Esta cerrazón de nuestra propia Torre de Babel suele ser maligna para con los diferentes. Renunciemos a nuestra torre símbolo de la uniformidad.
Puede ser que, muchas veces, en nuestras iglesias estemos buscando, consciente o inconscientemente, la uniformidad. Eso es lo que pasaba en la Torre de Babel hasta que Dios la transformó en una experiencia de diversidad confundiendo sus lenguas. Cuidado con nuestra Torre de babel. A veces queremos que todos piensen y sientan igual como miembros de la misma congregación. Cualquier disidencia, cualquier opinión diferente o el hecho de ser una persona piense autónomamente o se haga preguntas nos molesta.
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Torre de Babel maldita. Pensamos en nuestros deseos de elevarnos y tocar el cielo, que todos debemos ser de la misma línea de costumbres de la iglesia, de aceptación de sus opiniones que, generalmente, creemos que deben coincidir. Pensamos ciegamente que debemos seguir las líneas pastorales sin que nos paremos a preguntarnos nada, sin que nos paremos a pensar de forma diferente o por nosotros mismos. La uniformidad de la Torre de Babel hasta que Dios confunda nuestras lenguas.
Esta cerrazón de nuestra propia Torre de Babel suele ser maligna para con los diferentes. Diferentes en cuanto raza, lengua, procedencia o cultura. Esto suele ocurrir, aunque no exclusivamente, con los inmigrantes que llegan a nuestras congregaciones de allende los mares y las fronteras, los que deberían ser los nuevos miembros a los que se les respetara en su cultura, en sus costumbres y formas de vida para que la iglesia así también pudiera vivir la interculturalidad y no una uniformidad que tiende a matar esas otras culturas que, desde la ignorancia, se consideran inferiores, creando así dentro de las congregaciones una cultura estanca que no se enriquece con aquellas personas que se integran o quieren integrarse como nuevos miembros. La influencia de deseos de uniformidad, nuestra Torre de Babel. En este caso no se dan cuenta que en la casa de Dios no hay extranjeros.
Llamamos al artículo “Nuestra Torre de Babel”, porque es un símbolo o icono de la búsqueda de la uniformidad, aunque claramente se muestra que Dios trastorna esa uniformidad de lenguas y formas de comportamiento, llegando a confundir sus lenguas. Parece que Dios nos estaba avisando ahí y con ese trastorno de lenguas que Dios quiere y se goza con la diversidad cultural, diversidad de lenguas, de razas, de costumbres. La confusión de lenguas en la Torre de Babel lo trastorna todo. La diversidad triunfa sobre la uniformidad rancia y estanca.
Torre de Babel maldita. Quizás este ejemplo, este icono de esta torre en la que se trastorna todo con la confusión de las lenguas, pueda servir de ejemplo a la uniformidad monolítica que se da en algunas de nuestras congregaciones y sirva para abrirse y acoger mucho más al otro aunque sea diferente.
Que sirva para crear diálogo enriquecedor e instructivo y que no se vea tan rápidamente la marginación del otro, del que piensa diferente, del que plantea preguntas quizás incómodas, del que tiene dudas que quiere resolver, del que piensa que las cosas podrían ser de otra manera, de los migrantes, los desclasados, los considerados ignorantes o personas de poca fe.
Probablemente la iglesia necesite el revulsivo que para la Torre de Babel fue la confusión de lenguas para aprender a valorar la diversidad en tantos y tantos sentidos. No sigamos construyendo en nuestras iglesias esa maldita Torre de Babel. Quizás es que la uniformidad que mira al diferente con cautela no es del agrado de Dios, quizás porque puede llevarnos al rechazo del diferente o al orgullo de lo nuestro que, en prepotencia, siempre lo consideramos lo mejor, lo más sabio y lo más adecuado teológicamente. Por tanto, dejemos de construir esa maldita torre y demos paso siempre a la diversidad, a la interculturalidad en donde las culturas se pueden relacionar sin prepotencias y en un plano de igualdad en donde en la relación intercultural todos se enriquecen.
Mucho más en el mundo de hoy en donde en nuestras ciudades y pueblos conviven tantos y tantos diferentes, pero que, en el fondo, son iguales. “Somos diferentes, somos iguales”, dice un lema que quiere favorecer la interculturalidad y evitar todo signo de racismo o xenofobia, así como el desprecio al diferente.
Renunciemos a nuestra torre símbolo de la uniformidad. No solo en la iglesia, sino que en el mundo de hoy estamos “condenados” a vivir la interculturalidad y el respeto al diferente. No. La Torre de Babel ni se puede ni se debe construir en el mundo hoy. Sería una barbarie, un intento de construir una uniformidad a la que es imposible de llegar. Sería dar lugar a la prepotencia y al orgullo de cultura, lengua, raza o religión.
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En el cristianismo no son contrarios ni excluyente el poder vivir el pluralismo, la interculturalidad y la unidad en el Espíritu, la unidad en una misma fe y en un mismo Dios. Hay que eliminar todo tipo de jerarquía entre las personas y entre los miembros de las iglesias. Hay que rechazar desde los presupuestos bíblicos, todo sentimiento de orgullo, de prepotencia y de superioridad.
La unidad cristiana no es ni debe ser una uniformidad en cuestiones culturales, de costumbres, de preferencias, de formas de opinión, evitando que las personas dejen de pensar por sí mismas y sigan al rebaño sin ningún tipo de esfuerzo intelectual. En la iglesia se debe dar, como he escrito y dicho en otras ocasiones, el multiforme rostro de Dios.
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