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La obra de transformación de Dios en el mundo

¿Es posible hablar de extender el reino de Dios sin el rey del reino y poner todo bajo su autoridad? Un artículo de Rupen Das.

LAUSANA 10 DE OCTUBRE DE 2022 16:30 h

Si navegáramos por los sitios web de cualquier organización cristiana involucrada en la pobreza y la injusticia social, no podríamos evitar la palabra transformación. Hable con estudiantes universitarios sobre sus aspiraciones, y no sería raro escuchar a algunos de ellos hablar de querer cambiar el mundo. Las imágenes de niños demacrados en Yemen, ciudades devastadas en Ucrania, Siria e Irak, y oleadas de refugiados, junto con historias de racismo, terrorismo, guerras brutales de pandillas, trata de personas y pobreza crónica son tan corrosivas que destruyen cualquier atisbo de dignidad humana. Nos recuerdan a diario que nuestro mundo necesita cambio y transformación.



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¿Qué es transformación?



La palabra «transformación»[1] forma parte ahora del vocabulario de la mayoría de las ONG cristianas de desarrollo y es utilizada incluso por agencias gubernamentales como USAID. Pero, al prometer transformación a los pobres, ¿estamos haciendo promesas que no podemos cumplir? Al animar a la gente a cambiar el mundo, ¿la estamos preparando para la frustración y la decepción? La pregunta es: ¿qué entendemos por transformación y por querer cambiar el mundo?



El cristianismo evangélico ha luchado con el dilema de si la misión de Dios se centra solo en las dimensiones espirituales de esta vida y la vida eterna o si también debe incluir el abordaje de la pobreza y la injusticia social en el mundo actual.[2] Para quienes creen que nuestro testimonio es tanto de palabra como de acción, la naturaleza exacta de las acciones no está clara.



¿Cómo respondemos, como seguidores de Cristo, a la realidad de la pobreza y el mal con que nos confronta un mundo globalizado? Una reacción humana, sea uno cristiano o no, es un profundo sentimiento de que esta no es la forma que debería ser el mundo. Por eso nos enfocamos en proporcionar a los pobres las necesidades básicas para que puedan vivir con dignidad. Al centrarnos en la justicia social, esperamos que se produzca un cambio duradero y perdurable.



Como cristianos, estamos llamados a marcar la diferencia en este mundo, a ser sal y luz; sal que impide que se siga descomponiendo y luz que vence a las tinieblas. En el Nuevo Testamento, la exhortación es a «hacer el bien» (Gá 6:9-10), una frase de uso habitual en el mundo del apóstol Pablo al referirse a las contribuciones financieras a la vida cívica y comunitaria. Los actos de bondad que Pablo alentaba se centraban en los pobres y en los problemas sociales.[3] Entonces, ¿dónde encaja el concepto de transformación?





El reto de la transformación



Aunque el deseo de «cambiar el mundo» es digno de ser perseguido, la realidad es que la transformación es compleja y a menudo no es bien entendida. La transformación no puede producirse simplemente abordando las realidades físicas del mundo y centrándose únicamente en la mejora de la calidad de vida. La transformación no se consigue con un conjunto de actividades. Los proyectos e iniciativas que no abordan los valores y actitudes subyacentes tienen una alta probabilidad de fracasar. Para que el cambio sea sostenible, también es necesario encarar las actitudes, los valores y la ética que a menudo tienen sus fundamentos en las dimensiones espirituales de la vida. Los proyectos de desarrollo rara vez abordan las barreras sociales y políticas que atrapan a las personas en la pobreza y la indigencia.



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Un artículo reciente de Christian Relief, Development, and Advocacy propone indicadores basados en la evidencia para medir el impacto del reino (que presumiblemente conduce a la transformación). La rendición de cuentas es fundamental y debe ser central en cualquier programa. Muchos de los indicadores que propone el artículo son indicadores indirectos para intentar discernir si hay vida espiritual y sentido de la misión.



Subodh Kumar escribe: «La misión de todas las organizaciones centradas en Cristo (OCC) es extender el reino de Dios en la tierra, que se manifiesta a través de la transformación individual y social».[4] Lo que falta es una comprensión de lo que se entiende por reino. ¿Es posible hablar de extender el reino de Dios sin el rey del reino y poner todo bajo su autoridad? ¿Difiere esto en algo de la idea de extender y establecer el reino de Dios aquí en la tierra de los intentos fallidos del evangelio social a principios del siglo XX? Dios es quien está construyendo su reino y nos invita a entrar en él.[5]



El teólogo Reinhold Niebuhr escribe sobre la naturaleza defectuosa de los individuos y de la sociedad, que impide que se produzca la transformación:



[El hombre está] . . . dotado y maldecido con una imaginación que extiende sus apetitos más allá del requisito de subsistencia. La sociedad humana nunca escapará al problema de la distribución equitativa de los bienes físicos y culturales que permiten la preservación y la realización de la vida humana.[6]



Mientras que algunos evangélicos equiparan la transformación con la construcción del reino, hay otros que equiparan el concepto bíblico de shalom del Antiguo Testamento con la idea de transformación; esa transformación del mundo es el shalom que Dios prometió y, por tanto, es lo que nosotros, como pueblo de Dios, debemos procurar en nuestra programación del desarrollo comunitario.



