Cosas que llevamos cuando nos vamos: reflexiones sobre los jóvenes libaneses que se marcharon

“Todos los inmigrantes libaneses que conozco siguen hablando del Líbano, pero nadie quiere volver”, compartió Samar. Samar, de 27 años, lleva en los Emiratos Árabes Unidos desde 2020.

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Volver no es una opción para ella porque se ha acostumbrado a la sensación de estabilidad que le ofrecen los Emiratos. “Empecé desde abajo y he pasado por muchas vicisitudes aquí. Es duro volver al caos de casa, pero espero de verdad que las cosas mejoren porque el Líbano es donde tengo mis recuerdos... y todo lo demás.”

La emigración libanesa no es nada nuevo. En el siglo XIX, concretamente de 1880 a 1914, el Líbano fue testigo de su primera oleada migratoria tras el colapso de la economía libanesa de la seda; su segunda oleada se produjo durante la Guerra Civil de 1975-1990; recientemente, ha experimentado una tercera oleada.

En la actualidad, el número de libaneses que viven fuera del Líbano es el doble que el que vive dentro. Sin duda, últimamente el Líbano ha vuelto a perder un tesoro nacional. Ha perdido su juventud. He sido testigo de ello en mi propia familia. Dos de mis hermanos viven actualmente en el extranjero. También lo he visto en mi iglesia. Samar es un ejemplo. Elsie es otro.

Elsie, de 29 años, está embarazada de su segunda hija. Las cosas no fueron fáciles para ella y su marido cuando llegaron a Francia en 2021.

Hoy están instalados y agradecidos por su nueva vida allí. Al igual que Samar, Elsie no se plantea volver porque, en palabras suyas: “Toda nuestra educación y nuestro duro trabajo habrían sido en vano si nos hubiéramos quedado allí. No teníamos seguro de vida. Ni siquiera teníamos dinero para vivir. Es triste que, como libaneses, crezcamos queriendo irnos.

Pero irse nunca es fácil. Lejos de su patria, la gente lucha con sentimientos de vulnerabilidad y, en algunos casos, de inferioridad o insignificancia. Como inmigrante, uno se siente un extraño en su país de acogida y, poco a poco, también en su país de origen. Las visitas a casa son cada vez menos frecuentes y, con cada visita, las cosas parecen un poco menos iguales. Los seres queridos han envejecido y cambiado y los lazos ya no son tan fuertes como antes.

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Quedarse tampoco es fácil. La generación joven se siente atrapada. Se van porque no tienen futuro en el Líbano. Sin embargo, en cuanto llegan a su país de acogida, se dan cuenta de que han sido arrojados al abismo, pero deben seguir nadando porque no pueden volver a la orilla. El Líbano les ha abandonado. Ahora están solos.

Pero, ¿es posible que, sin saberlo, hayan abandonado el Líbano? La gente tiene diferentes motivos para marcharse. Algunos pueden soportar lo que otros no. Pero vale la pena recordar que, cuando Dios nos quiere en algún lugar, no debemos tomar la salida más cercana a la primera señal de dificultad. Me gustaría creer que el pueblo de Dios siempre acababa donde Dios quería, sobre todo porque es una idea reconfortante. Salieron de Egipto y llegaron a la Tierra Prometida porque Él así lo quiso. Fueron llevados como cautivos a Babilonia porque Él lo quiso. El remanente regresó a Jerusalén porque Él lo quiso.    

[destacate]La soberanía de Dios es una constante indiscutible a lo largo de la historia, y es, de hecho, una noción reconfortante.[/destacate]Sin duda, la soberanía de Dios es una constante indiscutible a lo largo de la historia, y es, de hecho, una noción reconfortante. Pero ¿y si Moisés se hubiera quedado en Madián, por ejemplo? ¿Y si Rut hubiera vuelto a Moab? ¿Habría utilizado Dios a otra persona como en las palabras de Mardoqueo: “Porque si callas en este momento, el alivio y la liberación de los judíos surgirán de otro lugar”? (Ester 4:14) O, en una nota más aleccionadora, ¿habría interrumpido su desobediencia la obra de Dios en ese tiempo y lugar específicos?

El debate sobre la migración es bastante complejo porque las experiencias reales de los migrantes no pueden agruparse claramente en categorías. No intento dar ninguna respuesta en el marco de este blog; ni tampoco pretendo ser una autoridad en la materia, que varios estudiosos ya lo han hecho en profundidad. Escribo este blog como un saludo a los jóvenes libaneses que recientemente han tenido que abandonar este país. ¿Pueden oír su dolor en el espíritu de Nehemías 1 y del Salmo 137?

Mi pueblo está en gran apuro y desgracia. La muralla de Beirut está derribada y sus puertas incendiadas. Cuando oigo estas cosas, me siento y lloro. Estaba desesperado por irme al extranjero. Me fui en busca del futuro que perdí, pero los recuerdos del hogar y de los seres queridos me persiguen. Están siempre presentes ante mí. ¿Cómo cantaré la canción del Señor en tierra extranjera? Si te olvido, oh Beirut, ¡que mi mano derecha olvide su destreza! Que mi lengua se pegue al paladar, si no me acuerdo de ti.

La ciudad de Jerusalén estaba en ruinas en los días de Nehemías, una mera sombra de su antigua existencia. Cuando Nehemías oró, recordó a Dios su pacto y le pidió que hiciera algo. Entonces se ofreció como voluntario para ser el recipiente a través del cual Dios se movería. Un pueblo disperso se unió a Nehemías para volver a formar un asentamiento que sufría explotación económica. Decir que se trataba de una empresa laboriosa sería quedarse corto, pero se aferraron a su visión y siguieron adelante.

Del mismo modo, ¿podría algún día la diáspora libanesa unir sus manos a los que permanecen en el Líbano y cambiar las cosas? ¿Podrían volver algún día y traer la reforma, igual que Nehemías recibió el encargo de volver a Jerusalén y reconstruir la muralla?

A menudo oímos hablar de la difícil situación de las personas que están atrapadas aquí en un pantano de corrupción. Pero no siempre nos acordamos de los que se vieron obligados a marcharse. A nuestros amigos y familiares que están lejos: Dios no os ha abandonado. Oro para que Él sea vuestro hogar. Él no ha renunciado al Líbano, así que vosotros tampoco lo hagáis, aunque hayáis sentido que el Líbano os ha abandonado.

Teresa Sfeir, responsable de comunicación y edición del Seminario Teológico Bautista Árabe.

Este artículo se publicó por primera vez en el blog del Seminario Teológico Bautista Árabe, y se ha vuelto a publicar con permiso.