El Nuevo Testamento enseña que la esperanza forma parte de la redención en Cristo. La esperanza es un seguro de fe contra la muerte.
Considero que mis artículos de las dos últimas semanas sobre la depresión y la angustia quedan incompletos sin escribir de la esperanza.
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En puros términos estadísticos, el concepto de esperanza aparece con frecuencia en la Biblia. La Palabra inspirada de Dios es un libro henchido de esperanzas y de esperas. “He puesto en Jehová el Señor mi esperanza”. (Salmo 73:28). “Esperaré al Dios de mi salvación”. (Miqueas 7:7).
En el Nuevo Testamento la esperanza no es un elemento añadido a la vida del cristiano, es el principio íntimo de la fe: “Aguardamos por la fe la esperanza”. (Gálatas 5:5).
Aunque en los Evangelios no aparece una doctrina expresa de la esperanza, el mensaje de Jesús es siempre un mensaje de esperanza: “En esperanza fuimos salvos”. (Romanos 8:24), dice San Pablo.
Al escribir sobre la esperanza quiero apartarme momentáneamente de la Biblia y proceder al análisis y comentario de la obra dramática más importante producida en Europa, estrenada en París en 1953 y representada en Nueva York tres años después: Esperando a Godot, del irlandés, afincado en Francia, Samuel Beckett, Premio Internacional de Literatura en 1961 y Premio Nobel de Literatura en 1969.
Beckett pone en escena a dos vagabundos, Estragón y Vladimir en un lugar solitario, junto a un árbol seco. Esperan la llegada de un tercer personaje, Godot. A media espera surgen otros dos personajes, Pozzo y Lucky, amo y criado, quienes protagonizan situaciones de violencia. La espera se interrumpe en dos ocasiones por la llegada de un muchacho joven, con recados de parte de Godot, pero el mismo Godot no acaba de aparecer.
En Esperando a Godot hay una fuerte carga de simbolismo religioso. El nombre del personaje sugiere el de Dios (God en inglés). Beckett menciona la Biblia. Habla de Dios. Evoca el arrepentimiento. Nombra el infierno, el cielo, la muerte, alude a los cuatro Evangelios, trata de los dos ladrones que fueron condenados junto a Jesús, utiliza una frase de San Agustín: “No desesperéis; uno de los dos ladrones se salvó. Pero no os jactéis, el otro se condenó”.
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En Esperando a Godot hay un fuerte mensaje de esperanza. Es la historia de la humanidad errante en espera de un Dios que nunca llega.
Como Meursalt, protagonista de El Extranjero en la obra de Albert Camus, los componentes humanos de Esperando a Godot se desesperan y angustian, presos de la mecánica humana, desorientados sin esperanzas en un mundo donde todo es rutina, monotonía, marionetas al capricho del tiempo.
Ni Vladimir, ni Estragón, ni Pozzo, ni siquiera el joven mensajero están seguros de que Godot acuda a la cita. Dice Vladimir: “Nos ahorcaremos mañana, a menos que venga Godot. ¿Y si viene?, pregunta Estragón. Nos habremos salvado, responde Vladimir”.
En los tiempos que vivimos no existen los grandes ateos que en los siglos xviii y xix escribieron miles de páginas negando la existencia de Dios. Ahora no interesa Dios ni siquiera para combatirlo. Se le ignora con un encogimiento de hombres. “Si existe Dios o no existe me da igual”.
Pero en la obra de Beckett triunfa la esperanza. El árbol que permanece en el escenario durante todo el tiempo de la representación, seco, descarnado, cuando se levanta el telón en el segundo acto, ha florecido. No cabe la desesperanza cuando brotan las hojas verdes. Si los árboles reverdecen, también hay esperanza de felicidad para los seres humanos.
El árbol floreció en el curso de una sola noche. En cuestión de horas podemos pasar del llanto a la alegría si aceptamos el mensaje de esperanza que la Biblia ofrece.
En la conclusión de este análisis me fijo en el personaje de Lucky. Todo el tiempo de la representación tiene una cuerda anudada al cuello y carga con una pesada maleta. No abandona la carga hasta el final de la obra. Lucky representa aquí junto al judío errante de la leyenda, a todos los hombres y mujeres que llevan sobre sí la carga de una vida errada y se niegan a aceptar la invitación de Cristo, quien nos abre el corazón en estas palabras: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. (Mateo 11:28).
El Nuevo Testamento enseña que la esperanza forma parte de la redención en Cristo. La esperanza es un seguro de fe contra la muerte: “Sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa hecha de manos, eterna, en los cielos”. (2ª Corintios 5:2).
No es esta la única cita del apóstol Pablo sobre la esperanza. Escribiendo a Timoteo le dice que Jesucristo es nuestra esperanza. (1ª Timoteo 1:1). En la carta que manda a los miembros de la Iglesia en Colosas insiste en la misma idea: “Es Cristo en vosotros la esperanza de gloria”. (Colosenses 1:27). Y a los de Roma recomienda estar “gozosos en la esperanza”. (Romanos 12:12).
Para quienes vivimos con esperanzas venideras, el tiempo no vuela, sino corre hacia lo infinito. Y los ropajes de nuestra esperanza son las puertas abiertas en la eternidad: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo habría dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. (Juan 14:2).
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