John Stott advierte contra esto. Si bien el Antiguo Testamento describe el concepto de forma que incluye el bienestar político y material, esto se limitaba al antiguo Israel.[7] En el Nuevo Testamento, la paz que se promete es la reconciliación y la comunión con Dios por medio de Jesucristo y la reconciliación de unos con otros (Ef 2:13-22). Sin embargo, puede haber bendiciones materiales por ser hijo de Dios que pueden desbordar y bendecir a otros. Stott escribe sobre shalom:




Así pues, shalom es la bendición que el Mesías trae a su pueblo. La nueva creación y la nueva humanidad han de verse en los que están en Cristo (2Co 5:17). De muchas maneras, vemos que la justicia del reino, por así decirlo, «desborda sobre» segmentos del mundo…[8]



El pelo en la sopa



Desafortunadamente, ninguna de las discusiones actuales sobre la pobreza y la injusticia social aborda la realidad del pecado humano: el pecado dentro de los corazones humanos individuales y la pecaminosidad inherente a muchas estructuras sociales, legales y económicas.[9] El pecado, en forma de maldad, arrogancia, poder y codicia, no solo es la causa de gran parte de lo que está mal en el mundo, sino también lo que impide un cambio o transformación duraderos. Tan pronto como se logra algún grado de cambio social o político, el mal resurge de una u otra forma para destruir, disminuir o socavar lo que se ha logrado.




Al no reconocer la realidad del pecado y saber cómo afrontarlo, prometemos a los pobres un cambio sostenible de sus circunstancias sociales que no podemos ofrecer ni asegurar. También nos exponemos a la decepción cuando lo que se ha conseguido se ve socavado por la codicia de individuos poderosas o facciones de la comunidad.



Si el pecado humano es una realidad profundamente arraigada en nuestro mundo, ¿es posible la transformación social y política? ¿Es un concepto bíblico, algo por lo que nosotros, como cristianos, estamos llamados a luchar y conseguir?



¿Transformación de quién?



En ninguna parte de las Escrituras se nos llama a transformar el mundo.[10]Sin embargo, la transformación es un concepto bíblico válido, porque es Dios quien transforma y nos invita a asociarnos con él. Dios ya está en proceso de redimir a los seres humanos y a la creación, y lo transformará todo cuando el tiempo creado se fusione con la eternidad. De este lado de la eternidad, se insta a los cristianos a «hacer el bien a todos» (Gá 6:10) y a ser fieles administradores del mundo que Dios ha creado (Gn 1:28).



No obstante, entre los profesionales cristianos del desarrollo, el poder de Dios no suele formar parte de su conciencia funcionalmente a la hora de planificar el cambio social. La realidad es que el desarrollo comunitario y los esfuerzos de transformación son antropocéntricos, donde los seres humanos se ven a sí mismos como el centro y los principales actores del cambio social. La atención se centra en la movilización de la comunidad, en acertar en la evaluación comunitaria y en el diseño del proyecto, en la ejecución adecuada mientras se garantiza la participación, la apropiación local y la sostenibilidad. Se parte de la base de que, si todo esto se hace de forma eficaz, se producirá la transformación. En caso contrario, la planificación o el proceso han sido defectuosos.



Aunque todo esto es importante, lo que no se tiene en cuenta es que Dios es el autor de la historia y está involucrado no solo en el auge y la caída de las naciones, sino que está presente en comunidades locales que buscan formas de cumplir su voluntad y establecer su reino. Nuestras oraciones deberían ser: «Señor, ¿dónde y cómo estás trabajando ya, y cómo quieres que nos involucremos? Que venga tu reino, que se haga tu voluntad en esta comunidad, como en el cielo», en lugar de: «Señor, bendice el trabajo de nuestras manos que hemos planeado».



Hay una gran diferencia entre creer que uno puede transformar el mundo y ser un socio de Dios en la transformación que él está llevando a cabo. Ron Sider identifica cuál debe ser la verdadera motivación cuando afirma: «Trabajar por la paz y la justicia no se basa en el pensamiento ingenuo de que habrá una transformación, sino en la comprensión de hacia dónde se dirige la historia».[11] Dios está en el proceso de establecer su autoridad en un mundo rebelde, y un día reinará aquí en la tierra en gloria.





El teólogo N.T. Wright basa la transformación en las doctrinas gemelas de la creación y el juicio:



Si quitamos la bondad de la creación, tendremos un juicio en el que el mundo es desechado como si fuera basura, dejándonos sentados en una nube incorpórea tocando arpas incorpóreas. Si quitamos el juicio, tendremos un mundo que persiste sin más esperanza que la panteísta de ciclos interminables del ser y la historia. Si unimos la creación y el juicio, obtendremos cielos nuevos y tierra nueva, creados no ex nihilo sino ex vetere, no de la nada sino del viejo, del existente.[12]



Es tranquilizador saber que, en medio de una raza humana defectuosa y una creación en descomposición, Dios no haya olvidado la bondad de lo que ha creado. Se está ocupando del mal y un día completará la nueva creación (ex vetere) que ha inaugurado con la resurrección de Cristo. Nos llama a asociarnos con él en su obra.



