El tweet de Dios sobre el peligro de la codicia sexual

En los libros escolares de mi infancia solían aparecían en determinadas páginas algunos cortos poemas o sentencias, que servían para ilustrar una verdad que era importante tener en cuenta. Al ser tan breves era fácil retenerlos en la memoria, hasta el punto de que con el paso de los años no cayeran en el olvido. Uno de ellos era el que decía que por un clavo se perdió una herradura, por la herradura se perdió un caballo, por el caballo se perdió un caballero, por el caballero una guerra y por la guerra un reino. Es decir, algo insignificante, que parece no tener la menor importancia, puede ser el desencadenante que desemboque en consecuencias de envergadura trascendental.

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Somos testigos de esa verdad cada vez que asistimos a la crónica de un voraz incendio que ha arrasado montes y casas, porque las investigaciones demuestran que todo comenzó con un detalle mínimo, como una colilla o una chispa, que inflamó lo que estaba a su alrededor y se extendió de manera descontrolada. En la mayoría de las veces es así, aunque haya ocasiones en las que ha sido un rayo el que ha provocado la destrucción.

Pero pasando del terreno natural al moral es fácil efectuar la misma transición de lo pequeño a lo grande, porque las catástrofes morales comienzan todas con lo que es nimio. El proceso por el que alguien se despeña se inicia en el corazón, con un deseo desviado al que se acoge y alimenta, que termina por convertirse en una obsesión abrumadora de la que no se puede escapar. Una vez que el proceso se ha puesto en marcha irá a más, hasta el punto de envolver y dejar atrapada y cautiva a la persona que ha permitido el inicio de ese proceso.

Y lo mismo que ocurre en el plano individual sucede en el colectivo, cuando sociedades dejan que nazcan y se desarrollen en su seno ideas perversas que irán ganando terreno y aceptación, hasta llegar a ser consideradas normales y de vanguardia. Pero no pasará mucho tiempo para que lo que parecía correcto y necesario muestre su verdadero rostro, de confusión y destrucción.

Y es que el huevo de la serpiente ya lleva en su interior a la serpiente misma, por más diminuta que pueda ser, porque el mal, para serlo, no depende de su cantidad, sino de su naturaleza. Por eso, la actitud de desidia e indiferencia ante la presencia y acción del mal en sus primeras etapas es la señal de que el derrumbe es inevitable.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘No codicies su hermosura en tu corazón, ni ella te prenda con sus ojos.’ (Proverbios 6:25). El texto tiene dos partes, porque hay dos protagonistas que llevan la iniciativa en cada una de ellas. En la primera es un varón que ante la presencia de una mujer hermosa puede codiciarla, radicando el peligro de la codicia en que por naturaleza no se conforma ni se contenta con ciertos límites, al desatar un mecanismo que no acabará hasta consumar el deseo ingobernable dominante. Es en el corazón donde se gesta este maligno desarrollo y como el corazón es el centro de la personalidad todas sus facultades quedarán cautivas de ese deseo, sin que haya una que quede exenta del mismo. La voluntad, la imaginación, la memoria, el sentimiento y el pensamiento se ponen al servicio de la codicia, llegando a ser sus instrumentos para el fin que a estas alturas es ya imperioso. En este momento ya no hay vuelta atrás, porque la escapatoria fue factible en el primer momento en el que la codicia quiso surgir, pero como no se mató entonces, ahora ya ha adquirido el mando total.

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El otro protagonista activo en este pasaje es una mujer, quien sabe cómo emplear sus recursos para prender al varón. Una de las acepciones que tiene la palabra que se ha traducido como prender es la de atrapar o capturar, es decir, apoderarse, que se emplea en otras partes de la Biblia para indicar la acción por la que alguien se hace con el control de un objeto o de un territorio. En este caso es de un varón, que queda bajo el dominio de una mujer. El arma que emplea son los ojos, aunque literalmente la palabra usada es párpados, porque entonces, como ahora, los párpados se pintaban para dar realce y hechizo a la mirada, siendo el antimonio la sustancia empleada, procedente de unas algas marinas. Jezabel se pintó con antimonio cuando Jehú llegó a Jezreel, con la intención de impresionarlo y tal vez seducirlo. También el profeta Jeremías alude a esa costumbre, cuando describe a Jerusalén como a una prostituta ataviada convenientemente y pintada con antimonio, para atraer a sus amantes.

En este tweet Dios avisa al varón para que no ceda ante la tentadora insinuación que se le presenta y no se deslice por el resbaladizo suelo de la codicia, no dejándose arrastrar por lo que desde dentro tira de él, ni por lo que desde fuera tira de él.  Y aunque el discurso que estamos escuchando ahora mismo nos diga que nos agrademos a nosotros mismos, es vital escuchar la enseñanza proveniente de este pasaje, porque en ello nos va nuestra integridad y nuestra vida. El otro discurso no es más que un discurso de engaño.