Muchas veces, la
“mercancía evangélica” que promocionamos también carece de estas características solidarias. Es más: carece del fuerte compromiso que el Evangelio tiene con el prójimo y no entiende de las fuertes e ineludibles dimensiones de servicio que se desprenden del amor cristiano. Es por eso que, a veces, al evangelizar, pareciera que estamos promocionando una mercancía más de autodisfrute en un mundo mercantilista e insolidario.
La presión de un mundo globalizado tiende a reconfigurarnos a todos de la misma manera. Los creyentes no escapan a estas presiones y, muchas veces, nos
“conformamos a este mundo”, es decir, adoptamos la forma que el mundo quiere darnos, un mundo estructurado de manera que todo es mercancía, toda relación es mercantilista, todo lo asumimos en nuestro
“almacén vital” como propio, no compartible, como avaros o necios preocupados por el posesivo mío. Así, también en el campo evangelístico, promocionamos la idea de
“mi alma” y
“mi salvación”, de la que queremos disfrutar insolidariamente suprimiendo, muchas veces, las dimensiones de entrega, solidaridad y servicio, las dimensiones de projimidad, que deben emanar de toda evangelización que se hace desde los valores del Reino de Dios.
Muchos tipos de evangelización nos enseñan a almacenar bienes espirituales para consumo propio hasta que nuestros “graneros del alma” están rebosantes, pero no nos capacitan para abrir nuestras manos en solidaridad y acogida al prójimo sufriente. Nuestra capacidad de escucha y de servicio ha quedado almacenada en esos
“graneros del alma” de los que insolidariamente disfrutamos. La voz de lo alto no tardará en sonar: ¡Necio! Tu alma no es tuya. Esta noche vendrán a pedírtela y lo que has almacenado egoístamente, ¿de quién será?... Aún estamos a tiempo de romper nuestros graneros, de esparcirlos, de darnos en entrega y servicio al otro, de predicar y vivir un Evangelio de entrega, compromiso y servicio al prójimo, aunque se pierda algo de autodisfrute… aunque parezca que estamos perdiendo la vida, porque es, entonces, cuando la estaremos ganando.
La configuración social del mundo, bajo la óptica del capitalismo neoliberal, bajo la lógica del mercado, la producción y el consumo, bajo la óptica mercantilista en donde todos pugnan por consumir y acumular, puede afectar al contenido de los valores evangelísticos que comunicamos. La ley del mercado, de la competitividad y del consumo insolidario de espaldas al grito de los sufrientes y empobrecidos del mundo, puede pasar también al mundo de la evangelización. Evangelizamos, a veces, con los mismos parámetros con los que vendemos las mercancías en un mundo global en donde lo más globalizado es la injusticia y el abandono del prójimo despojado, herido y tirado al lado del camino, quizás esperando la llegada del Buen Samaritano que debe emerger de las filas de los evangelizados. Hemos construido una
“casa humana” insolidaria en donde los valores del Reino de Dios parece que no tienen cabida. Hemos configurado y moldeado a los hombres de manera que se adapten bien a esa casa y, los que no pueden adaptarse, presas de la opresión y el despojo, que se queden insolidariamente en la estacada, tirados inmisericordemente.
Hemos convertido al mundo en un gran almacén, una gran tienda con infinidad de artículos para comprar y disfrutar.
El disfrute y la felicidad parece que consiste en tener y poseer lo que muchos otros no pueden alcanzar. No existe en el mundo un espacio amplio para dar, compartir, ofrecer. No existe en el mundo un espacio para que se cumplan las ideas del profeta: “Venid y comprad sin dinero y sin precio”. El cristianismo se ha adaptado a vivir en el gran almacén que es el mundo y está intentando, continuamente y de forma compulsiva, comprar para tener todo para su disfrute. No hemos sabido crear el espacio de la gratuidad en donde se debe mover la evangelización. Parece que en el mundo la única libertad que se conoce es la de elegir entre varios tipos de mercancías que yo puedo meter en mis graneros, sean estos los “graneros del alma”, o las cuentas corrientes que dan capacidad de compra de las más variadas mercancías.
Falta una evangelización en la línea de Jesús que proclame a este mundo mercantilista que
“la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”, que no todo es producto y mercado insolidario, que en la evangelización debe predominar la llamada a la gratuidad, al compartir, a la hermandad, a la solidaridad, a la ausencia de precio económico… al dar.
Que la llamada debe ser la del profeta: “A todos los sedientos: venid a las aguas. Y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed sin dinero y sin precio”… Porque hay cristianos con nuevos valores en el mundo con manos abiertas y corazones desprendidos que anuncian nuevos valores que pueden transmutar y cambiar los valores injustos e insolidarios de un mundo configurado para el consumo. Cristianos que no se han dejado conformar con respecto a los patrones de este mundo y sus valores antibíblicos.
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