Hoy hay poco acuerdo sobre qué aspecto tendría la transformación. Los pioneros de la historia de las misiones modernas nunca hablaron de transformación. Pero la investigación de Robert Woodberry documenta el impacto de los misioneros protestantes en África Occidental en fomentar los inicios de la democracia.[13] William Carey jugó un papel decisivo en la abolición del sati[14] en India. William Wilberforce y la secta de Clapham consiguieron la abolición de la esclavitud en el Imperio Británico. Fueron utilizados por Dios como agentes de cambio para un mundo mejor.



Participar en la misión transformadora de Dios



Aunque Dios no nos llama a transformar la sociedad, nos llama a ser testigos de la realidad del reino de Dios y de su rey. Como pueblo de Dios en medio de una cultura que arrebata la vida a las personas, la forma en que damos testimonio y nos asociamos con Dios en su misión es demostrando compasión,[15] siendo promotores de la justicia[16] y proclamando un Redentor en un mundo pecador y roto.[17]



 



Rupen Das es el presidente de la Sociedad Bíblica de Canadá y miembro de la junta ejecutiva y del consejo mundial de las Sociedades Bíblicas Unidas. También es profesor de investigación en la Tyndale University en Toronto.



Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.



 



Notas




[1] En el Nuevo Testamento, la palabra griega para transformación es metamorphoo que significa cambiar a otra forma, alterarse, y se usa en voz pasiva para referirse a la transfiguración de Cristo. La implicación es que el cambio no es incremental sino radical y holístico por naturaleza. La mayoría de los proyectos de desarrollo comunitario abordan el cambio incremental y no son verdaderamente transformadores por naturaleza. Para una discusión detallada sobre lo que se entiende por transformación en el desarrollo comunitario, ver Rupen Das, Compassion and the Mission of God: Revealing the Hidden Kingdom (Carlisle: Langham Global Library), 135-163. 



[2] Para obtener más información sobre este debate y comprender los problemas que sustentan cada posición, consulta Das, Compassion and the Mission of God



[3] N.T. Wright, Paul for Everyone: Galatians and Thessolonians (London: SPCK, 2002), 79. 



[4] Subodh Kumar, ‘Toward Building Evidence of Kingdom Impact,’ Christian Relief, Development, and Advocacy 3, no. 2 (2022): 24–36. 



[5] Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. (Ap. 21:5). Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (Mateo 6:10). 



[6] Reinhold Niebuhr, Moral Man and Immoral Society: A Study of Ethics and Politics (New York, NY: Scribner’s, 1932), 1. 



[7] Si bien muchos de los reinos circundantes eran mucho más prósperos que el antiguo Israel y algunos incluso experimentaron una apariencia de paz durante períodos de tiempo, el Antiguo Testamento nunca atribuye esta prosperidad al shalom de Dios. 



[8] John. R. W. Stott, Christian Mission in the Modern World (Downers Grove, IL: IVP Books, 1975), 31. 



[9] Los siguientes autores han escrito extensamente sobre el pecado incrustado en las estructuras sociales, económicas y políticas de la sociedad: Walter Wink, Engaging the Powers: Discernment and Resistance in a World of Domination (Minneapolis, MN: Fortress Press, 1992); Niebuhr, Moral Man and Immoral Society: A Study of Ethics and Politics; Walter Rauschenbausch, A Theology for the Social Gospel (New York, NY: The MacMillan Company, 1917); Jayakumar Christian, God of the Empty-Handed: Poverty, Power and the Kingdom of God (Monrovia, CA: MARC, 1999). 



[10] El mandato de buscar justicia se da a la élite y poderosos de la sociedad (Miqueas 6:8) y no a los pobres para luchar por la justicia. 



[11] Ron Sider, Lecture, Acadia Divinity College, Acadia University, Wolfville, NS. May 27, 2013. 



[12] N.T. Wright, ‘Jesus Is Coming – Plant a Tree!’ Plough, 2015, https://www.plough.com/en/topics/justice/environment/jesus-is-coming-plant-a-tree. 



[13] Robert D. Woodberry, ‘The Missionary Roots of Liberal Democracy,’ American Political Science Review 106, no. 2 (2012): 244–74. 



[14] La práctica de quemar a las viudas en la pira funeral de sus maridos fallecidos. 



[15] Gal 2:10, 1 Pet 3:8, Col 3:12, 1 John 3:17, Prov 19:17, 22:9, 16, James 2:14-17 



[16] Isa 1:17, Micah 6:8, Zech 7:9-10, Prov 14:31, 22:22 



[17] 1 Pet 3:15-16, Ps 96: 2-4, Matt 28:18-20, Rom 1:16 



 

 


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