Si analizamos bien las situaciones y la relación que existe entre evangelio y cultura, podríamos llegar a decir que se da una cultura no evangelizada y una exculturación del Evangelio, al menos en la radicalidad en que se dan muchos de los valores cristianos.
Los valores del Reino que también hemos de comunicar en nuestra evangelización, son la propuesta de un nuevo orden radical de valores de los cuales vamos a analizar algunos. Son valores que no se dan en nuestra cultura actual, no están presentes en nuestras formas culturales.
No hemos evangelizado con éxito la cultura, parece que el Evangelio ha quedado exculturado. La inversión de valores que hace Jesús con tanta radicalidad en las parábolas del Reino, o en muchos otros pasajes neotestamentarios, no están presentes en las formas de la cultura que nos rodea en el mundo hoy, ni en las formas de evangelización de los cristianos. Por ejemplo:
“También los pecadores aman a los que los aman”. Según Jesús, no tenemos que amar solamente a los que nos aman, o prestar o dar a aquellos que nos lo pueden devolver. Si esperamos esa reprocidad, estamos fuera de las pautas de los valores del Reino. El nuevo orden de valores evangélicos es dar y compartir con aquellos que no nos pueden devolver nada. La ley de reprocidad debe saltar hecha pedazos para con los seguidores del Maestro, para los evangelizadores.
No parece que la cultura actual esté evangelizada en esta línea. Nos mantenemos en la línea de la ley de reprocidad. Si doy, espero que me den o que me lo devuelvan. El dar, amar o prestar sin esperar nada, en gratuidad, no está anclado en nuestras culturas. No hemos sabido evangelizar en estas líneas de valores. Nos siguen pareciendo locura.
Hay unos conceptos en este nuevo orden radical de valores evangélicos que llaman la atención y que, quizás, no lo hemos sabido aplicar ni siquiera dentro de nuestras iglesias: “Los últimos serán los primeros”. No hemos sabido trasladar en nuestra evangelización, esta idea de justicia misericordiosa. Es como si no entendiéramos o no nos gustara esta justicia misericordiosa de Dios que paga a los últimos, a los trabajadores a los que nadie había querido contratar, los primeros y, además, con el mismo salario que a los que habían estado trabajando todo el día. No hemos sabido transmitir estos valores a la cultura, no hemos sabido evangelizarla en estas líneas de los valores del Reino, no henos sabido inculturar el evangelio en estas líneas de justicia misericordiosa. ¿Han quedado todos estos valores exculturados? ¿No hemos sabido evangelizar en esta línea las culturas occidentales o, quizás, ninguna de las culturas?
A lo largo de más de veinte siglos de cristianismo, la cultura no se ha evangelizado con los valores del Reino. Esto ha tenido y tiene hoy en el mundo consecuencias de guerras, venganzas, odios. No podemos amar a nuestros enemigos, no podemos hacer bien a los que nos aborrecen, no podemos bendecir a los que nos maldicen, ni orar por los que nos calumnian. El amor a los enemigos no se comprende en el mundo hoy. Hoy podemos ver que países que se consideran cristianos, no solamente responden al mal con el “ojo por ojo y diente por diente”, sino que se sigue practicando la venganza de Lamec:
“un varón mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo será” (Gn. 4:23). No hemos avanzado mucho desde la maldita venganza de Lamec que se suaviza con la ley del Talión y que Jesús supera con la ley del amor. Hoy podemos responder con guerras que matan a miles a cambio de nuestra herida... aunque nos llamemos cristianos. No podemos amar a los que nos aborrecen, maldicen, calumnian o hieren, no podemos bendecirles, no podemos hacerles el bien... Pero, ¿no son estos valores evangélicos? Yo creo que los cristianos no hemos alcanzado la madurez que implica el nuevo orden radical de valores que emergen con la irrupción del Reino de Dios entre nosotros.
Quizás nos falte algo del fundamento de la evangelización, una evangelización que, siguiendo a Jesús, tiene una radicalidad que no hemos podido contagiar a la cultura, a los valores culturales y sociales. El nuevo orden de valores que implica la extensión del Reino de Dios, brillan por su ausencia en medio de nuestras culturas y en medio de nuestras proclamas evangelísticas... ¡Y queremos ser sal y luz en medio del mundo donde Dios nos ha puesto! ¿Qué ha pasado con este nuevo orden de valores evangélicos? ¿Son contra natura? ¿Van en contra de la naturaleza humana, de nuestra ética humana? ¿No hemos de evangelizar en estas líneas?
Quizás lo que se espera de los cristianos que ya
no viven, como diría el Apóstol Pablo,
sino que es Dios el que vive en ellos, es que sepamos ponernos por encima del orden natural caído, de proclamar una subversión de valores que nos acerque al nuevo orden radical de los valores del Reino... y esto no se consigue sólo con palabras, sino que La Palabra hay que avalarla con nuestros estilos de vida, con nuestros hechos, haciendo al verbo carne para que podamos fecundar toda cultura con nuestras palabras, ejemplos, acciones y estilos de vida. ¿Cómo no vamos a poder, en la evangelización, no sólo compartir La Palabra, sino el pan y la vida?... ¡Aunque la perdamos!, pues éste es otro de los valores que hemos de pasar a nuestra cultura:
“El que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por causa del Evangelio la hallará”. Estos valores del Evangelio, del Reino de Dios, no son locura, al menos no son locura para Dios, aunque para la cultura no evangelizada lo sea.
Al haber abandonado estas referencias de este orden radical de los valores del Reino, no es extraño que nuestro Evangelio no se Buena Nueva. Hemos perdido la novedad que el Evangelio implica. Nuestros mensajes evangelísticos no son novedad en el mundo, no subvierten ni cambian los valores, no hacen inversiones positivas ni radicales de los valores de esta sociedad de consumo, violenta y vacía. Tenemos que recuperar, en nuestra evangelización, la novedad del Evangelio, la Buena Nueva de salvación para el más allá y de liberación y dignificación de los hombres en nuestro aquí y nuestro ahora. Os invito no sólo a compartir la vida, el pan y la palabra, sino a ser levadura, sal y luz viviendo el cristianismo desde su radicalidad más absoluta. ¡Bendita locura!
Si quieres comentar o