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Imágenes del mal en el cine de Stanley Kubrick (2)

El tema es una constante en las historias de Kubrick: un plan de acción supuestamente perfecto, que se echa a perder por errores y circunstancias, que muestran la falibilidad y el destino del ser humano.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 10 DE ENERO DE 2023 10:38 h
Senderos de Gloria no solo fue prohibida en Francia y Bélgica, sino también en España, Suiza e Israel.

Nos hacemos la ilusión de que tenemos el control de nuestras vidas. Hacemos planes como si estuviera en nuestras manos lograr lo que nos propongamos. Y cuando las cosas no salen como pensamos, creemos que ha sido mala suerte o culpamos a otros de nuestro infortunio. La verdad es que hay situaciones que no podemos cambiar y circunstancias que no dominamos, pero también está “el factor humano” que hace que no haya plan perfecto.



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A una mente calculadora como la de Stanley Kubrick (1928-1999) le intrigó siempre el hecho de por qué las cosas no salen como pensamos. En su segunda película –ya que siempre consideró la primera, Miedo y deseo (1953), como un mero ejercicio de aprendizaje, por lo que impidió su exhibición, para empezar su filmografía con El beso del asesino (1955) – se adentra en el terreno de otro subgénero muy popular desde los años 50, el del atraco y robo “perfecto”. El título que inicia esta variante del cine negro es La jungla del asfalto (1950) de John Huston, basada en la novela de William Burnett, que cuenta con el mismo actor que la película de Kubrick, Sterling Hayden.



Vi por primera vez Atraco perfecto (The Killing 1956) en el Cinestudio Griffith de Madrid, que programaba el director Fernando Trueba con ese crítico siempre provocador que ha sido Carlos Boyero. Eran finales de los 70 o principios de los 80, cuando iba al colegio y compraba cada mes la revista que hacían ellos con críticos tan extraordinarios como Miguel Marías o José Luis Guarner, Cuadernos de Cine Casablanca. Recuerdo que vi la película de Kubrick en un programa doble con A sangre fría de Richard Brooks. Yo estaba entonces obsesionado con el libro de Truman Capote, que me llevó al “nuevo periodismo”, pero me impresionó tanto la película de Kubrick que todavía me sorprende cómo me sigue asombrando que funciona como un reloj. Tiene un ritmo y dominio del tiempo que nunca ha logrado el montaje rápido del cine de acción que inunda las pantallas desde los años 80.



Kubrick hizo Atraco perfecto en veinte días con actores poco conocidos.



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Cine de autor



Kubrick dijo a Cahiers du Cinéma que Atraco perfecto fue su “primer trabajo realmente profesional”. La producción es de su compañero de instituto, Alexander Singer, asociado a alguien que conoció en el ejército, James Harris –que había fundado una compañía con el dinero de su familia, Flamingo–, pero la distribución era de United Artists. Cuenta Preminger que “cuando las otras productoras hacían un contrato con un independiente, querían la facultad de aprobar el rodaje y el montaje final”. Es por eso que es tan difícil hablar de cine de autor en el sentido francés, cuando tratas sobre el Hollywood basado en el sistema de estudios. Sólo hombres como Welles o Kubrick tenían control sobre la versión final de la película.



En los años 50 aumenta el número de producciones independientes en Estados Unidos, pero un tercio es de United Artists. Lo que pasa es que eran películas de serie B, o sea de cortos rodajes –Kubrick hizo Atraco perfecto en veinte días– y actores poco conocidos –incluso Sterling Hayden no valía más que doscientos mil dólares para la United Artists, por lo que Kubrick y Harris tuvieron que buscar más fondos–. El cine de serie B era de géneros populares en las crecientes zonas residenciales –los llamados suburbs en inglés, que no tienen nada que ver con los suburbios hispanos–, o sea del Oeste (western), tema criminal, violencia o sexo (exploitation) y películas para adolescentes (conflictos generacionales y delincuencia callejera).



Kubrick siempre prefirió la adaptación de un libro a un guion original. Como Welles o Hitchcock, era un gran lector y siempre estaba buscando libros que pudiera llevar a la pantalla. Conoció la obra de Lionel White por un comentarista deportivo, que escribió en la columna de un periódico que era la novela criminal más emocionante que jamás había leído. White era un autor de novelas de kiosco (Pulp fiction) de un tipo de género negro que se consideraba más duro (hardboiled) que otros, estilo Cain o McCoy. Kubrick leyó el libro y Harris compró los derechos, pidiendo a otro autor de la línea más dura del género negro, Jim Thompson, que escriba el guion con él, ya que admiraba su libro El asesino dentro de mí (1952) porque mostraba una violencia autodestructiva.



