Estamos viviendo el ocaso de una civilización que ha dejado a Dios y que va a recoger los frutos de su rebeldía.
Ya nada es como era antes. Desde el inicio del año 2020, cuando apareció el virus SARS-CoV-2 y se declaró un estado de pandemia a nivel planetario, nuestras vidas han sufrido cambios que antes nos parecían inimaginables. Las restricciones impuestas han afectado seriamente a la cadena de suministros, empeorado por el desequilibrio y el agravamiento constante en las relaciones económicas internacionales.
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Por si esto fuera poco, dos años más tarde, el 24 de febrero estalló la guerra en Ucrania. Partidos que antes habían optado por el pacifismo y el cuidado del medio ambiente, ahora llaman a la guerra. Un claro ejemplo de esto lo vemos en Alemania, que presumía de haber dejado detrás el belicismo que otrora lo caracterizó, y ahora suministra todo tipo de armas a la zona de guerra.
Las sanciones de Occidente contra Rusia y, a cambio, el fin del suministro de gas barato para Occidente, particularmente para Alemania, ha puesto a Europa contra las cuerdas. La inflación de precios ha alcanzado ya dos dígitos. Los gastos del sector energético se han disparado y esto está acabando sobre todo con las pequeñas y medianas empresas. Muchos ya no pueden pagar sus facturas de luz y gas. Lo mismo ocurre con la gente normal y corriente. El resultado de todo esto es una recesión económica - que ya ha llegado - seguida de una depresión económica a gran escala.
El 10 de febrero del año pasado escribí en Protestante Digital:
Vamos rumbo a la peor crisis económica desde la gran depresión de los años 30 del siglo pasado. Algunos opinan que incluso será mucho peor que aquella, pero con un agravante: esta vez será global con pérdidas y consecuencias sociales incalculables.
¿Y qué decir de nuestros líderes políticos? Lo que reina es la confusión y la falta absoluta de sentido común y de proyectos que van más allá de los cuatro años de legislatura. El activismo ciego y sus soluciones correspondientes demuestran que es peor el remedio que la enfermedad que pretenden curar. El país desde donde escribo este artículo - Alemania - tiene un gobierno de ministros que entienden de sus respectivas carteras menos un hámster de buceo. Al ver a estos administradores de la incompetencia en la tele uno pudiera pensar que se tratase de un show al estilo de Groucho Marx, si la cosa no fuera tan seria y peligrosa. Vivimos en la perfecta idiocracia.
Y como si todas estas malas noticias no fueran suficientes, este año nos asoló un verano extremadamente seco en casi toda Europa. Esta ola de calor facilitó incendios forestales y produjo ríos con un caudal bajó mínimos y problemas en el suministro de agua hasta en zonas donde normalmente abundan las lluvias en todas las épocas del año.
Para el invierno que se nos avecina nos encontramos con precios exorbitantes de gasolina, gas y luz. En algunos países ya están preparando a la población para meses durísimos por la falta del gas ruso. Esta es la versión oficial. Lo que no causa menos daños es la evidente incompetencia de unos gobernantes presos de su ideología alejada de la realidad. Qué nadie se equivoque: aún no hemos llegado al fin de las desgracias.
Uno de los siguientes problemas en nuestra ruta de males serán los enfrentamientos sociales. Cuando la gente se dé cuenta que el dios en que confiaban -el Estado todopoderoso de bienestar- ha fallado estrepitosamente, los veremos en las calles reclamando los derechos que creen suyos. Estamos hablando de enfrentamientos civiles como no los hemos visto en nuestros países hace mucho tiempo. Una persona cuya vida ha sido arruinada por la incompetencia política es capaz de muchas cosas.
Los tiempos han cambiado. El mundo moderno y posmoderno se ha acabado. Es una curiosidad histórica que los dos personajes claves que representan como nadie la posguerra han fallecido en estos días: Mijaíl Gorbachov e Isabel II.
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Está por ver qué nombre pondrán los historiadores a una época donde el retroceso se nos vende como avance, donde la mentira se llama verdad y donde la locura se presenta como inteligencia.
¿Por qué escribo todo esto? Al fin y al cabo, esta columna tiene que ver con teología y no con la actualidad política o económica. La razón es sencilla y es profundamente teológica. Tiene que ver con la pregunta: ¿Quién gobierna en realidad?
Es lógico que uno se pregunte: ¿Por qué pasa todo esto ahora? ¿Por qué todo de repente? ¿Hay datos bíblicos que nos ayudan a entender lo que está pasando?
Para algunos creyentes parece que todos los demonios disponibles andan sueltos. Esto es por lo menos lo que sospechan algunos predicadores y sus seguidores. La fallida “expulsión” del demonio del covid de parte del predicador Kenneth Copeland se hizo famosa en todo el mundo y sirvió para todo tipo de memes y parodias. Ni Copeland podía con el virus con mucho que gritara. ¿Y qué decir de los expertos en escatología pop? Cada vez más se apuntan a la tesis: ¡Esto es el fin! ¡El libro de Apocalipsis se cumple delante de nuestros ojos!
