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“Yo no creo en dogmas, sino en una persona”

¿Podemos modificar la cristología del Nuevo Testamento y seguir llamándonos verdaderos cristianos?

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 27 DE OCTUBRE DE 2022 14:06 h
cruz Imagen de [link]Matteo Grando[/link] en Unsplash.

Con mucha frecuencia leemos por aquí y por allá ú oímos acerca de que “el verdadero cristiano no basa su fe en dogmas sino en una persona, es decir en Jesucristo”i. Cuando uno oye declaraciones de este tipo concluye que, aunque parece que se está diciendo una gran verdad, esa no es la verdad. Más todavía, lo primero que nos viene a la mente es una pregunta: ¿A qué Cristo se refiere el declarante? ¿Cómo se define ese “Cristo”? ¿Será como el de los antiguos arrianos, o tal vez como los modernos llamados “Testigos de Jehová”?ii ¿Será un Jesús que nos dio un gran ejemplo de amor, al cual tenemos que seguir, pero negando su nacimiento virginal y su obra redentora?



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Durante el ministerio de Jesús hubo un momento que él hizo una pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Los discípulos contestaron lo que la gente decía de él. A continuación, Jesús les preguntó a ellos: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”. Entonces fue Pedro, uno de sus discípulos el que respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Sin embargo, dicha respuesta no fue el resultado de la reflexión de Pedro, sino de la revelación de Dios, el Padre: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Ver toda la referencia en, S. Mt.16.13-20).



La declaración y confesión de Pedro acerca de quién era la persona de Jesús pronto llegó a ser una verdad esencial en la iglesia primitiva, un dogma. Algo que había que creer para poder pertenecer a cualquier comunidad cristiana. Luego habría otras verdades relacionadas con la persona y obra de Jesús. De ahí que, frente a otras consideraciones humanas acerca de Jesús la iglesia primitiva se vio en la necesidad de elaborar lo que se conoce como el Credo Apostólico. En el Credo Apostólico se resumen las grandes verdades del cristianismo (los dogmas); y estas se derivan a su vez de la persona y de la obra de Jesucristo.



Por tanto, ¿cómo podemos decir: “Nosotros no creemos en dogmas, sino en una persona”? ¿Podemos modificar la cristología del Nuevo Testamento y seguir llamándonos verdaderos cristianos? ¿Qué tal negar el nacimiento virginal de Jesús, por obra y gracia del Espíritu Santo y rebajarlo al nivel de “mito”? Todo el significado y el sentido de la encarnación del Hijo de Dios se perdería totalmente. Entonces, todos los que nos llamamos cristianos, estaríamos alimentando nuestra alma con la fantasía y el negro humo de la mentira. ¿Podemos igualmente, negar el carácter redentor y expiatorio de la muerte de Jesucristo y seguir confesándonos cristianos, seguidores del Maestro, Salvador y Señor nuestro? ¿Era realmente el Señor nuestro Redentor o es que la primitiva comunidad de discípulos lo interpretaron así, condicionados e influenciados como estaban, por su propia teología vetero-testamentaria y judía? Pero ¿qué tal si negamos la resurrección corporal de Jesús, afirmando que fue una “resurrección espiritual”, pero no física, como afirman algunos teólogos modernos? Entonces, la resurrección física de Jesús también entraría dentro de la categoría del “mito”. Si el “dogma” hace referencia a una de las verdades esenciales de nuestra fe cristiana, volvemos a preguntar: ¿Cómo podemos decir que “nosotros no creemos en dogmas, sino en una persona, Cristo Jesús”?



Como ejemplo de esto que decimos, leía hace un par de años el libro titulado “Jesús” escrito por un creyente japonés, católico, (para el caso, da igual, podría haber sido “protestante”) en el cual presenta una especie de biografía de Jesús. Él no era teólogo sino un novelista famoso. Así que reconocía que escribía teniendo en cuenta las opiniones de los teólogos “expertos”; término que usa en su obra con cierta frecuencia. Además de negar de forma repetida que la narrativa de los evangelios sea cierta, al referirse a la resurrección de Jesús (por cierto uno de nuestros dogmas de fe) entre otras “perlas” dice lo siguiente:



Ni siquiera los historiadores del Nuevo Testamento son capaces de presentar una sola prueba concluyente y, en cuanto puros historiadores, a lo más que pueden llegar es a afirmar con Bultmann que: ‘Jesús resucitó de entre los muertos en virtud de la fe de los discípulos’ iii



Esa es la razón por la cual, en relación a la aparición de Jesús a los dos discípulos de Emaús (Lc.24.13-18) -siguiendo siempre a “los expertos”- el autor añade:



Lo que aparece con toda claridad en este emocionante relato de aquel hermoso anochecer es la imagen de Jesús como compañero. Estoy seguro de que, antes de que los discípulos se percataran de lo que había sucedido, ya había nacido en ellos la viva sensación de que Jesús, a pesar de haber muerto, seguía estando muy cerca de ellos. (...) Más aún: llegaron a tener la sensación de que Jesús les estaba hablando realmente.iv



El autor basa la impresionante transformación de los discípulos, no tanto en el hecho de la resurrección de Jesús y el haberlo visto con sus propios ojos, sino en el hecho de su comportamiento de amor hacia ellos muriendo en la cruz, a pesar de haberle traicionado. Razón por la cual,



El asombro dejó absolutamente anonadados a los discípulos. Y entonces comenzaron a sentir que Jesús aún podía seguir al lado de ellos. Su estado de ánimo era como el de un niño que ha perdido a su madre y que, a pesar de ello, aún puede sentir junto a él su cálida presencia”v



Este es un ejemplo de cómo se niega e incluso se tuerce el testimonio de los evangelios acerca de Jesús y las verdades esenciales (“dogmas”) que se desprenden de su persona y su obra. Pero si queremos llamarnos “cristianos”, discípulos y por tanto seguidores de Jesús, no deberíamos renunciar nunca (¡nunca!) al Jesús-Cristo que nos presentan las páginas del Nuevo Testamento y el cual fue anunciado desde la antigüedad por medio del A. Testamento. No olvidemos aquel dicho de S. Agustín: “El nuevo Testamento en el Antiguo está escondido; y el Antiguo Testamento en el Nuevo es revelado”.