En su cine siempre un plan supuestamente perfecto, que se echa a perder por errores y circunstancias, que muestran la falibilidad y el destino del ser humano.



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¿Atraco perfecto?



El personaje que hace Hayden, Johnny, ha pasado cuatro años en la cárcel de Alcatraz, donde ha planeado un “atraco perfecto” al hipódromo de San Francisco. Para ello improvisa una banda de delincuentes de poca monta que incluye desde un policía que debe dinero a la mafia a un camarero que tiene a su mujer enferma, pasando por un tímido cajero que quiere impresionar a su dominante e infiel esposa con el dinero robado. Hay un hombre mayor en la sombra, Marvin, que tiene una peculiar relación con Johnny –según algunos autores como Christian Aguilera de padre/hijo, pero para otros como Gene Phillis, sugiere una relación homosexual–, aunque él vive con una mujer.



Todos son actores mayores, que suelen tener papeles secundarios, excepto la que hace de novia de Johnny, Colleen Gray, que recuerda a Kubrick como “un hombre de pequeña estatura que llevaba traje de faena, zapatones, mucho pelo y era muy tranquilo”. Ella esperaba que le dirigiese, pero “nunca decía lo que tenía que hacer”, lo que la ponía nerviosa, hasta que se dio cuenta que “ese era precisamente el efecto que quería conseguir”, porque su personaje es inseguro. La “mujer fatal” que hace Marie Windsor –hoy difícil de imaginar en el cine actual, tan lleno de heroínas e ideales de “sororidad”, que parece no hay lugar para las sombras en un papel femenino– cuenta en el documental Stanley Kubrick: Una vida en imágenes (2001) que “era un hombre amable y tranquilo, que nunca gritaba al equipo o a los actores”. Cuando quería decirles algo, hacía una señal con el dedo para alejarlos del rodaje y entonces les explicaba lo que quería.



El tema es una constante en las historias de Kubrick, un plan de acción supuestamente perfecto, que se echa a perder por errores y circunstancias, que muestran la falibilidad y el destino del ser humano.  Atraco perfecto nos recuerda que no hay plan, ni crimen perfecto. Hay circunstancias y errores que hacen que fracasen la mayoría de los proyectos humanos. Podemos creer como Foster Hirsch, que es “una visión poco prometedora del destino humano como víctima de fuerzas que no es capaz de controlar”, pero la desesperación que dejan este tipo de historias responde a una realidad de la que los personajes no pueden escapar.



Douglas no era solo un actor singular, sino un productor arriesgado.



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¿Senderos de gloria?



Issur Danielovitch era hijo de un trapero judío de Bielorrusia, que hizo de todo para sobrevivir desde que era niño, hasta llegar a ser el actor que conocemos con el nombre de Kirk Douglas. Cuando vio esa “modesta película titulada Atraco perfecto de exiguo presupuesto, pero insólita estructura”, quiso conocer al director, un chico que había empezado como fotógrafo a los 17 años. Tenía la misma curiosidad que mostró Orson Welles por un joven cineasta, que le pareció “un gigante”, pero que había hecho perder ciento cincuenta mil dólares a United Artists. Lo que pasa es que Douglas no era sólo un actor singular, sino un productor arriesgado, ávido de encontrar historias interesantes para su recién creada Byrna Productions.



En su adolescencia Kubrick había encontrado en la sala de espera de la consulta médica de su padre, una novela que leyó a los 15 años, llamada Senderos de gloria. El nombre venía de un poema de Thomas Gray (1716-1771) que dice que esos caminos “sólo conducen a la tumba”. Era un libro escrito por un canadiense que había ido a la Primera Guerra Mundial, Humphrey Cobb. Se basa en un artículo que había hecho para el New York Times sobre el fusilamiento de tres soldados por un supuesto acto de cobardía. Douglas sabía que la película “no daría un céntimo”, pero no sospechaba que sería prohibida no sólo en Francia y Bélgica, sino también en España, Suiza o Israel.



Vi por primera vez Senderos de gloria en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes de Madrid, cuando dejó de estar censurada y volví a ella en el centenario de la Primera Guerra Mundial, que recorrí con mi familia las antiguas trincheras y cementerios de Ypres (Bélgica). Creo que no me había causado tanta impresión como ahora, que la he contemplado con nuevos ojos entre los dolores de la recuperación de una operación que se me antoja más lenta que ninguna de las otras nueve veces. Es una historia dolorosa, difícil de soportar, tanto que Kubrick quiso cambiarle el final.



La actriz que hace de joven prisionera alemana se convertir en la tercera y última esposa del director, Christiane Harlan.



