Comunicar el Evangelio no es sólo el anuncio de salvación metahistórica, sino también la denuncia y la realización del mensaje en medio de los focos de conflicto a través de la acción social comprometida con el hombre, tendente a su liberación y al mejoramiento de sus condiciones humanas. De ahí que sea correcto hablar de la acción social evangelizadora.
La acción de los cristianos en el mundo, buscando la dignificación de las personas y las mejoras de las condiciones sociales en que viven muchos colectivos empobrecidos y excluidos del mundo, es de naturaleza teológica y, por tanto, deviene en evangelización.
Es por eso que Jesús no predicó el Evangelio sólo con palabras, sino con todo tipo de signos, milagros y sanidades que indicaban que el Reino de los Cielos ya estaba entre nosotros, aunque tengamos que hablar de un “todavía no”, aunque no haya llegado el Reino de Dios aún en toda su plenitud. Jesús, el Verbo, la Palabra, no se preocupó solamente de dar un mensaje de salvación exclusivamente verbal, sino que evangelizó con hechos, denuncias de la injusticia, dignificación de personas, sanidades, compromiso con los débiles y predicó siempre desde la perspectiva de los excluidos del sistema y de los pobres del mundo. Muchas veces la iglesia pierde esa visión, esa perspectiva, y deja de ser iglesia del Reino, deja de ser iglesia evangelizadora a pesar del lanzamiento de múltiples mensajes de tipo salvífico.
Jesús no fue ajeno a las problemáticas humanas, no pasó de largo ante las injusticias del hombre contra el hombre, no fue ajeno a la marginación de los débiles, a la situación de aquellos que eran considerados pecadores por la pequeña comunidad de los autoconsiderados puros. No pasó de largo de los marginados, de los ignorantes, de los estigmatizados, de los proscritos. Sus estilos evangelizadores de vida y sus prioridades, estaban en la línea de la solidaridad con aquellos a los que quería dignificar. Jesús, así, en su evangelización, en su anuncio, no fue ajeno a la injusticia, a la paz, a la crítica de la hipocresía religiosa, a la denuncia de la acumulación de riquezas, al abuso de los poderosos contra los más débiles, a los problemas socioeconómicos y políticos del momento, a la preocupación por los que tienen hambre, por los enfermos, por los endemoniados, por los últimos, por los ínfimos.
Todo ese estilo de vida, todas esas prioridades estaban ligados al anuncio de las Buenas Noticias, del Evangelio, del establecimiento del Reino de Dios entre los hombres que irrumpe en nuestra historia con su nacimiento, con el nacimiento de Jesús.
Evangelizar, por tanto, no es sólo proclamar verbalmente el mensaje de salvación, aunque éste sea correcto. No se evangeliza a un ser abstracto y desencarnado de su realidad social y política. La evangelización tiene que estar enraizada y arraigada en la más cruda realidad. La evangelización, además de anuncio es denuncia. Denuncia de las situaciones injustas que hacen sufrir a los hombres. No podemos decir que evangelizamos si, además de proclamar las Buenas Noticias, no nos involucramos en una acción liberadora del hombre promoviendo, mediante la búsqueda de la justicia y la paz entre los hombres, un mundo más justo en el que el hombre se pueda desenvolver creciendo como hombre, como ser humano.
Es por todo esto que, una auténtica evangelización no puede estar desligada del servicio al hombre, no puede ser ajena a toda una acción social liberadora y dignificadora, es por eso que no hay una Teología Primera de proclamación, adoración y culto, y una Teología segunda referida a la misión diacónica de la iglesia, al servicio al prójimo, a la acción social solidaria con el hombre que se mueve en medio de un mundo de dolor. Es por eso que la evangelización es nula cuando se separa del testimonio y de la vida.
La evangelización no es sólo anuncio, sino testimonio, vida compartida en la que se comparte el pan y la palabra, dignificación y promoción social de las personas.
Tiene que haber coherencia entre fe y vida, fe y testimonio, fe y servicio, fe y acción social liberadora, fe y dignificación de las personas, fe y búsqueda de la mejora de las condiciones de vida de los que sufren, fe y projimidad, fe y compromiso. De otra forma, la verbalización insolidaria de la Palabra, no es auténtica evangelización. La evangelización no es sólo anuncio y proclamación, sino que es transmisora de vida abundante no solamente para el más allá, sino para nuestro aquí y nuestro ahora. No debemos anunciar el Evangelio de espaldas a la realidad social, de espaldas a las estructuras de maldad que oprimen.
El evangelista que publica las Buenas Noticias debe vivir el Evangelio en servicio a los más débiles intentando que sus situaciones sociales, que les roban dignidad, cambien, y los valores del Reino le cubran para vivir más humanamente. Eso es la práctica de la projimidad no ajena a la evangelización. Caminan juntas.
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