Y luego hay los que sospechan que una mano negra está dirigiendo estos sucesos para alcanzar sus metas. Dicho de otro modo: estamos ante una conspiración de tamaño global donde los sospechosos llevan apellidos como Gates, Soros y Schwab. No soy amigo de ninguno de ellos. Pero sinceramente creo que se suele sobreestimar la capacidad conspiratoria de cada uno de ellos.
Para otros, las razones de casi todos los males que nos asolan tienen que ver con el cambio climático y nuestra falta de conciencia medio ambiental. El planeta supuestamente tiene fiebre y quiere librarse de unos cuantos de sus habitantes para recuperar la salud. El hombre estorba y para algunos la solución parece que la humanidad vuelva a las cuevas y la economía de subsistencia.
No sorprende que muchos evangélicos también se apuntan a la lotería y apuestan por una de las posibilidades que acabo de mencionar.
Pero me temo que lo que nos viene encima no son los demonios sueltos, ni la Gran Tribulación, sino otra cosa. Me atrevo a llamarlo juicio de Dios.
Los años de las vacas gordas han terminado - y por mucho tiempo. Pero no solamente estamos hablando de un desastre económico, financiero, político y sociológico del cual llevo advirtiendo desde hace muchos años. Estamos hablando del ocaso de una civilización que ha dejado a Dios y que va a recoger los frutos de su rebeldía. No es el juicio final, sino el juicio sobre un continente rebelde y arrogante que niega a Dios. No es la primera vez en la historia que esto pasa.
Y esto es precisamente lo que me parece más que curioso: que casi nadie baraje la posibilidad de que pudiera tratarse de un juicio divino. Tengo la impresión que hablar del juicio de Dios es un tabú. Muchos simplemente prefieren una concatenación de circunstancias desfavorables, conspiraciones o demonios acampando a sus anchas en este mundo.
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Para que no nos engañemos: cuando hablo de juicio divino me refiero a un juicio concreto sobre nuestra cultura occidental que en su momento era profundamente marcada por la fe cristiana, pero ahora es cada vez más pagana. Me refiero a un juicio divino particularmente sobre los países que en su momento abrazaron la Reforma y cuyas iglesias apóstatas hoy son solamente una caricatura ridícula de lo que un día fueron. Sí, un juicio divino sobre una versión moderna de la torre de Babel, llamada Unión Europea, que pretende defender los “valores” europeos que huelen a muerte, pecado y arrogancia. Y todo esto con la pretensión de llegar al cielo de su paraíso ateo por sus propios esfuerzos.
¿No pudiera existir una conexión entre la rebelión en contra de Dios con lo que está pasando?
Hoy son comunes las leyes que legalizan la carnicería de seres humanos antes de nacer, gobernantes presos de ideologías sectarias, las imposiciones de los lobbies LGTB&+, la abolición de la familia, la redefinición de los sexos por los adeptos del genderismo, la manipulación sistemática de nuestro dinero y la expropiación a los ahorradores de parte de los bancos centrales. Todo esto y mucho más se promueve hoy en la UE. Y son cosas que Dios odia.
¿No pudiera ser, que Dios en vez de retirarse de este mundo y de la vida pública - como mandan los funcionarios de la UE - vuelve con más fuerza que nunca? ¿No cabe la posibilidad que Dios quisiera captar nuestra atención por los juicios que ya nos asolan y los que van a venir en camino?
Yo, por lo menos, me atrevo a llamarlo juicio divino.
En los próximos artículos quiero examinar el tema desde diferentes ángulos. Mi punto de partida será en primer lugar la sencilla verdad que Dios no ha dejado de entrometerse en los asuntos de este planeta. Es curioso que a muchos teólogos les causa estupor esta idea y les cuesta tanto entenderla. Dios no ha dejado de actuar en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Nuestro Dios es el Dios vivo y activo. Sus acciones no terminaron con la resurrección de Jesucristo y en el día de Pentecostés. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
La segunda verdad de la cual parto tiene que ver con el hecho que Dios exige responsabilidades de aquellos que lideran a las naciones - y a las naciones mismas. En otras palabras: sigue habiendo una conexión entre un gobierno injusto y el juicio divino, y un gobierno justo y la bendición divina. Esto forma parte de la agenda del Mesías, que por cierto es el mismo que orquesta y coordina los juicios en el libro de Apocalipsis. Su madre, María, vio esa gran verdad cuando exclamó: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.” (Lucas 1:52)
A mí me parece que este juicio ha comenzado y nosotros estamos en primera fila.
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