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Final desolador



Douglas recuerda en sus memorias como después haber leído el primer guion que Kubrick había hecho con Jim Thompson, apareció en el hotel Vierjahrzeiten de Münich, donde se iba a rodar la película. Había reescrito la historia, pero era “una versión barata de un guion soberbio”. Le llamó a la habitación y le preguntó: “¿Tú has escrito esto, Stanley?”. Él contestó que sí con calma, ya que Douglas dice que “nunca levantaba la voz, ni se exaltaba”. Su cara “no daba evidencias de nada, sólo te miraba con sus grandes ojos”. El actor y productor no salía de su asombro: “¿Por qué lo has hecho, Stanley?”. Su única respuesta fue que era “para hacerlo comercial”. Douglas se negó a que la ejecución se suspendiera en el último momento y se volvió al guion original.



Al comentar estas películas, intento no destripar la historia con ningún spoiler, pero en un caso histórico como la noticia de estos fusilamientos, no hay sorpresa final. Sabemos desde el principio que la historia acaba mal. Lo que pasa es que Kubrick siempre se guarda una carta en la manga, las extrañas escenas con la que acaban tantos de sus filmes. Lo único que voy a decir es que la protagonista es una joven prisionera alemana que se convertirá en la tercera y última esposa del director, Christiane Harlan. Durante el rodaje, Kubrick la vio en una serie de televisión alemana. La conclusión es tan curiosa como el hecho de que una película de guerra se convierte a la mitad en una película de juicios. Como siempre, la obra de Kubrick trasciende los parámetros del género para convertirse en otra cosa.



El actor francés que hace de general, Adolphe Menjou, tenía la carrera militar y era un veterano de la Primera Guerra Mundial. Políticamente conservador, uno se pregunta cómo acabó en esta película antibelicista que deja en tan mal papel a su país, que se prohibió en Francia hasta 1976. La explicación es que Kubrick le convenció de que su personaje era un buen general. Le dio sólo las páginas que tenían sus diálogos y no percibió la sutilidad del retrato del mal que hace en ese personaje. Su habilidad y encanto hace que no quieras reconocer en él, la misma crueldad que muestra el general que hace George Macready. Como dice Gene Phillips en Los archivos personales de Stanley Kubrick, la película muestra “su invariable imagen de la miseria humana y la depravación moral”. Como le dijo el propio director, “se preocupa por el ser humano, pero no deja de reconocer lo absurdo y débil que es”.



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Imágenes del mal



El cine tiene esa capacidad para mostrar el problema del mal, pero también la humanidad que revela esa última escena. No somos ángeles, ni demonios. Somos criaturas a imagen y semejanza del Creador (Génesis 1:26-27), pero caídos (Gn. 3). “¿De dónde vienen las guerras?, se pregunta Santiago, sino de “las pasiones que combaten en nuestros miembros” (4:1). La depravación total no es que seamos tan malos como pudiéramos ser, sino que todo nuestro ser está afectado por esa realidad que la Biblia llama el pecado.



Los conflictos que nos separan y dividen constantemente vienen de esa ambición y egoísmo que muestran los oficiales de Senderos de gloria, pero también de la codicia y mezquindad de los delincuentes de Atraco perfecto. Es una enfermedad que no distingue de clases ni pueblos. Se puede revestir de sentimientos tan dignos como el amor a tu nación, pero como dice el personaje de Douglas, a menudo “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. En esta cultura de Babel intentamos encontrar seguridad e identidad, pero nos enfrentamos a una Providencia que nos lleva al fracaso y la dispersión (Génesis 4).



El cine tiene esa capacidad para mostrar el problema del mal, pero también la humanidad de los personajes.



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La Biblia nos muestra también que el pecado va más allá de la transgresión de la ley. No es simplemente las cosas que hacemos mal. Es la necedad del ser humano, que con su estupidez arruina todas las cosas. Es ahí donde fallan las teorías conspiranoicas –uno de los últimos términos aceptados por la RAE–, que tanto atraen a algunos creyentes como explicación del mal en el mundo. En realidad Dios se ríe de los planes conspiratorios del ser humano, porque Él los desbarata todos (Salmo 2). Su justicia tiene la última palabra.



Según la lectura teológica de Scorsese en su documental de Viaje personal por el cine americano (1995), “en el cine negro pagas por tus pecados”. El Evangelio, sin embargo, es que el Juez y Autor de la vida se ha hecho uno de nosotros, para sufrir en nuestro lugar, el castigo que nuestro mal merece. La cuestión es si aceptamos su sacrifico, o vamos a seguir justificándonos a nosotros mismos. Ese es un dilema de consecuencias eternas.


 

 


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