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 20 DE SEPTIEMBRE DE 2023 09:23 h
Imagen de [link]Ashley Light[/link], Unsplash.

Hace años conocí a un pastor y enseñador muy reconocido. Hace bastantes años me contó que fue invitado por una iglesia a dar una serie de exposiciones bíblicas. La invitación fue hecha ocho meses antes de su posible visita. Resulta que cuando faltaban unos tres meses le enviaron un material para que lo leyera y considerara. El volumen a considerar era de unas doscientas y pico páginas, y el tema que trataba era sobre escatología; es decir sobre la segunda venida de Cristo. 



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Mi amigo se sorprendió cuando recibió dicho material, pero mucho más cuando también leyó la carta adjunta. En ella le decían que leyera atentamente lo que le habían enviado pues, si no asumía todo cuanto allí se decía sería mejor suspender su visita. O sea, su ministerio como enseñador bíblico quedaba invalidado para ellos por el hecho de que no estuviera de acuerdo en algún asunto relacionado con el tan complejo y debatido tema como es el de la escatología. 



Ni que decir tiene que la visita del invitado no se produjo. Nadie en su sano juicio va a aceptar semejantes impertinentesimposiciones y falta de respeto a la libertad que tenemos de posicionarnos ante cualquier tema de la Biblia; y sobre todo en uno tan debatido como el mencionado. Además, los que le invitaron no lo hicieron para que enseñara sobre escatología; pero además, la ética pastoral le impediría usar su ministerio para enseñar algo contrario a la dirección de los que le invitaron. ¡Lógico!



Los ejemplos sobre estas actitudes impertinentes de instituciones, iglesias y personas que tratan de imponer sus criterios teológicos sobre los demás, adoptando actitudes del todo impertinentes se podrían contar muchos dentro del campo “evangélico”. Pudiera ser por cuestiones como el gobierno de la iglesia, el ministerio de la mujer en la iglesia, el uso del velo en los cultos, la actualidad y pertinencia o no de ciertos dones espirituales, el tema denominacional y un largo etcétera. Calvinistas declarados que, a juicio de los llamados arminianos limitan la gracia de Dios solo a los elegidos, mientras que muchos de los denominados arminianos les acusan de faltar contra el evangelio de la gracia de Dios ¡e incluso hay quienes les acusan de sostener “doctrinas de demonios”! Casi nada.



Por supuesto cada uno tenemos la responsabilidad de estudiar, buscar al Señor y somos libres de adoptar la posición que consideremos más correcta en todos los temas. Ante estos interminables debates y las actitudes tan impertinentes que adoptan algunos, hasta el rechazo de sus contrarios, deberíamos considerar algunas realidades. En principio, los grandes sistemas teológicos del cristianismo no son la Revelación de Dios; o sea, no son perfectos. Solo son intentos sinceros de hombres que han tratado de entender lo que las Escrituras dicen en relación con los temas esenciales de la Revelación divina, para así enseñarlos. Sea cual sea el tema considerado, siempre vamos a encontrar posiciones diferentes a la nuestra. Pero eso no debería suponer, necesariamente, un atentado contra las grandes doctrinas esenciales de la fe cristiana, porque en tal caso sería otra cuestión. Por una parte, las distintas discrepancias entre los teólogos ponen de manifiesto nuestras limitaciones a la hora de entender de forma correcta/perfecta/completa, todas las verdades que se nos presentan en las Sagradas Escrituras. Pero por otra parte también llegamos a la conclusión de que la Revelación que hemos recibido de Dios a través de las Sagradas Escrituras es mucho más grande que nuestro propio entendimiento y que nos sobrepasa, por muy capacitados que estemos, tanto desde el punto de vista espiritual como intelectual. Esa doble realidad bastaría para que nosotros adoptáramos una actitud humilde y respetuosa en relación con aquellos con los cuales no estamos de acuerdo. Porque los años también nos han enseñado que si bien a medida que pasa el tiempo somos confirmados en “la verdad presente” (2ªP.1.12), con cierta frecuencia hemos visto que aquello en lo cual estábamos muy convencidos hemos tenido que “reajustarlo” mucho más de lo que creíamos. Pero sobre todo y más que nada, en aquella actitud impertinente que manteníamos hacia otros con los cuales no estabábamos de acuerdo. Actitud que tampoco concordaba con el Espíritu de Cristo. Porque lo que más duele es que muchos no solo pretendan imponer sobre los demás sus propios criterios sino que estos impertinentes creyentes, doctos o no, pretendiendo estar en posesión absoluta de “la verdad” - “la sana doctrina”- rompen su relación con hermanos y amigos, faltando de esa manera contra la doctrina más importante que es la doctrina del amor.



Estas actitudes impertinentes se han dado siempre en la Historia de la Iglesia. Pongamos por ejemplo, el caso de George Whitefield y Juan Wesley. El primero llegó a romper su amistad con Wesley por el hecho de que aquel se inclinaba hacia la doctrina calvinista de la soberanía de Dios, en relación con la salvación (con todo cuanto sabemos que implica) mientras que Wesley se inclinaba más al arminianismo enfatizando, en cierta medida, la responsabilidad del ser humano ante la salvación ofrecida por Dios. Lo cual no significaba que Wesley no creyera en la soberanía de Dios, sino que tenía una visión diferente a la de Whitefield.



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Sin embargo, el gran predicador Whitefield defendía y apoyaba la esclavitud cuando otros cristianos hacía mucho tiempo que estaban denunciándola y luchando contra ella. Entre éstos últimos estaba su amigo Juan Wesley, quien denunció el comercio y la tenencia de esclavos, prestando su apoyo y dando ánimos al gran luchador abolicionista, William Wilberforce. 



