Si tuviera que escoger a un director de la historia del cine, sería sin duda Hitchcock. Y de toda su inmensa obra, me sigo quedando con Vértigo.
Al llegar al final de año se multiplican las listas de mejores libros, discos o películas del año que ha pasado. Si es un año redondo, pueden ser a veces de la década anterior, pero la lista que ha publicado el Instituto Británico del Cine hace unos días en la revista Sight & Sound es una que se hace cada diez años desde mediados del siglo pasado, para escoger los mejores títulos del cine de toda la historia. A diferencia de premios como los Oscar, este no es un listado que se limita al cine americano, sino que incluyen películas de todo el mundo. Además, los que participan en esta muestra, la más amplía que se ha hecho, son 1.639 críticos, cineastas, archivadores y académicos de todos los países.
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Al principio en 1954, la cinta que encabezó la lista fue Ladrón de bicicletas (1948), la gran película neorrealista italiana de Vittorio de Sica, pero no tardó en ser sustituido por el clásico de Orson Welles, Ciudadano Kane (1941), que ha mantenido el liderazgo hasta hace diez años, cuando se eligió Vértigo (1958) de Hitchcock como “la mejor de todos los tiempos”. La sorpresa de hace unos días es que ha sido una película belga Jeanne Dileman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975) de una mujer directora, Chantal Akerman, la que ha ocupado el primer lugar.
La obra de Akerman es muy desconocida para el gran público. Esta película no solo no está disponible en ninguna plataforma, sino que ni siquiera se puede comprar en formato doméstico en España. En Estados Unidos solo está en la prestigiosa colección de cinéfilos Criterion, que presenta películas de cualquier productora, remasterizadas y con numerosos extras documentales. Es una visión detallada de la vida cotidiana de una mujer en la cocina y el dormitorio de su casa, que se dedica a la prostitución para mantener a su hijo.
[photo_footer]La película de Orson Welles, Ciudadano Kane (1941), se ha considerado la mejor de la historia durante medio siglo.[/photo_footer]
La elección de Jeanne Dileman como mejor película de la historia se puede considerar una vindicación de la mujer en el cine, pero las espectadoras feministas que estén a favor de la abolición de la prostitución no estarán muy contentas con ella, ya que no hay la menor condenación en el filme de la actividad sexual que hace la protagonista, libremente por dinero. Hoy en día tiende a confundirse el tema de la prostitución con la trata. Y el feminismo está lejos de estar unánimemente a favor de la abolición. De hecho, está tan dividido ante ella, como ante la cuestión “trans”.
No han faltado voces críticas como la de Paul Schrader. El director y guionista de las películas de Scorsese estudió en el Calvin College de Grand Rapids, antes de convertirse en el protegido de la prestigiosa crítica Pauline Kael. Fue ella quien arrebató a Welles la fama de la autoría de Ciudadano Kane, para dársela a su guionista, Herman Mankiewicz, como muestra la película de David Fincher para Netflix, Mank (2020). Para él, la repentina aparición del filme de Akerman en primer lugar no es más que una “revisión distorsionada” del fenómeno woke.
El término woke se usa para calificar a la nueva izquierda identitaria, que ha sustituido a las vindicaciones obreras frente al capital, una lucha a la que ya han renunciado la mayoría de los partidos de izquierda en Occidente. Es una expresión que se ha vuelto despectiva, pero que no lo era originalmente. De hecho, tiene para mí, más coherencia que el ya tan manoseado término de “ideología de género”, una expresión de origen vaticano que se utiliza una y otra vez en círculos conservadores, para incluir cualquier cosa, desde las cuatro olas de feminismo con todas sus diferencias, hasta el LGTBI+ o la cuestión “trans”, como si semejante “cajón de sastre” formara un sistema de pensamiento coherente que se pudiera llamar “ideología”.
