Se necesita el grito de la iglesia contra ese gran escándalo de la humanidad que es la pobreza, la opresión y el sufrimiento de tantos que, según la Biblia, afecta al mismo Dios.
¿Se oye hoy el grito de la iglesia en el mundo? La Biblia no es ajena al hecho de que hemos de estar dispuestos, si es necesario, a gritar. Así se ve en los profetas desde el “grita a voz en cuello” a otras llamadas al hecho de no callarnos y estar dispuestos a lanzar nuestro grito siempre a favor de los desheredados, de los abusados, de los oprimidos, de los pobres y débiles de la tierra. También se percibe en la Biblia como un grito de Dios a favor de tantos y tantos despreciados, excluidos y desclasados del sistema mundo. Hemos de estar dispuestos siempre a unirnos a ese grito de Dios o que Dios dice que lo lancen sus profetas.
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Debe oírse claramente el grito bíblico, grito de Dios por los “don nadie”, por los desprotegidos, los mínimos. Creo que la iglesia debería estar siempre, en pro del concepto de projimidad que nos dejó Jesús, unida a ese grito, sea a voz en cuello, sea escrito o a través de su ejemplo comprometido con los débiles del mundo.
Se necesita el grito de la iglesia contra ese gran escándalo de la humanidad que es la pobreza, la opresión y el sufrimiento de tantos que, según la Biblia, afecta al mismo Dios. A mí lo hicisteis, por mí lo hicisteis, die Jesús en Mateo 25 en el contexto del Juicio de las Naciones. Es como si este gran escándalo del mundo afectara de forma directa a la sensibilidad de Dios mismo que nos podría llevar a gritar, tanto por justicia como por misericordia. En esas líneas se debe mover tanto nuestro grito como nuestra denuncia.
Esto nos debería hacer pensar que hemos de trabajar para que en el mundo se oiga el grito de la iglesia en compromiso con los apaleados, con los tirados al lado del camino, con los abandonados y estigmatizados. Incluso por los injustamente considerados pecadores por aquellos que, quizás, se han autojustificado a sí mismos. El grito de la iglesia debería sonar como con voz de trompeta que alertara al mundo de la injusticia y el holocausto de tantos y tantos contemporáneos nuestros,
Iglesia, no silencies tu grito. Es necesario que la iglesia se levante con su voz de sonora trompeta para que el pan en el mundo sea repartido y pueda llegar no solamente a los pobres en mayor o menor grados, sino que llegue prioritariamente a los casi mil millones de hambrientos que hay en la tierra ante la mirada indiferente de millones y millones de cristianos en el mundo, siempre salvando a aquel remanente profético y justo que aún hay entre nosotros y que tienen voz de denuncia y de demanda de justicia y misericordia.
Gracias a Dios que siempre hay alguna que otra voz que, de alguna manera, intenta romper el silencio cómplice en el que, a veces, se desenvuelva tanto la iglesia como muchos de nosotros los llamados seguidores del Maestro que anduvo por la tierra haciendo bienes.
Iglesia, ¿se oye tu grito? Quizás es que hemos descafeinado el compromiso cristiano, lo que entendemos por la vivencia de la espiritualidad cristiana y hemos hecho un cristianismo cómodo, de puertas adentro que decimos estar llenos del Espíritu mientras, desgraciadamente, podemos dar la espalda al grito del excluido que suena sin fuerzas y sin conseguir romper el manto de silencio e indiferencia que, a veces, nos rodea.
Creo que ya no sabemos gritar a voz en cuello a favor de los débiles. Creo que se podría decir, con todo respeto y cuidado, que la iglesia tiende a parapetarse dentro de sus cuatro paredes haciendo que muchos que quieren vivir en compromiso y solidaridad con el prójimo acaben dando la espalda al templo.
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El mundo necesita oír el grito de la iglesia, un grito que reactive lo que, realmente, es vivir la espiritualidad cristiana en un mundo de dolor. Quizás así muchos humanos, creyentes y no creyentes, se unieran a ese grito de dolor, y comenzaran a actuar en pro de un mundo más justo, en pro del amor al prójimo, en pro de una justicia redistributiva de los bienes del planeta tierra de los cuales no se debe excluir a nadie.
No hay una enseñanza de una espiritualidad cristiana que sea sorda y muda, que sea indiferente y egoísta, que no tenga una visión y un criterio de lo que ocurre en un mundo tan desigual e injusto. Una espiritualidad sorda y muda estaría en contradicción con el concepto de prójimo que nos dejó Jesús y en contra de la enseñanza bíblica de que el amor a Dios y al prójimo deben de estar en relación de semejanza. Cuidado, hermanos, cuidado iglesias. El mundo necesita nuestro grito y éste debe ser claro, sonoro y comprometido en una acción en busca de lo justo y de lo misericordioso. Quizás entonces el mensaje de salvación eterna suene más claro y con más coherencia.
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