Aunque la maldad temporalmente se salga con la suya, su derrota final está sellada.
Hay diversos acontecimientos que muchos cristianos consideran que son señales seguras de que el tiempo del fin se acerca. Uno de ellos sería el regreso a su tierra de los judíos, después de casi dos milenios de dispersión, cuando los resistentes a Roma, guiados por diversos dirigentes, plantaron cara al Imperio para conseguir la libertad y la independencia de Judea. Pero las derrotas aplastantes de esos intentos supusieron también la derrota de la aspiración nacional, cambiando los romanos el nombre de Judea por el de Palestina y el de Jerusalén por Aelia Capitolina, a fin de borrar toda referencia a su pasado. Durante siglos los judíos se esparcieron por todo el mundo, siempre con el deseo proclamado de celebrar al año siguiente la Pascua en Jerusalén. El hecho de que el Estado de Israel fuera fundado, contra todo pronóstico, en 1948, es considerado como la señal de la higuera que ha florecido y que anuncia la puesta en marcha de los sucesos que culminarán con el regreso de Jesús a la tierra.
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Otra señal que para muchos es definitiva es la difusión del evangelio por todo el mundo, dado que, gracias a la tecnología, su mensaje está disponible en todas partes. Y así es posible que en la estepa mongola alguien, con su antena parabólica, esté viendo, en este momento, una predicación. O que en el interior de las selvas de Brasil, un nativo esté leyendo el evangelio de Juan en su lengua materna. O que en el desierto del Kalahari el pastor nómada, en busca de agua y pasto para su rebaño, también esté buscando el agua de vida para su alma, gracias a su móvil. La necesidad que indicó Jesús, de que el evangelio tendría que ser predicado en todo el mundo antes del fin, se estaría cumpliendo en nuestro tiempo.
También los dolores de parto que el planeta está experimentando, en la forma de catástrofes en la naturaleza, presagian que algo formidable va a ocurrir que nunca antes había sucedido, lo cual sumado al inmenso poder de destrucción nuclear almacenado, que puede detonarse en cualquier momento, por el inmenso poder destructivo del corazón humano, sería la señal segura para otros de que estamos a las puertas de lo que Jesús anunció.
Aparte de todas ellas, hay una manifestación que para mí es prueba de que los sucesos se están precipitando a marchas forzadas y es la multiplicación de la maldad. Que siempre ha habido dosis de maldad en el mundo es evidente, desde el momento en que el pecado hizo acto de presencia; pero que ha habido momentos en los que tales dosis han alcanzado cotas descomunales, también es evidente, coincidiendo tales ocasiones con la llegada de juicios de parte de Dios. El diluvio fue precedido por la multiplicación de la maldad en las generaciones inmediatamente anteriores. La destrucción de Sodoma y las otras ciudades fue antecedida por el avance desmesurado del pecado. La sentencia destructora sobre los cananeos vino anticipada por la iniquidad reinante en sus costumbres y prácticas. Si en esos casos fue así, ¿qué se puede esperar para un mundo que ha hecho de la transgresión su piedra angular, al haber cambiado las leyes y el derecho para que concuerden con sus retorcidos deseos? Y esta maldad no tiene la menor apariencia de ir a menos y ni siquiera de frenar, sino todo lo contrario, por lo que llegará a niveles jamás vistos antes en la historia.
Esta multiplicación de la maldad aparece como una de las señales ciertas en las memorables palabras de Jesús en Mateo 24, siendo una de las terribles consecuencias de tal multiplicación que el celo devoto de muchos cristianos se enfriará, hasta el punto de convertirse en brasas extinguidas, aunque un día ardieron para Dios. Hasta tal punto tiene poder la maldad que no solo arrastra a sus seguidores confesos, sino que es capaz también de envolver a los que anteriormente le fueron antagónicos.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Cuando los impíos son muchos, mucha es la transgresión; mas los justos verán la ruina de ellos.’ (Proverbios 29:16). El texto establece una relación directa entre la cantidad de transgresores y la cantidad de transgresión. Si los transgresores son pocos, su transgresión tendrá poca repercusión; pero cuando son muchos, mucho es su alcance, llegando a impregnar y a saturar a toda una sociedad, que, desarmada previamente, se rinde a su poder y cede ante sus maquinaciones.
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Si así acabara todo, con la hegemonía de la maldad acontecería la muerte de la justicia. Pero el texto tiene una segunda parte, en la que se da por sentado que, lejos de que tal cosa ocurra, lo que finalmente sucederá será la hecatombe de los promotores de la maldad, de lo cual serán testigos los seguidores de la justicia. Es decir, aunque la maldad temporalmente se salga con la suya, su derrota final está sellada.
Es un pasaje preñado de esperanza y certeza, al cual aferrarse en los peligrosos tiempos actuales y que sirve como asidero, para no quedar atrapado en el sumidero del desaliento, en el que tan fácil resultaría ser engullido.
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