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Jesús apuesta por la felicidad: la boda de Caná

Las tinajas de las bodas de Caná fueron seis según las Escrituras, más la obra del Señor en las vasijas humanas no tiene límite. 

TUS OJOS ABIERTOS AUTOR 94/Isabel_Pavon 16 DE DICIEMBRE DE 2022 13:00 h
Imagen de [link]Charl Folscher[/link], Unsplash.

Al tercer día hubo una boda en Caná, un pueblo de Galilea. La madre de Jesús estaba allí, y Jesús y sus discípulos también habían sido invitados a la boda. En esto se acabó el vino, y la madre de Jesús le dijo: 



–Ya no tienen vino. 



Jesús le contestó: 



–Mujer, ¿por qué me lo dices a mí? Mi hora aún no ha llegado. 



Dijo ella a los que estaban sirviendo: 



–Haced lo que él os diga. 



Había allí seis tinajas de piedra, para el agua que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada tinaja cabían entre cincuenta y setenta litros. Jesús dijo a los sirvientes: 



–Llenad de agua estas tinajas. 



Las llenaron hasta arriba, y les dijo: 



–Ahora sacad un poco y llevádselo al encargado de la fiesta. 



Así lo hicieron, y el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido. Solo lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Así que el encargado llamó al novio y le dijo: 



–Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido bastante, sirve el vino corriente. Pero tú has guardado el mejor hasta ahora.



Esta fue la primera señal milagrosa que hizo Jesús en Caná de Galilea. Con ella mostró su gloria, y sus discípulos creyeron en él. 



(Juan 2:1-11)



 



La narración nos sitúa tres días después del encuentro de Jesús con Felipe y Natanael. Es la primera vez que Jesús aparece en las Escrituras en una comida pública, en la boda de Caná de Galilea. Seguramente, tanto él, sus hermanos y la madre, fueran  parientes cercanos de los novios. La historia de esta celebración solo la vemos en el evangelio de Juan. 



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Se nos presenta a un Señor que todavía parece novato en hacer milagros, que no le interesa estar al tanto de que la hora de manifestarse a través de los signos le ha llegado. La petición de su madre le coge por sorpresa y no termina de gustarle, aunque decide agradarle. Él, más bien, se está dedicando a elegir discípulos que recién empiezan a seguirle y que, más tarde, al ser testigos de la conversión del agua en vino, creerán en él. 



No sabemos con certeza si este fue su primer milagro, pero sí es el que se menciona como primero en el evangelio. Es posible que ya antes hubiera demostrado su poder en la intimidad de la familia. Su madre lo había presenciado, por eso le pide que actúe, y si bien Jesús la desconcierta a veces, ella le insiste porque sabe que puede hacerlo. María reconoce la potestad de su hijo. Pone de manifiesto la autoridad de su primogénito: —Haced todo lo que él os diga (2,5). A partir de este momento, Jesús pasa a ser el centro de la escena en el relato.



Conocemos otros textos, posteriores a este, en los que el Señor acude a celebraciones y durante ellas hace milagros. Por ejemplo, en este mismo evangelio de Juan, capítulo 5:1-17, vemos que va a Jerusalén porque los judíos tenían una gran fiesta y, siendo sábado, cura al que estaba enfermo desde hacía 38 años, porque no tenía a nadie que lo metiera en la piscina de Betesda cuando sus aguas se agitaban. 



Jesús irrumpe en la vida del ser humano haciendo milagros. Milagros para el bien individual y público. Estas proezas no tratan solamente de resucitar a los muertos, sanar a los ciegos, los leprosos, los lisiados, sino que apuesta, como en este caso, por la alegría de una fiesta que estaba a punto de aguarse. Cuando él ordena, se produce el cambio, y ese cambio trae la fe. Por eso hemos comentado que este milagro significó la confirmación de la fe en aquellos discípulos que recién estaban acompañándolo en su misión.



Aunque el pasaje está abierto a muchas interpretaciones, solo voy a destacar tres. 



