En los brazos de la cruz hay acogida para todos y capacidad de perdón. La cruz como símbolo de amor incondicional, aunque sin olvidar nunca el sufrimiento que costó al propio Hijo de Dios.
Se aproxima la Semana Santa. Muchos van a contemplar la cruz con diferentes miradas, verla desde diferentes aristas y recovecos. Quizás nunca hay que mirar ese instrumento ambiguo, de muerte para muchos y de salvación para otros, a través de una sola lupa, de una sola perspectiva, de una sola apreciación. Hay que examinarla de forma múltiple.
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Una de estas lupas o miradas más comunes es aquella que cuando miramos a través de ella vemos la cruz de Jesús como instrumento de muerte, de dolor, de crimen, de tragedia. No es mala inspección visual, pues, realmente, así era, pero lo importante es que no solo era eso. Nunca es bueno mirar desde un solo y único cristal.
Si miramos solamente desde sólo desde esas lentes, lupas o cristales veremos que nos darán una visión que ha llevado a muchos cristianos a ver la cruz como patíbulo maldito. Si lo llevamos a un extremo, quizás impidamos dar un paso más para ver otros aspectos que se ven desde otros cristales o prismáticos importantes para contemplar la cruz. Para entender la cruz se necesitan varios tipos de miradas, darle vueltas, analizar.
Un ejemplo: recordemos el énfasis que ponen los católicos en su iconografía cristiana, cruz que nos habla continuamente de crimen mostrando aspectos de un cadáver ya frío, de un costado sangrante, manos clavadas, pies traspasados con grandes clavos, espinas clavadas en su frente. Todo esto de una manera profusa, insistente y a través de imágenes de palo o piedra. Cantidad de iconos e imágenes yertas que se ven desde este prisma. La cruz no se acaba ahí.
Los evangélicos usamos mucho menos estas lentes, no tenemos esa iconografía de ese patíbulo tan cruel y maldito. Quizás, por el miedo de que caigamos en la adoración de las imágenes, tendemos a buscar otras miradas, porque habría que observar a través de un prisma de múltiples ángulos, buscando una visión de conjunto que de a la cruz todo su auténtico sentido. Esta primera mirada es imposible desecharla, pero hay muchos otros ángulos.
Lo empobrecedor son los énfasis fijos no plurales y las radicalidades. El peligro es usar unas lentes de mirada unidireccional. Las formas de comportamientos religiosos son muy diferentes dependiendo de en qué mirada hagamos mucho más énfasis. Si se hace como la cruz como instrumento maldito de muerte, va a llevar a muchos al hecho de que, además de la iconografía religiosa católica mostrando a un Jesús frío y yerto en la cruz, se dé lugar a muchos otros efectos religiosos, muchas otras manifestaciones religiosas unidireccionales y/o exageradas. Nunca hay que ser unidireccionales.
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Los efectos religiosos que se perciben desde esta visión única de crimen y dolor potenciados al máximo y olvidando otras formas de mirar, van a dar lugar a que, en esta Semana Santa y en las calles de las ciudades, se vean procesiones con penitentes que exaltan el martirio, que lo sufren junto al dolor, que lo sangran usando todo tipo de flagelaciones.
Yo creo que este sufrimiento, este crimen, en muchos ambientes de Semana Santa se celebra y realza mucho más que, por ejemplo, la alegría de la resurrección. Hay que tener siempre en cuenta estas dos caras de una y de la misma realidad de un Jesús que se hizo hombre para ofrecernos un camino de salvación. No se puede potenciar una mirada mucho más que otra. Hay que usar prismas de diferentes ángulos, de perspectivas variadas.
Quizás es que para nosotros los evangélicos hay una visión especial que es el que nos hace mirar la cruz desde el glorioso acontecimiento de la resurrección. Quizás es que los evangélicos miramos mucho más desde este glorioso evento y, así, nos faltan los penitentes, las flagelaciones, las espaldas o rodillas sangrantes. Y es que, sin duda, mirar desde este prisma da mucha más visibilidad a la fuerza liberadora de la cruz. Pero siempre hay que mantener un equilibrio entre ambas posturas.
Nunca hemos de perder de vista la multiplicidad de miradas desde donde se puede contemplar la cruz y no quedarnos anclados en uno solo por muy importante y certero que sea. Hay que mirar la cruz desde el cristal que nos dé una visión de conjunto del Evangelio que comporta también el de la cruz como instrumento de muerte.
Quizás sea que a la cruz no la hemos de contemplar siempre mirándola allí en el Calvario. Hay que sacarla fuera y llevarla por el mundo como fuerza liberadora de las víctimas de esta tierra, una cruz indicadora de que gracias a ella hay esperanza para un mundo caído. Quizás haya que mirar a la cruz desde el prisma de la gracia y de la misericordia de Dios que, en el fondo, glorifica a ese maldito instrumento de muerte dejando un tanto difuminado el crimen y resaltando la fuerza de la gracia. Solo así la cruz se convierte en unos brazos que se extienden hacia todos los lados en forma de acogida, de anuncio de posibilidad de salvación.
La cruz desde la gracia puede ser un símbolo de ese padre del Hijo Pródigo que con sus brazos abiertos esperaba cada día a su hijo perdido, al malgastador de hacienda, al pecador. En los brazos de la cruz hay acogida para todos y capacidad de perdón. La cruz como símbolo de amor incondicional, aunque sin olvidar nunca el sufrimiento que costó al propio Hijo de Dios. Lentes de amor. Bonita mirada la del del amor.
Quizás por todo esto los evangélicos no necesitamos una iconografía que muestre la fría muerte, el asesinato, el crimen, el dolor y el grito de abandono del Hijo del mismo Dios, no solamente porque sepamos todo lo que la Biblia dice con respecto a las imágenes, pero para nada debemos cerrar los ojos y dar la espalda a este sufrimiento. Junto al grito de dolor de Jesús se lanzaba otro que ha quedado para ánimo del mundo cristiano: ¡Hay esperanza! Hay esperanza porque la Cruz del Calvario podemos sacarla de ese monte de la Calavera y llevarla por el mundo como símbolo de amor, de solidaridad, liberación, acogida, justicia y salvación, tanto para la eternidad como para nuestro aquí y nuestro ahora.
Se acerca la Semana Santa. Busquemos miradas de múltiples aristas. No es extraño que estos aspectos desde ópticas positivas y desde la mirada de la resurrección, no deje para muchos evangélicos ninguna duda de que el plano prioritario es el de la alegría de la resurrección, pero, intentemos cierto equilibrio y que nunca olvidemos lo que podemos contemplar desde otras miradas de gran significado que muestran el sufrimiento y el dolor del propio Hijo de Dios. Miradas de salvación, de justicia, de rescate, de misericordia… de amor.
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