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Schrader encabezaba su lista de 2012 con Ciudadano Kane, pero incluía también Vértigo en los diez títulos que elegía. Yo me quedo con la lista de hace diez años. Si tuviera que escoger a un director de la historia del cine, sería sin duda Hitchcock. Y de toda su inmensa obra, me sigo quedando con Vértigo. Mi pasión por esta historia me llevó a San Francisco, donde he recorrido los lugares que atraviesa James Stewart tras el fantasma de Kim Novak. No hay banda sonora para mí como la febril música de Bernard Herrmann, que nunca ha brillado tanto como en Vértigo o Taxi Driver.
[photo_footer]Una película belga, Jeanne Dileman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), de una mujer directora, Chantal Akerman, ocupa ahora el primer lugar en la lista de Sight & Sound.[/photo_footer]
Lo que comienza como un relato de suspense, se convierte en la más increíble historia de amor que haya mostrado el cine, un romance que irrumpe “de entre los muertos” –como se llama el filme en España, aunque no es ese el título que le dio Hitchcock–. Es una de las películas que cada vez que la vuelves a ver te sorprende, porque sabiendo lo que pasa, siempre descubres nuevas cosas. Resulta intrigante, misteriosa, insondable. Parece un sueño, o una historia de fantasmas.
Ese elemento onírico es lo que me hipnotiza de la película. Recuerda, en ese sentido, a Jennie (1948) de William Dieterle –que llegó a ser la obra favorita de Buñuel–, sobre ese pintor (Joseph Cotten) obsesionado por una chica (Jennifer Jones) que surge de entre los muertos en pleno Central Park de Nueva York. La historia acaba en un faro entre rocas, golpeado por las olas, como un sueño. ¿Es Vértigo, entonces, una película fantástica? Sí, pero narrada realistamente. Nos muestra la locura de un enamoramiento.
Uno de sus mayores defensores en España ha sido siempre Miguel Marías. Él cree que el mejor ensayo que se ha escrito sobre esta obra lo hizo un filósofo, como su padre, Eugenio Trías. En su libro están casi todas las referencias posibles de Vértigo, un filme rescatado por el Nuevo Hollywood de los años 70. Películas como Taxi Driver, de Scorsese, nacen de su obsesión por esta historia que han repetido hasta la saciedad directores como Brian de Palma, desde Fascinación (1976) –un guion escrito por Schrader, inspirado por Vértigo –.
Como dice el antiguo fiscal general del Estado español, Eduardo Torres-Dulce, esta es una película sobre la soledad. Es la tragedia de dos seres solitarios que se unen, pero luego se separan una y otra vez. Tiene, además, el atractivo personaje de Midge (Barbara Bel Geddes, la futura abuela de Dallas). Scottie mantiene una relación especial con ella, pero no se le ha ocurrido nunca que lo suyo sea más que una simple amistad –aunque fueron novios en la universidad, durante tres semanas–. Su figura maternal va más allá de “la chica de al lado”. Uno tiene la impresión de que podría estar enamorada de él.
[photo_footer]'Vértigo' ha sido considerada estos diez últimos años como la mejor película de todos los tiempos.[/photo_footer]
Ella no aparece, por cierto, en la novela original. El libro se ha traducido al castellano como Sudores fríos y está escrito por dos franceses que habían tenido un gran éxito con otra obra llevada al cine, Las diabólicas. Uno de ellos, Narcejac había visto un documental en un cine, donde le pareció reconocer a un antiguo amigo con quien había perdido contacto tras la guerra. Su posible reencuentro le sugirió la historia. El libro se desarrolla en París y Marsella, en vez de en San Francisco, en torno a la Segunda Guerra Mundial.
Hitchcock respeta la mayor parte de las situaciones y escenarios del libro. Le fascina el cementerio, el bosque, el museo, un establo, la iglesia, pero cambia el orden del desenlace. Los nombres de los personajes son diferentes, excepto el de Madeleine. Son descritos físicamente de otra manera, pero carecen de la profundidad psicológica que le da “el maestro del suspense”. Preserva lo fundamental: su fatal y obsesiva historia de amor, sustentada sobre un sentimiento de culpa.
Es una película que te aboca al vértigo del abismo. No es una mera trama policíaca. Lo que importa no es si una pieza encaja con otra. Es la atracción, pero también el horror al vacío –como dice Marías–. Para entender el cine de Hitchcock, uno tiene que comprender que parte de la educación católica, por la que el crimen implica un castigo. Esto es inevitable, para él. Por eso, aunque el protagonista sea falsamente acusado, es sin embargo culpable de algo.
