La soledad

Un estudio de la Organización Mundial de la Salud afirma que más de un 20% de las personas mayores en China, Europa, Estados Unidos y América Latina sufren de soledad.

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Otro estudio llevado a cabo en Madrid por la Cadena Ser de radio en marzo de este año indica que la soledad no deseada es un fenómeno más extenso de lo que se creía y el colectivo que más la sufre no es el de las personas mayores, como cree el 65% de los ciudadanos, sino el de los jóvenes. Es el dato más significativo del estudio. “Este sentimiento –añaden sus autores– no afecta igual en todos los grupos de edad. La mayor incidencia se da en jóvenes de 18 a 24 años, seguido del de 34 a 44 años. Entre los mayores de 65 años la soledad la padece el 13%”.

Sociólogos ocupados en el tema de la soledad han quedado extrañados ante los resultados del estudio promovido por la Cadena Ser, por cuanto siempre se ha creído que la soledad se daba principalmente en personas mayores, viudos y viudas o personas solteras que nunca llegaron a contraer matrimonio.

El problema de la soledad se acentúa en los hogares unipersonales. El 13% de las personas encuestadas viven solas. La proyección del Instituto Nacional de Estadística estima que dentro de 15 años uno de cada tres hogares será unipersonal.

Este aislamiento social genera sufrimiento y el 77% de los consultados lo considera un problema importante, lo que el porcentaje de los que se sienten solos alcance altas cuotas entre los parados, los pensionistas y los emigrantes.

Poetas, filósofos y músicos de todos los tiempos han cantado himnos de gloria a la soledad de la mujer y del hombre. Desde la contundencia de Séneca: “Nunca estamos solos”, a la afirmación de Schopenhauer: “La soledad es la suerte de todos los espíritus extraordinarios”, pensadores de todas las latitudes y a lo largo de generaciones han exaltado la soledad diciendo de ella que es la situación ideal del ser humano.

Otros lo han desmentido. El número dos tiene en matemáticas más valor que el uno. El uno expresa soledad; el dos unidad, pareja, compañía, amor. La persona incapaz de amar acaba odiando la soledad. El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer dio en la diana cuando escribió: “La soledad es más hermosa cuando se tiene a alguien a quien decírselo”. Según el escritor, diplomático y poeta español Agustín de Foxá, “podemos dominar los vientos, someter las olas del mar, vencer la gravedad, alcanzar éxitos científicos y tecnológicos, llegar a controlar las enfermedades, a suprimir el dolor, pero si la mujer y el hombre no tienen el propio corazón junto a otro corazón que lata al unísono, estaremos fracasando como seres humanos”.

Campoamor escribió sobre la soledad en compañía:

Sin el amor que encanta,

la soledad de un ermitaño espanta.

Pero es más espantosa todavía

la soledad de dos en compañía.

Cuando la actriz sueca Liv Ullman decidió separarse de su pareja, el realizador cinematográfico Ingmar Bergman, dijo: “Creo que es más fácil aceptar sentirse sola, cuando lo estás realmente, que estar con alguien y sentirse sola”.

La Biblia trata en sus páginas acerca de la soledad humana y la plenitud divina. En palabras dirigidas a Moisés, Dios le dice: “No serán vistos vacíos delante de mí”. (Éxodo 34:20). Cuando la tierra estaba “desordenada y vacía”, decretó: “Sea la luz”. (Génesis 1:2-3). Al comprobar que al primer hombre le afligía la soledad, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”. (Génesis 2:18).

Las razones morales de la compañía están contenidas en un simpático texto de Salomón: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayere, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del sólo!, que cuando cayere no habrá segundo que le levante. También si dos durmieran juntos, se calentarán mutuamente, más ¿Cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán”. (Eclesiastés 4:12).

Según las estadísticas, millones de seres humanos en todos los continentes arrastran la amargura de la soledad porque no la canalizan hacia Dios. Levantan murallas terrenas en lugar de construir puentes que le encaminen al Eterno, porque al otro lado del puente siempre está Él.

A este respecto, el novelista y periodista gallego Wenceslao Fernández Flores escribió un artículo en el diario ABC en el que decía: “Hubo épocas afortunadas, la Edad Media es una de ellas, en las que la compañía de Dios era sentida con tal autenticidad que compensaba con creces las humanas soledades. Ahora vivimos una sociedad que ha perdido a Dios, que padece la huida de Dios y que trata de aferrarse a sí misma, señalando a sus individuos con signo social, acudiendo para ello a toda suerte de compromisos”.

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Aún más claro lo pone el genial escritor italiano Giovanni Papini en su biografía de Cristo: “En el desierto terrestre no hay más que un diálogo posible: El del alma con Dios. Pero hay millones de almas que no le escuchan, que no le conocen, millones que no saben entenderlo, millones que no le obedecen, millones que no le aman. Y no sabiendo hablar con el único que puede comprenderlas, no pueden ni siquiera hablar con otras almas. El hombre, al rehusar al Eterno Compañero, queda irremediablemente solo”.