Siempre hay razones para temer. Las promesas de Dios son que la Gracia que necesitas hoy no te faltará mañana.
Se suele atribuir a Einstein la frase de que hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez, pero que del universo todavía dudaba. La necedad humana es tan grande, que parece no tener límites. Es por eso por lo que alguien como Stanley Kubrick (1928-1999), lo que temía de la energía atómica no era su asombrosa capacidad de destrucción, sino la locura de que algún idiota pueda tener en sus manos el poder para poner en marcha un mecanismo imparable que llevara a una hecatombe nuclear. Esa es la pesadilla que irónicamente, plantea en su película Doctor Strangelove (1964) –conocida en España como Teléfono rojo, ¿volamos hacía Moscú? o en Latinoamérica como Dr. Insólito o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba–.
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El miedo a la bomba viene no solo de su utilización en Hiroshima y Nagasaki, sino de la guerra fría que llevó en los años 50 a un auténtico pánico en países como Estados Unidos, ante una crisis como la de los misiles de Cuba en los años 60. La histeria que produce el terror rojo ante la amenaza de un conflicto que puede llevar a la destrucción atómica es alentada por el macartismo, que en su obsesión anticomunista empieza a ver el peligro del “enemigo interior”.
Todo esto lleva en los años 50 a una serie de películas que expresan ese miedo en términos de una amenaza extraterrestre y en los 60 en clave de política ficción como en La hora final, de Stanley Kramer, o El mensajero del miedo, de Frankenheimer. Kubrick trastorna una vez más, los códigos narrativos de este subgénero cinematográfico con la sorprendente Dr. Strangelove (1964), que lleva el asombroso subtítulo de O cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la Bomba.
[photo_footer]Lo que temía Kubrick de la bomba atómica no era su capacidad de destrucción, sino la locura de que algún idiota pudiera poner en marcha un mecanismo imparable.[/photo_footer]
Kubrick estudió tan extensamente el tema, que dice que leyó entre 70 u 80 libros sobre el peligro de la guerra nuclear. Se suscribió a publicaciones como la Revista de las Fuerzas Aéreas y el director del Instituto de Estudios Estratégicos le recomendó leer una novela titulada Alerta Roja (1958). Estaba firmada con el seudónimo de Peter Bryant, pero el apellido del autor era realmente George, un oficial de las Fuerzas Aéreas, agente del Servicio de Inteligencia Británico, que se suicidó poco después de estrenarse la película. A diferencia de otros libros, la novela evitaba el tono sensacionalista y alarmista, pero mostraba seriamente la amenaza. Como dice el título original en inglés, Dos horas para el final, se centra en un tiempo limitado, ideal para la acción dramática.
La novela carece del tono paródico, que le da Kubrick. Su planteamiento serio recuerda al libro en que se basa el proyecto paralelo de Sidney Lumet, Punto Límite (1964), que como ocurrió con Espartaco y Los gladiadores, amenazaba el éxito del film con una producción similar de alguien que colaboró con Kubrick en Atraco perfecto. La historia está basada en un libro publicado dos años antes, que tiene el titulo original de la película en inglés, Fail Safe. La protagoniza Henry Fonda, pero Kubrick logró que se estrenara siete meses después, por una sucia estratagema con una denuncia de plagio del libro en que se basa Teléfono Rojo, Alerta Roja.
[photo_footer]La crisis de los misiles de Cuba en los años 60 produce una histeria que amenaza un conflicto que puede llevar a la destrucción atómica.[/photo_footer]
Este sería el film que consagraría a Kubrick en Hollywood, al ser nominado al Oscar como mejor película, director y guion adaptado, ofreciendo también la candidatura a Peter Sellers de mejor actor protagonista por su triple papel de militar británico, presidente de los Estados Unidos y el Dr. Strangelove, que da título original a la película. Su estreno coincidió con el asesinato de JFK, lo que dio aún más publicidad al estreno, que fue acompañado de una novedosa campaña de promoción. La fecha se retrasó un poco, pero solo tuvieron que cambiar una frase que hablaba de “un agradable fin de semana en Dallas” –lugar del magnicidio de Kennedy– por Las Vegas. A pesar de ello, varios estados la prohibieron por atentar contra las instituciones militares. Eran los mismos donde ganó el republicano Goldwater, que por sus giros oportunistas empezaron a llamar Strangewater, como el personaje de Kubrick.
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Esta es la primera película que hace también sin su compañero de instituto como productor, James Harris, que se dedica a la dirección a partir de ahora. No tiene gran éxito comercial, pero sigue con inquietudes que recuerdan a Kubrick, basado ya en Inglaterra. El apoyo económico a Kubrick depende de la actuación de Peter Sellers, que iba a hacer hasta un cuarto papel de comandante tejano, pero una torcedura de tobillo y la dificultad del acento le hicieron desistir de ello. Las transformaciones de este protagonista camaleónico me hacen pensar en la idea de Ian Kershaw de que el carisma de alguien como Hitler, era ser como un espejo en el que todos proyectaban lo que querían ver.
La impresionante sala de mandos que construyen en un estudio cerca de Londres tuvo tal efecto que se cuenta que hasta cuando Reagan llegó a ser presidente en 1981, preguntó dónde estaba el gabinete de guerra en la Casa Blanca, lo que nunca ha existido. En un lado de la sala está una mesa con comida, donde rodaron una escena de “pelea con tartas” al estilo del cine mudo, que quitaron de la película, pero se pueden ver las fotos en Los archivos personales de Stanley Kubrick de la exposición que hubo en Madrid en el Círculo de Bellas Artes. Todo rodado en un blanco y negro espléndido. A partir se ahora sólo hará cine en color.
