Cuando se da la espalda al dolor de los hombres, es peor que aborrecer. Es indiferencia que mata y deja tirado en la estacada al prójimo sufriente. Por eso, el evangelizado que evangeliza, o sea, que se abre tanto a Dios como a los hombres, no tiene por menos que escandalizarse e indignarse viendo como hay hombres que son víctimas desgraciadas y que hay verdugos deshumanizados que se van deteriorando hasta perder su calidad de seres humanos.
Si a las víctimas se les roba dignidad, los verdugos pierden humanidad y su aparente dignidad es una mentira. Los verdugos que despojan y desequilibran el mundo llevándolo a una tan desigual redistribución de los bienes del planeta, que resulta escandalosa en gran manera, se deshumanizan y reducen al no ser de la marginación a más de medio mundo... sus víctimas. ¡Cómo se puede evangelizar el mundo sin tener en cuenta este escándalo de los sufrientes del mundo!
Pueden parecer palabras duras las que digo, pero duro fue también tanto el mensaje de Jesús, en búsqueda de justicia y paz, condenando al acumulador necio. También fueron duros sus ejemplos de servicio y de posicionarse al lado de los débiles y sufrientes del mundo. No podemos hacer ahora nosotros un Evangelio de lujo que se posiciones del lado de los integrados y poderosos del mundo, mientras somos indiferentes y damos la espalda a tantos sufrientes a los que, a veces, les pedimos resignación, sin que compartamos ni renunciemos a nuestros niveles de bienestar en el mundo rico. Es una locura y alicortamos la evangelización. No es consecuente.
Hemos de insistir una vez más que no queremos identificar el Evangelio con el fomento de una ética social, pero si una evangelización es insolidaria y no busca la promoción de la justicia en el mundo ni la liberación de los sufrientes, sería también una evangelización inhumana que se alinea con los verdugos del mundo.
No puedo entender una evangelización que sea indiferente al dolor de las víctimas, que no denuncie en la línea profética, que no comparta el pan y la vida. Muchos sistemas evangelísticos se alejan tanto de los estilos de vida, prioridades y compromisos de Jesús con los débiles, oprimidos, proscritos y marginados, que da miedo ver las vidas y posicionamientos de muchos evangelizadores. No son auténticos agentes de evangelización ni de liberación. Deberíamos hacer una reflexión profunda sobre qué entendemos por evangelización, volver nuestro rostro hacia Dios y pedirle que tenga misericordia de nosotros a la vez que nos hace misericordiosos en nuestra evangelización.
No quiero ser una voz exagerada, ni predicar la depauperación de los creyentes, ni exigir renuncias totales ni escandalosas, pero no me cabe duda que deberíamos estar más abiertos a una evangelización solidaria, denunciadora, que busque la justicia y la paz, que ofrezca salvación también en nuestro aquí y nuestro ahora, que nos abra al hombre en su sufrimiento, que nos ayude a compartir, que nos convierta en agentes de liberación y que nos haga instrumentos en las manos de Dios para predicar una salvación que se prolonga hasta la eternidad. Personas que se religan a Dios en una auténtica religión que, guardándose sin mancha hasta el fin, sea capaz también de preocuparse por los menesterosos, huérfanos y viudas, prototipos de los marginados del mundo bíblico. Una evangelización que también en la práctica de lo humano se abra también hacia lo divino, pues el hombres es el lugar sagrado por excelencia para Dios.
El Evangelio es anuncio de una nueva situación, de una Buena Voluntad que debe llegar al hombre en la tierra, es oferta de salvación y liberación, es la práctica de una nueva espiritualidad que nos transforma en nuestro entendimiento y en nuestra mente. Y esta Buena Noticia, este cambio, esta práctica, esta oferta de nueva vida, no se hace sólo de palabra. Debe de tener toda una acción y una práctica de vida consecuente. La fe tiene un compromiso con la historia y, de alguna manera, ve en la dignidad del prójimo, en sus derechos humanos inherentes al ser persona, en su necesidad intrínseca de justicia y paz, algo de divino, algo del reflejo de la imagen de Dios que todos somos. Es por eso que toda la riqueza del mundo se queda pequeña ante la vida de un hombre, sea cual sea su situación. A veces no somos conscientes de esto y nos liamos en normas y legalismos, pero Jesús nos dijo que dejemos en un lugar secundario nuestras leyes, nuestra economía, nuestra empresa, nuestros negocios, porque el mayor bien es el poder dignificar, liberar o salvar la vida de un hombre. Cuando Jesús dijo a los preocupados por sus bienes y sus ganados, que “más vale un hombre que una oveja”, toda esta filosofía estaba detrás.
Un solo hombre vale más que todo el oro del mundo, que todo mercado, que toda la marcha de la economía... Merece la pena no evangelizar sólo pensando en lo metahistórico, pues Jesús se preocupó, de manera especial y sin perder de vista la trascendencia, por la situación concreta del hombre en su aquí y su ahora. La fe hace que yo vea al hombre como algo en cierta manera divino, imagen de Dios y, cuando miramos con el ojo de la fe, no podemos soportar la opresión y la injusticia contra el hombre. Así, también evangelizamos cuando clamamos contra todo tipo de discriminación y exclusión de los hombres... aunque al clamar contra la opresión y el sufrimiento, clamemos también contra todo tipo de violencia o venganza. Eso no entra en la evangelización que comparte la vida, el pan y la Palabra. La evangelización que nos ofrece perspectivas de eternidad.
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