Dios es amor y sólo amando participamos de la naturaleza de ese Dios que se siente movido a misericordia ante el sufrimiento de los hombres y que nos dice “ve y haz tú lo mismo”. Es el mensaje de la tan conocida parábola del Buen Samaritano. Un Dios que nos dice enfáticamente que quiere y valora la misericordia antes que el sacrificio cúltico -“misericordia quiero y no sacrificio”-, y nos pide que antes de cruzar los atrios del templo nos reconciliemos con el hermano. Dios es un Dios misericordioso y se deja conocer a través del amor. Por eso, la Biblia afirma que “el que no ama, no conoce a Dios”.
Dios es un Dios de amor, Padre de toda misericordia. Por eso el evangelista debe proclamar al Dios de misericordia, y no sólo proclamarla, sino sentirla y tenerla, ser capaz de ser “movido a misericordia” ante el sufrimiento, la exclusión o la opresión del prójimo. Esto se debería notar en la evangelización y esta capacidad de sentirse movido a misericordia por el prójimo sufriente, es la que debería evangelizar al mundo. El evangelista, en medio de un contexto mundial en el que en el que hay legión de pobres y oprimidos, multitud de abandonados por un sistema injusto, debe proclamar la misericordia y actuar misericordiosamente, es decir, movido a una misericordia que le obliga a pararse, dejar sus sacrificios de alabanza y predicación, y dar sentido a estos actos sacrificiales manchándose las manos con los tirados y apaleados que están a los lados de los caminos del mundo. Desde estas acciones de misericordia es desde donde adquieren sentido los sacrificios de alabanza, las prédicas y las solemnes celebraciones eclesiásticas. Léanse, si no, a los profetas.
La misericordia evangeliza al mundo. El mundo debería ser evangelizado con la práctica de la misericordia por parte de los cristianos. Por la misericordia y a través de ella, deberíamos estar mostrando el rostro de un Dios compasivo a un mundo que necesita de la misericordia. Es verdad que debemos dar culto racional a Dios, pero la razón debe estar impregnada de misericordia. Existe la razón misericordiosa que podría salvar al mundo. Es verdad que la evangelización debe ser denunciadora y buscar justicia, pero justicia misericordiosa, no la justicia aséptica del mundo que, en tantos casos y en tantas leyes, es inmisericorde. Debemos dar culto a Dios con nuestro sentimiento, pero un sentimiento misericordioso que nos acerca al Padre de toda misericordia. Podemos evangelizar con palabras, pero con palabras misericordiosas que, a su vez, nos lanzan a seguir el imperativo de Jesús: “Haz tú lo mismo”, después de haber sido movido a misericordia y haberte convertido en un buen prójimo.
No es de extrañar que en los textos proféticos Dios rechace todo culto, toda oración y celebración cuando no está antecedido e impregnado de esa misericordia que se transforma en justicia para el huérfano, la viuda y el extranjero, prototipos de todos los excluidos en el mundo del Antiguo Testamento.
Hoy Dios sigue rechazando todo tipo de sacrificio, sea éste de alabanza, de evangelización o cúltico que no haya tenido en cuenta el que para poder acercarse a Dios para darle gracias o rendirle culto, es necesario ser personas con la característica de Dios: el ser movidos a misericordia ente el prójimo sufriente. Esta es una característica que nos va a llevar a buscar y hacer justicia. Es entonces cuando podemos caminar hacia Señor: “Venid luego”, nos dice a través del profeta Isaías. Venid cuando hayáis sido capaces de ser movidos a misericordia y de hacer justicia a los agraviados del mundo. Es entonces cuando vuestra evangelización no sólo va a tener sentido y ser consecuente, sino que entonces es cuando va a comenzar a dar frutos en el mundo, es entonces cuando a través de la misericordia con los más débiles podremos ver un mundo cambiado en donde imperen los valores del Reino. El mundo habrá sido evangelizado a través de la misericordia que riega la Palabra y la hace crecer y dar fruto a su tiempo. Una Palabra misericordiosa que nunca volverá a Dios vacía. Es entonces cuando estaremos participando de la auténtica naturaleza de Dios y podremos lanzarnos a la evangelización del mundo.
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