La responsabilidad del ataque recae en los mandos medios como el general Ripper, que hace Sterling Hayden –el organizador del nefasto robo de Atraco perfecto–, un veterano de la guerra de Corea que cree en la reencarnación como el general Patton o Eisenhower. El paranoico general inicia una guerra contra Rusia, convencido de que hay una conspiración comunista para envenenar el agua potable, que le produce impotencia sexual.
[photo_footer]Este sería el film que consagraría a Kubrick en Hollywood, al ser nominado al Oscar como mejor película, director y guión adaptado.[/photo_footer]
Cuando le criticaron tratar semejante tragedia en clave humorística, Kubrick contestó que “en el contexto de la inminente destrucción del mundo, la hipocresía, los malentendidos, la lascivia, la paranoia, la ambición, el eufemismo, el patriotismo, el heroísmo, e incluso lo razonable pueden provocar una risa espeluznante”. En una nota manuscrita del año 1962 dice:
“El cinismo, la pérdida de valores espirituales, dos guerras mundiales, la desilusión comunista, el psicoanálisis, han obligado al escritor a mantener a su protagonista al margen, indiferente, agobiado con los problemas relativos a la vida. Si el mundo moderno pudiera resumirse en una sola palabra, esta sería absurdo. La única respuesta realmente creativa a todo esto es la versión cómica de la vida”.
Kubrick no consideró, por eso Teléfono Rojo una película “particularmente antibélica”. Dice al escritor Joseph Heller que ha “utilizado la guerra como una forma de esclarecer la realidad”. La ve como “una continuación de la vida, una forma muy adecuada de condensar la personalidad humana”. Ya que cree que “sería difícil encontrar a alguien que diga que está a favor de la guerra”, como tampoco cree que “nadie piense que sería bueno destruir el mundo”.
“La mayoría de las personas, yo incluido –dice Kubrick al autor de Trampa 22–, tiene una actitud no resuelta sobre su propia muerte. Creo que fue Sartre quien dijo que si hay algo que haría feliz a un hombre condenado, sería el pensamiento de que al día siguiente de su ejecución, un cometa chocaría contra la Tierra y lo destruiría todo. El pensar en que el mundo podría destruirse al mismo tiempo desvela una atracción inconsciente por resolver el problema de la propia muerte."
[photo_footer]La sala de mandos que construyen en un estudio cerca de Londres lleva a Reagan a preguntar en 1981 dónde estaba el gabinete de guerra en la Casa Blanca, lo que nunca ha existido.[/photo_footer]
En la entrevista que dio Kubrick a la revista Playboy en 1968 dice a Eric Nordern: “Dado que cada vez menos gente encuentra consuelo en la religión, creo que inconscientemente encuentran una especie de consuelo perverso en la idea de que en caso de guerra nuclear, el mundo desaparecerá con ellos. Dios está muerto, pero la Bomba perdura. Así pues, ya no están solos, ante la terrible vulnerabilidad de su mortalidad.”
El miedo a la muerte es el temor a lo desconocido. La ansiedad anticipatoria que trae un futuro tan cierto, que no podemos escapar de él, nos domina hasta perder toda motivación y energía. Decía Corrie Ten Boom, la mujer cristiana holandesa llevada a un campo de concentración nazi por esconder judíos en su casa, que “la preocupación no vacía el mañana de su tristeza, sino que te quita hoy, las fuerzas”. El miedo nos paraliza.
El mandato más frecuente en la Biblia no es amar a Dios y al prójimo, o ser santo, sino no tener temor o miedo. El Autor de la vida nos dice así algo no solo del mundo en que vivimos, sino el tipo de vida al que Dios nos llama cuando llegamos a ser sus hijos. Ante el temor del futuro (Salmo 64:10) debemos llevar “cautivo todo pensamiento a Cristo” (2 Corintios 10:5). Si no lo hacemos, serán ellos los que nos tengan cautivos a nosotros. No se trata de suprimirlos o distraernos, sino de recordar las promesas de Dios, que nos libran de la desesperanza.
[photo_footer]Podemos tener esperanza porque aunque sabemos que no podemos confiar en el ser humano, podemos esperar todo de Dios.[/photo_footer]
Siempre hay razones para temer. Sea la guerra, ahora en Ucrania, o cualquier otro conflicto que haya en nuestra vida, pero las promesas de Dios son que la Gracia que necesitas hoy no te faltará mañana. Debemos vivir hoy, confiando en el mañana, sabiendo que “su misericordia es nueva cada día” (Lamentaciones 3:23).
Podemos tener esperanza porque sabemos que aunque no podemos confiar en el ser humano, podemos esperar todo de Dios. Debemos basar nuestra vida en su carácter y promesas. Nuestra esperanza última no está en saber lo que el futuro nos aguarda, a pesar de la obsesión evangélica por el fin del mundo, sino en Dios. Él tiene el futuro en sus manos soberanas de amor.
Si Dios está por ti (Romanos 8:31), ha planeado todo para ti (v. 28). Te librará de todo lo que está en contra tuya (v. 32). Nunca te dejará (Hebreos 3:15). Lo que tenemos es que confiar en Él.
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