Primero: Jesús parece no darse cuenta de todas las necesidades



No podemos olvidar la parte humana de Jesús. Notamos que, tanto en este, como en otros textos, aparecen necesidades que al Señor, en su condición de hombre, le pasan desapercibidas. No se da cuenta o no quiere darse cuenta, o quiere pasar de las carencias que existen a su alrededor.



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Sabemos que en aquel tiempo las bodas duraban varios días. Aquí faltó el vino y, para que el novio no pasara vergüenza, una mujer, su madre, que estaría allí ayudando a las tareas del banquete, como era costumbre entre familiares y amigos de los novios, es la que le pone al tanto y le conduce al milagro. Hemos mencionado antes que se lo pide sin tener dudas de que puede hacerlo. Sabe que lo hará. En textos posteriores a este son los discípulos quienes le avisan del sufrimiento de algún necesitado. Otras es la gente del pueblo quien le presenta las carencias que se viven en las cercanías. 



Jesús era consciente de esta humanidad suya. No se otorgaba el poder de darse cuenta de todas las miserias. Aceptaba, con total normalidad, que fueran los demás quienes le pusieran al tanto. Sin embargo, todos estos “despistes” que parece tener en su calidad de hombre los remedia él sin hacerse el protagonista, con los milagros que están en su condición de Dios. En la boda de Caná pide que el vino “bueno”, dice el texto, se lo lleven al encargado de la fiesta, quien velaba para que todo saliese bien. En otros milagros pide, a los que los recibieron, que no contasen a nadie lo ocurrido. Jesús no busca la fama.



Hago aquí una pausa para retomar una frase que dije antes: “Otras veces eran los demás los que lo ponían al tanto”. Creo que acompañar, llevar una necesidad ajena ante el Señor, es una manera muy hermosa de formar parte, de ser testigos en primera fila del prodigio que acontecerá. Nos permite sentir la alegría de ser co-protagonistas y co-receptores.



Segundo: hay milagros que se camuflan ante nuestros ojos



Toda comida compartida es un festejo, y en nuestra cultura mediterránea no hay celebración sin vino. ¡Qué felices fueron los invitados sin ser conscientes de los hilos que se movían fuera de su vista! Porque lo que se disfrutó en público fue, al mismo tiempo, un regalo camuflado del que era el Hijo de Dios que estaba al otro lado de la sala. 



No todos los milagros ocurren en presencia de quienes los disfrutan. No. Esto  suele pasar. A veces nos encontramos en otro área, como ocurre aquí. Podemos estar un poco más allá, en otra estancia, en otro lugar, con otras personas, otro ambiente, sin que sepamos que el fenómeno nos salpica, o es más, nos envuelve y, en todo caso, nos beneficia. 



El prodigio no tiene que ocurrir ante nuestros ojos, y esto hace que interpretemos los hechos ignorando lo que pasa a unos metros, o kilómetros. Los congregados a la boda participaron de un error de cálculo con el vino, una equivocación en los preparativos, o quizá se presentaron más invitados de los que esperaban, y expresaron el portento como una innovación del novio a quien se le antojó hacer la gracia de poner el mejor vino al final



¡Cuántas veces nos perdemos el disfrute del milagro que está ocurriendo! Estemos alertas, no sumergidos en la ignorancia que nos impide distinguir sus obras. En el lugar donde nos encontremos, vivamos atentos a los prodigios del Señor, a la realidad de sus actos. No pensemos que por gracia del azar, hoy han venido a rodear las cosas de manera que nos han beneficiado; que por casualidad ha sucedido esto o aquello que nos ha librado de lo peor; que el plan nos ha salido bordado cuando todo parecía indicar lo contrario. Es el Señor quien ha obrado. Es el Señor quien lo borda. Lo veamos o no, vivimos envueltos en un milagro tras otro.