El Jesús que nació en Belén, hombre por un lado pero Hijo del Dios viviente por otro (otro dogma) no se deja domesticar por los hombres. No aceptará que le cambien sus dos perfectas naturalezas, la humana y la divina; pero tampoco aprobará a los que, con argumentos humanos, aparentemente sabios y profundos transformen el carácter de su persona y su obra redentora rebajándola al nivel de un “ejemplo maravilloso”. El ejemplo más maravilloso que se desprende de Jesucristo crucificado, es el que tiene en cuenta estas dos realidades: Por una parte, que tal sacrificio es la muestra sublime del amor misericordioso de Dios, por la humanidad caída; y por otra, que su muerte en la cruz es esencialmente redentora (otro dogma) no meramente ejemplar. Entonces, su muerte propicia nuestra salvación perfecta y completa. Juan el Bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (J.1.29,36). Esta declaración del Bautista hunde sus raíces, efectivamente, en la teología del Antiguo Pacto, como anticipo profético de la Revelación divina en la persona del Hijo de Dios dando su vida por la humanidad caída (Heb.1.1-4). Pero luego, la resurrección de Jesús de los muertos, acredita y testifica de lo anteriormente dicho. Resurrección no en el sentido espiritual, como la han entendido algunos de los teólogos modernos, sino física, dado que el que muere es el cuerpo, no el espíritu. Resurrección real, física, auténtica, visible y constatable por aquellos que fueron testigos de la misma y cuya realidad no solo transformó sus ánimos decaídos y aun sus propias vidas, sino que les dio un valor fuera de lo común, para testificar y enfrentarse aún con la misma muerte, a causa de su testimonio. Aunque otra cuestión sería el explicar qué tipo de cuerpo era el de Jesús, que tan diferente se mostró ante los testigos que lo vieron. Pero ese es otro tema.



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No hay “ejemplo” salvador posible aparte de esa doble realidad revelada en las Escrituras y que constituye “la sabiduría de Dios” expresada, declarada, manifestada y proclamada contra toda otra “sabiduría humana”, por muy de “altos vuelos teológicos” que sea. Lo que está escrito acerca de Jesús, o es cierto y hemos de recibirlo como dogmas a creer y guardar o mejor olvidarse de todo. O como se suele decir: “Apaga y vámonos”. Personalmente, me dejo convencer (entre otros medios divinos) por el testimonio de un hombre que habiendo sido todo lo contrario a lo que llegó a ser, lo fue por el poder del Cristo resucitado:



“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado; y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último, como a un abortivo, me apareció a mí…” (1ªCor.15.1.10)



Si nada de eso es verdad entonces “nuestra fe es vana, estamos en nuestros pecados todavía y somos los más dignos de lástima de todos los hombres”. (1ªCo.15.17-19). Y una de las formas de seguir siendo “miserables y dignos de lástima” es el tratar de “enmendar la plana” a los que conocieron todas estas cosas de primera mano. No importa el altísimo nivel de conocimientos teológicos o de otro carácter que tengamos.



Por tanto, la encarnación del Hijo de Dios tuvo propósito y sentido, en vista de que todo se cumplió tal y cómo estaba escrito sobre el Mesías. Ese gran hecho de la Revelación de Dios solo fue el comienzo que daría lugar y culminaría con la gran obra redentora llevada a cabo por Dios a través de la muerte, la resurrección y exaltación de su Hijo Jesucristo, a nuestro favor. Y esto, por señalar algunos de los “dogmas” que se desprenden de la persona y obra del Señor Jesús. Por tanto, no es posible decir: “Creemos en una persona, no en dogmas” y pretender estar creyendo que esa “persona” es el mismo Cristo del Nuevo Testamento.



 



Notas



i “Dogma” se define como una de las verdades fundamentales de la fe cristiana.



ii Podríamos hace referencia a otras concepciones de Cristo, pero valgan los dos propuestos (tan parecidos entre sí) como ejemplo de lo que se pretende en este artículo.



iii Las negritas y bastardillas en estos textos son mías.



iv Shusaku Endo. JESÚS. 1996. Edt. Espasa Espíritu, 1996. P. 253.



v ibíd.: P.254.


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
28/10/2022
17:54 h
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Ángel, cat.s y prot.s estamos de acuerdo en los dogmas que Ud señala. Quien crea el "dogma" de solo Escritura debería saber que todo acto de lectura es en sí mismo un acto de interpretación.Cada individuo puede interpretar incluso una palabra de manera opuesta. Ej., para un católico 1 Cor. 13:2 ; 16:22; Gal.5:6 es dogma; es decir que fe sola si no puede obrar por amor no es fe justificante. Para muchos protestantes es dogma que el amor no juega ningún papel en la justificación, solo fe.
 



 
 
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