No hay coronas escatológicas buscadas al margen del compromiso, de la búsqueda de la justicia y de la práctica de la misericordia.
Hoy hablo de unos avaros muy especiales: avaros de espiritualidad. Lo hago porque hay muchos que lo son de espiritualidades que, lógicamente, son más o menos falsas. No puede haber avaros de la auténtica espiritualidad cristiana, pues ésta nos lanza al compartir vida, palabra, Palabra y pan. Pero vamos a ello.
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A nadie nos extraña que se nos hable de los avaros de riquezas, de los injustos acumuladores de bienes de la tierra que empobrecen a más de media humanidad, pero también pueden existir esos avaros de bienes espirituales que quieren acumularlos a espaldas del dolor de los hombres y sin escuchar su grito. Se pueden practicar espiritualidades avaras e insolidarias que, aun creyendo que son cristianas, están a años luz de la auténtica vivencia de la espiritualidad que deben tener los seguidores del Maestro.
Hay espiritualidades no encarnadas. ¡Cuántos puede haber en el mundo buscando espiritualidades que, aun creyendo que son cristianas, transitan de espaldas al dolor del prójimo y con unas orejeras que les hace sordos al grito de los desamparados! Éstas no son espiritualidades encarnadas, no están arraigadas en el compromiso radical con el prójimo sufriente como nos enseñó Jesús, sino que se confunden o, en su caso, les han enseñado mal creyendo que la auténtica espiritualidad es la que se practica únicamente dentro de los cuatro muros de la iglesia, buscando disfrutes y gozos que les alejan del prójimo apaleado y tirado al lado del camino.
Los avaros de espiritualidad caen en el autoconsumo religioso, pues la auténtica espiritualidad no consiste en la búsqueda de gozos presentes para el autoconsumo pseudoespiritual, ni en otras búsquedas de prebendas de coronas eternas o galardones en un más allá en el que estamos enfocados perdiendo la esencia del cristianismo que también está en que nuestra espiritualidad esté arraigada en el mundo, entre los pobres y sufrientes, entre los abandonados, explotados, marginados y privados de dignidad. Es el mandamiento del amor al prójimo en semejanza con el amor a Dios que es parte imprescindible de la práctica de una auténtica espiritualidad cristiana.
Pueden existir avaros de espiritualidad malsana que, confundidos por muchas causas y situaciones religiosas, se centran egoístamente en tipos de espiritualidad de espaldas al dolor y al grito de los pobres. No hay coronas escatológicas buscadas al margen del compromiso, de la búsqueda de la justicia y de la práctica de la misericordia por encima de cualquier ritual. La fe no es tal, no es auténtica, si no está actuando a través del amor, como dice el apóstol Pablo. Por tanto, no hay ningún tipo de fe ni de espiritualidad desencarnada del mundo, desarraigada de la sociedad en la que vivimos y sin que estén dando lo que llamaríamos los frutos de la fe.
¡Qué poco se enseña en las iglesias sobre cómo vivir la auténtica espiritualidad cristiana de forma integral en compromiso con el mundo, con la calle, con el barrio siendo las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor! Hay que aprender a tener cuidado con la vivencia de nuestra vida espiritual que debe desechar todo egoísmo y avaricia espiritual para vivirla en compromiso con el mundo y con el hombre apaleado e injustamente tratado, reflexionando y trabajando sobre el concepto de projimidad que nos ha dejado Jesús.
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Por tanto, por muy avaros que seamos de espiritualidad, de goces insolidarios y de bendiciones sin fin, si lo hacemos de forma descomprometida para con el prójimo que necesita de nuestro servicio, de nuestra voz y de nuestra denuncia en el mundo, a la vez que de nuestra práctica de la misericordia. Esto está por encima de cualquier ritual: “Misericordia quiero y no sacrificio”. No nos convirtamos pues en avaros de espiritualidades insolidarias, inhumanas, de autodisfrutes y de falsos goces, pues lo que se practica del ritual de espaldas al dolor de los hombres, no es una auténtica espiritualidad, de nada vale.
Debemos rechazar el ser tanto avaros de bienes materiales, como de bienes espirituales. Recordad al joven rico que no pudo aceptar el seguimiento de Jesús, porque, en el fondo, lo que quería era tener todo en la tierra y todo en el cielo, pero en la espiritualidad cristiana, más que el tener debe dominar el ser: ser las manos, los pies y la voz del Señor en medio de un mundo de dolor.
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