Nuestra mente ha de estar lista para agradecer lo que vemos. De igual modo agradezcamos lo que no tenemos tan claro, lo que no nos cuadra, lo que no se desarrolla ante nuestra vista e impide que nos demos cuenta. Demos siempre gracias por todo porque, detrás de todo y también delante, está la obra y el cuidado del Señor que siempre, siempre apuesta por nosotros, por nuestra felicidad.



Comentamos al principio que el texto tiene múltiples interpretaciones y que solo me detengo en tres puntos. 



Tercero: somos tinajas



 Otra enseñanza que podemos aplicarnos es que somos tinajas. Tinajas que, como las de aquel tiempo, tenemos diferentes formas y tamaños. Aquellas servían para rituales religiosos. Nosotros, vasijas conformadas para recibir la gracia. Para ello, primero hemos de comprobar que nos encontramos vacíos de cualquier sustancia.  Limpiemos el polvo de vanidad que a través de los años se ha acumulado en nuestro interior y nos satura. Pasemos bien el paño. Reconozcamos que estamos hechos de un material frágil, tan frágil como el barro o tan duro como la piedra. Colmémonos primero de algo tan simple como es el agua. Sólo agua. Convenzámonos de que no somos otra cosa y que nuestro ser apenas tiene importancia. A continuación, permitamos que Jesús entre en nuestras vidas. Obedezcamos sus palabras. Dejémosle hacer su obra en nosotros, que es lo mismo que dejarle hacerse presente en nosotros. Abandonémonos en sus manos y esperemos el prodigio. Prodigio, no superchería. Igual que hizo con el vino en la boda de Caná de Galilea, así hará con todos. Confiemos. No acontecerá cualquier signo, sino el mejor de ellos realizado en nuestra persona. Seremos, a partir de entonces, el discípulo o la discípula singular que ponga la alegría que falta en la fiesta de la vida (recordemos también el ejemplo de la sal, Mt 5:13-16) tanto en la nuestra como en la de los otros. Nos entregaremos a los demás como un don agradable, pues toda transformación personal llega a hacerse pública. 



Los que nos conocían de antes no entenderán el cambio, así que tendremos oportunidad de contarles lo que nos ha ocurrido, de dar la gloria al único que la tiene. Certificarán la obra de Dios. No podrán negarla y creerán en él. 



Jesús apuesta por la vida, por nuestra vida, no por los rituales religiosos y las normas que subyugan a las personas. A pesar de los problemas que provengan, quiere hacer de nuestra pobre existencia otra llena de felicidad. Quiere hacernos dignos. Quiere llenarnos de una espiritualidad que no se puede comprar, y que, como el vino de las tinajas de aquella fiesta, llegará hasta el mismo borde de nuestros recipientes.



En la boda de Caná, Jesús rompe el anonimato en cuanto a su poder y, a partir de ahí, su amor y su misericordia están más presentes en la vida de los pobres. Ama a través de los milagros. Los celebra. Se complace al hacerlos y al ver los resultados. 



Hay quienes creen que Dios se muestra solo ante los que creen en él, pero no es cierto. Lo bueno que él da se comparte entre los que creen y los que no. Todos disfrutan del regalo. Todos reciben lo que necesitan, lo mejor que necesitan, como ocurre en la boda al repartir el mejor vino, tanto a los que creían en su poder, como su madre, como a los que no. 



Las tinajas de las bodas de Caná fueron seis según las Escrituras, más la obra del Señor en las vasijas humanas no tiene límite. 



Como convidados del Reino, vistamos de boda ante la presencia de Jesús, el milagro ya se acerca.


 

 


2
COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 

Plutarco
17/12/2022
18:10 h
2
 
Creo que Jesús apuesta más por la fidelidad que por la felicidad. La verdadera felicidad radica en la fidelidad. La felicidad del vino pasa. La fidelidad a quien hizo la transformación permanece.
 

Angel
16/12/2022
09:55 h
1
 
Para los "milagreros", nos basta con los que hizo Jesucristo en sus evangelios...
 



 
 
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