Podríamos llenar muchas páginas de personajes de los cuales se dicen sus nombres y poco más, pero suficiente para saber que formaban parte del pueblo de Dios.
Cuando leemos algún pasaje de la Biblia, sobre todo de carácter histórico o biográfico, centramos nuestra atención en los personajes principales. Eso está bien pues generalmente son los protagonistas de los hechos más significativos y relevantes, sean positivos o negativos.
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Pero la historia se teje con las palabras y los hechos de todos los seres humanos. Cierto que unos brillan por su hechos más que otros, pero incluso los hechos más grandiosos protagonizados por personas que son admiradas universalmente (o despreciadas, según el carácter de sus acciones) no habrían sido posibles sin la contribución de los protagonistas secundarios.
Tomemos como ejemplo, el relato de la sanidad de Naamán, general del ejército sirio y hombre ilustre por sus hazañas militares, aunque era leproso[1]. Los personajes principales en ese capítulo son, en principio, el mismo general, el profeta Eliseo y luego Giezi, criado de Eliseo. Las enseñanzas que se derivan de la actuación de cada uno son muy significativas y a pesar de que sucedieron hace unos 2800 años, son pertinentes hoy día.
Pero además de los protagonistas mencionados, hay otros secundarios y anónimos que pasan desapercibidos y sin cuya intervención la sanidad de Naamán, así como todo cuanto aconteció y se desprende de esa historia, no podría haberse producido.
En primer lugar, aparece la esclava israelita. Una muchacha del pueblo de Israel que había sido cautiva por una banda armada siria. Naamán se la había regalado a su esposa como esclava, para que la sirviera. Esta muchacha, podría haber estado llena de odio y resentimiento contra sus amos por haberla separado de su familia, su pueblo, su cultura y su religión. O quizás podría haber caído en una profunda tristeza que la habría consumido hasta el último día de su vida. Sin embargo, ella actuó con el único deseo de bendecir a sus amos. En un sentido, su actitud y comportamiento fue bastante “evangélico” acorde con lo que enseñó Jesús acerca de amar y bendecir a nuestros enemigos. Aquella esclava informó a su señora de que si Naamán iba a Israel, el profeta Eliseo podía sanarle de su lepra[2].
Es así como por la intervención de una criada, el general sirio se puso en camino hacia la tierra de Israel, buscando su sanidad. Pero cuando el rey de Israel recibió a Naamán, pensó que éste no traía buenas intenciones y sospechó alguna trama de carácter político[3]. Eliseo, por otra parte, al ser informado de su llegada, le llamó; pero antes de que Naamán, con su séquito y cargado de regalos, llegara hasta él, Eliseo le envió un mensajero para decirle que se fuera y se bañase siete veces en el río Jordán; entonces y solo entonces sería sano de su lepra[4]. Pero el general sirio no estaba acostumbrado a que le dieran órdenes, y mucho menos a que alguien como Eliseo ni siquiera saliera a recibirlo y no hiciera las cosas como él creía que “debían hacerse”[5]. Naamán no sabía que la orden del profeta equivalía a una orden divina, para quebrantar su orgullo. A Dios le da igual si somos generales como si no, ya que Él “no hace acepción de personas”[6]. Además Naamán exclamó: “Los ríos de Damasco ¿no son mejores que todas las aguas del Jordán?” [7]. Pero Dios tampoco tiene preferencia por este o el otro río, pues toda la creación es suya [8]. Dios solo quería que el general sirio, acostumbrado a mandar, también estuviera dispuesto a obedecer al que es sobre todos: Dios mismo. Siglos después, un centurión romano se adelantó a expresar a todos lo que Dios había querido transmitir a Naamán: El reconocimiento, la fe y la obediencia al Dios de Israel[9].
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Por tanto, “Naamán se fue enojado” apelando a que esas no eran formas.“¡Ni siquiera he sido recibido por el varón de Dios y solo me ha dado órdenes! ¡A mí!”. El general sirio debió pensar: “¡Para este viaje no se necesitaban tales alforjas!”.
Aquí debió terminar la historia si no hubiera sido porque intervinieron otros protagonistas secundarios, para hacerle entrar en razón. Ellos eran los criados del general, que porfiaron con él para que hiciera lo que Eliseo le había dicho. Así que, finalmente, Naamán
“Se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño y quedó limpio” (5.14)
Así, por la intervención de estos personajes secundarios tuvo lugar uno de los hechos más significativos de la historia del A. Testamento que ha llegado hasta nuestros días. Por tanto, no hemos de perder de vista el hecho de que, aunque nosotros no seamos protagonistas principales de los grandes hechos de la historia que Dios está llevando a cabo entre nosotros, no por eso dejamos de ser protagonistas de dicha historia. Estemos convencidos de que muchas de nuestras palabras de testimonio, bendición, consuelo, ayuda, ánimo, guía, etc., han sido y pueden ser el comienzo de cosas mucho más grandes en las vidas de otros. Y aunque nosotros no seamos los protagonistas principales de ellas, sí podemos llegar a ser los causantes de las mismas. La Historia Sagrada, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento está llena de ejemplos. ¿Qué podríamos decir de ese discípulo anónimo que era Ananías, que sirvió a Saulo recién convertido a Jesús, atendiéndole en todo cuanto necesitó para prepararle a todos los efectos, para la misión a la cual fue llamado por el Señor Jesús?[10] ¿Qué podríamos decir de Dorcas[11], una discípula fiel de Jesús que nos ha dejado un ejemplo precioso de servicio y de buenas obras a favor de los necesitados? ¿Qué podríamos aprender también de un desconocido como Onesíforo que, además de no avergonzarse de ser cristiano confortó “muchas veces” al apóstol Pablo cuando estaba en la prisión?[12] Así podríamos llenar muchas páginas de personajes de los cuales se dicen sus nombres y poco más, pero suficiente para saber que formaban parte del pueblo de Dios, y de su plan para la extensión y la edificación del reino de Dios aquí en la tierra.
Finalmente, tenemos que tomar conciencia de que nuestro Dios no nos juzgará por las “grandes cosas” que hagamos, ni porque nosotros lleguemos a ser más relevantes que otros, sino por lo fieles que hayamos sido con lo que Él nos ha encomendado. Que como la joven esclava trabajemos en orientar hacia el Señor Jesús (el “Varón de Dios”) a las personas que están en necesidad para que reciban la sanidad de su alma; que como aquellos criados de Naamán, también animemos a los que por falta de fe dudan en hacer lo que el Maestro les dice. Que todo cuanto hagamos en el día a día en relación con el matrimonio, la familia, el trabajo, la iglesia, la sociedad, etc., no tiene por qué llevarnos a ser “grandes” en medio de nuestra sociedad. Porque, mucho mejor que llegar a ser personajes “relevantes”, será escuchar al final a nuestro Señor y Maestro recibirnos con aquellas palabras:
“Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel; sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”.[13]
Notas
[1] 2 Reyes 5:1
[2] 2 Reyes 5:1-3
[3] 2 Reyes 5:7
[4] 2 Reyes 5:8-10
[5] 2 Reyes 5:11
[6] Hechos 10:34; Santiago 2:1-4
[7] 2 Reyes 5:12
[8] Salmo 24:1-2
[9] Lucas 7:6-10
[10] Hechos 9:1-19
[11] Hechos 9:36-42
[12] 2 Timoteo 1:16-18
[13] Mateo 25:21-23
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