Ahí tenemos a dos hombres de Dios: uno defendiendo la doctrina calvinista sobre la salvación, creyendo que estaba en “la sana doctrina”, “la doctrina correcta”; pero con cierta miopía a la hora de interpretar el texto bíblico en su totalidad; por lo que resultó en tener una antropología bíblica deficiente. Mientras el otro, Wesley, el “arminiano”, el “equivocado” y “extraviado” desde el punto de vista teológico de Whitefield, llegó a unas mejores conclusiones antropológicas con respecto a la doctrina bíblica del ser humano, tal y como fue hecho “al principio”, que diría Jesús. Sin embargo el primero, equivocado como estaba en su concepción antropológica-bíblica (en mucho, por ser literalista en su interpretación del texto bíblico) no tuvo inconveniente en ser más combativo contra su amigo, en incluso romper su amistad con Juan Wesley, por causa de la doctrina calvinista del doble decreto divino sobre la salvación y perdición de las almas. Aunque dicha enemistad fue temporal. 



Eso es lo que pasa a muchos “defensores de la sana doctrina”. Ellos creen que están en ella; pero fallan estrepitosamente desde el momento en que para defenderla ante sus hermanos que no piensan como ellos, pasan por encima de la doctrina del amor de Dios. El problema es que algunos de los hombres de Dios del pasado se han convertido en paradigmas para muchos creyentes que no sólo les guardan fidelidad en sus presupuestos teológicos (eso no está mal en sí mismo) sino que también siguen manteniendo la misma actitud impertinente que mantuvieron algunos de aquellos. Evidentemente, esto último no es de recibo.



Sin embargo hay una lección importante que hemos aprender de los nombrados Whitefield y Wesley. Es cierto que el primero era más impetuoso y fue el que creó el conflicto en el movimiento del metodismo a causa del énfasis en su posición de la doctrina calvinista de la soberanía de Dios, en contra de la posicion del arminianismo de Wesley, llegando a crear una división dentro del metodismo. Sin embargo a pesar del ímpetu y la combatividad teológica de Whitefield hay que alabar que tenía un espíritu noble y humilde para reconocer cuando se había equivocado:



La moderación en los procedimientos y en las palabras estaba incuestionablmente al lado de Wesley, cuyo temperamento y calma eran más pácificos que los del impetuoso Whitefield. Éste, no obstante, compensaba la vehemencia de sus ataques con el pronto reconocimiento de sus errores y con la bondad de corazón que siempre manifestaba. En cuanto a Wesley, siempre se rehusaba a publicar una línea polémica contra su antiguo amigo. Un día que le pidieron que contestara a uno de los folletos de su adversario, dijo: ‘Bien podéis leer lo que Whitefield diga contra Wesley, pero nunca leeréis lo que Wesley diga contra Whitefield’ (…) Whitefield y Wesley, sin modificar sus ideas, no tardaron en reconciliarse y terminar sus querellas. Se cambiaban servicios recíprocos y aun se cedían mutuamente sus púlpitos (…) sus corazones eran demasiado cristianos para olvidar la armonia perfecta que existía entre ambos sobre las verdades esenciales de la fe”.i



De Whitefield aprendemos que siempre tendremos la oportunidad de rectificar cuando nos equivocamos y que, a pesar de no estar de acuerdo con nuestros hermano/s, siempre debería haber la suficiente ternura en nuestro corazón, para trabajar a favor de recuperar la amistad, caso de que se haya perdido; aunque eso no signifique que tengamos que pensar ni caminar juntos en todo.



Algunos seguramente pensarán que las cosas no son tan fáciles, que hay asuntos y temas que necesitan ser tratados desde la denuncia profética y la separación… Creo que estamos de acuerdo en eso. Pero mi exposición trata más bien de la relación entre hermanos que confesamos la misma fe apostólica que no es arminiana, ni calvinista, ni pentecostal, ni cesacionista, ni dispensacionalista, etc., pero que, seguramente tiene parte o mucho de todo eso. 



Afortunadamente, están surgiendo hombres y mujeres que saben mantener sus convicciones personales y teológicas con firmeza, pero a la vez respetan y aman a sus hermanos que no piensan como ellos con un amor práctico huyendo de esa actitud impertinente por la cual, muchos no solo pretenden que los demás piensen como ellos sino que, además, rompen su relación y amistad con ellos. 



Sin embargo, hay otra opción y es que… Siempre cabe la posibilidad de hacer como la Iglesia Romana, y fundar una especie de “Congregación para la Doctrina de la Fe”ii que determine lo que los demás tenemos que creer, allí donde no nos ponemos de acuerdo. O como hace la Sociedad de los llamados “Testigos de Jehová”, con su “Grupo Gobernante” con sede en Nueva York. Ellos son los encargados de “interpretar” las Escrituras para todo el movimiento de sus seguidores. O esa, “El siervo fiel y ‘discreto’ que les da el alimento a su tiempo” (Lc.12.42). Pero nuestros lectores entenderán que esa no es una opción válida para aquellos que somos y nos llamamos “evangélicos/protestantes”. ¡De ninguna de las maneras! 



 



Notas




i (Juan Wesley. Su vida y su obra. Casa Nazarena de Publicaciones. 1911. Pp. 98,99)





ii La llamada “Congregación para la Doctrina de la Fe” era la conocida, antiguamente, como “La Santa Inquisición” fundada para defender la doctrina católica de las herejías.



 

 


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