Scotty se siente culpable desde el principio de la película, por no haber podido saltar el vacío entre dos edificios. Es un hombre que se siente fuera de sitio. No se ve físicamente apto para ser policía. Además se siente atraído por la mujer de su amigo, que le pide ayuda. Se siente a gusto con su antigua compañera de clase. Ella le cuida y le muestra su amor una y otra vez, pero él prefiere perseguir a una desconocida por la que se siente atraído, aunque así traicione a su amigo. Y luego la manipula, para poder cumplir sus fantasías.
Si James Stewart es, para Hitchcock, el actor que representa a la persona común y corriente, lo que está claro para él, es que todos somos culpables de algo. Escondemos cosas que nos avergüenzan y merecemos el castigo que la vida nos trae en tantas situaciones adversas. El director le cuenta a Truffaut en su famoso libro de entrevistas que su padre le dio así un escarmiento cuando era niño, pidiéndole a un policía amigo suyo que le metiera en una celda como castigo por algo que había hecho. Nunca olvidó el terror que sintió.
[photo_footer]'Vértigo' es también una película sobre una ciudad, San Francisco.[/photo_footer]
La culpa está detrás de la pesadilla de Scottie. Esta viene cuando se da cuenta de su fantasía, dice el filósofo eslovaco Slavoj Zizek en su análisis de la película. Ambos personajes viven en un juego de apariencias. Para “el maestro del suspense”, no solo es que la realidad es horrible, sino que lo que puede pasar podría ser peor de lo que imaginamos, dice Zizek. Ese es el miedo que produce Hitchcock.
Satanás es llamado en la Revelación que cierra la Biblia “el acusador de los hermanos” (Apocalipsis 12:10). Si no te puede mantener apartado de la fe, te hará sentir lo más condenado posible, dice Packer. Él “explota tanto nuestras debilidades innatas de carácter como los defectos de actitud y comportamiento que hemos adquirido, por malas relaciones y fracasos del pasado”, observa el teólogo británico, residente en Canadá.
En los momentos de desilusión y frustración, perdemos la esperanza. Nos sentimos como en una pendiente resbaladiza que nos lleva a la desolación y la angustia. Así Job se lamenta de que sus “días terminan sin esperanza” (7:6). Cuando uno está absorto en sí mismo, se compadece de uno mismo. Te sientes abandonado y esperas lo peor. Nuestro carácter se vuelve sombrío y melancólico. Como Igor en Winnie Pooh, nos sentimos inferiores. Nos vemos atrapados por una sensación de torpeza, que nos condena a vivir dominados por la vergüenza.
[photo_footer]En 'Vértigo', el personaje de Midge muestra un amor maternal que parece un romance no correspondido.[/photo_footer]
Algunos llevan cicatrices de un dolor que no pueden olvidar. Otros se sienten culpables por un daño que no pueden reparar. La vida hace que nos veamos encarcelados en un cuerpo cada vez más enfermo y desgastado. Nos parece que vivimos en un hogar sin amor. Sentimos que la rutina carcome nuestra alma. Nos volvemos resentidos y amargados.
Se dice que mientras hay vida, hay esperanza, pero la verdad es que solo mientras hay esperanza, hay vida. Si no, esta se reduce a una mera existencia, opaca y desolada, que no supone más que un dolor y una carga. Preferiríamos estar muertos, como Job. Mientras que la esperanza genera energía, entusiasmo y emoción. Es su falta la que produce apatía e inercia. Nos hace sentir solos, temerosos y paralizados.
Cuando perdemos la fe en “el Dios de esperanza” (Romanos 15:13), nuestra vida carece de valor. Dudamos y desconfiamos hasta de nosotros mismos. ¿Qué podemos esperar? El optimismo no son más que buenos deseos. La esperanza es una certeza, garantizada por Dios mismo. Es Él quien promete cumplir sus promesas. Su Palabra merece confianza. Nos anuncia que lo mejor está por venir.
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