Al intentar adentrarnos en ese océano, donde ya no hacemos pie con nuestro razonamiento y conocimiento, constatamos nuestra incapacidad para abarcar lo profundo y sublime que este tweet de Dios contiene.
El lenguaje es uno de los instrumentos más potentes que tenemos los seres humanos, siendo una de las cualidades que nos hacen distintos a los demás seres y superiores a ellos, pues la capacidad de hablar, al poner en palabras nuestros pensamientos, es el medio principal de comunicación. Es siempre un admirable y misterioso hecho, por más que se haya producido en miles de millones de ocasiones, que una pequeña criatura adquiera el habla en sus primeros años de existencia a partir de cero. La recepción de los sonidos que oye, el reconocimiento de los mismos, su transformación en algo inteligible y la puesta en práctica por su propia lengua, no meramente imitando como un loro sino fabricando sus propias ideas que pone en palabras, es algo asombroso, no pudiendo ser creíble que tal capacidad haya venido por azar y evolución, porque la capacidad de convertir lo que es abstracto, las ideas, en lo que es concreto, las palabras, requiere de una agencia externa, es decir, de un Ser Inteligente, que nos haya dotado de tal capacidad. Porque lo material, si fuera el origen de todo, no habría podido producir lo inmaterial, pues lo semejante sólo produce lo semejante.
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Es este precioso don, que es el habla, el que usamos para describir todas las realidades, no solamente las de aquí abajo sino también las de arriba; no sólo las temporales sino también las trascendentales. Mas aunque el habla es capaz de expresar bien lo terrenal, se queda corta para describir lo que es celestial, como bien supo el apóstol Pablo cuando vivió una experiencia en la que lo que oyó no lo pudo poner en palabras. Oyó palabras, pero eran palabras que las palabras humanas no son capaces de plasmar ni reproducir.
Pero que exista ese tipo de habla sublime, que está más allá de la nuestra, no quiere decir que nos hayamos quedado sin posibilidad alguna de recibir la verdad que Dios quiere transmitirnos, porque poniéndose a nuestra altura, nos ha dejado su preciosa Palabra, para que por ella podamos aprender sobre las realidades que importan.
Y sobre esas realidades que importan hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El Señor me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada.’ (Proverbios 8:22-25). Quien habla así es la Sabiduría, que no es meramente una cualidad sino que se presenta en términos personales, como alguien, no como algo. Ciertamente, en otras ocasiones se alude a la sabiduría como una cualidad, del mismo modo que lo es la prudencia o la inteligencia, por un lado, o la insensatez o la necedad, por otro. Pero en esta ocasión, la Sabiduría no es algo de lo que se habla, sino quien habla.
Y, al hacerlo, llama la atención al hecho de referirse a su origen, para que sepamos de dónde procede. Y al hablar, lo hace de una manera que nos es inteligible, que podemos entender. Es decir, se pone a nuestro nivel, aunque sobrepasa infinitamente nuestro nivel. Podría habernos hablado en términos inefables, pero no hubiéramos entendido nada; sin embargo, lo hace en una manera que está a nuestro alcance, aunque las verdades que trasmite son muy profundas.
Lo primero, es que Dios la poseía en el principio. La palabra que se ha traducido por ‘poseer’ puede significar eso mismo o también ‘adquirir’, como cuando Eva dijo que había adquirido varón. Pero teniendo en cuenta que se trata de Dios, es mejor la idea de posesión. Que esa relación que la Sabiduría tiene con Dios no comenzó en un momento determinado, se aprecia en que ya era así en el principio, cuando todo comenzó. Es decir, la Sabiduría no pertenece al orden de lo creado, sino que existe antes de lo creado, igual que Dios. Al mencionar las más antiguas realidades creadas, incluso antes de que hubiera hombre sobre la tierra, como los abismos y los montes, la Sabiduría afirma su anterioridad de existencia. No es contemporánea al tiempo. El tiempo tiene principio, los abismos también, igual que la tierra, pero la Sabiduría no lo tiene.
Una palabra importante en este pasaje es engendrada, que repite dos veces, para describir su origen. Aquí es donde el lenguaje humano manifiesta su limitación, porque todos sabemos lo que quiere decir ser engendrado. Es una generación que tiene que ver con la reproducción, normalmente de carácter sexual, lo cual evidentemente queda excluido del caso. Ahora entramos en una aparente contradicción, al haberse establecido que la Sabiduría no tiene principio, pero al decir que fue engendrada indica que lo tuvo.
Una solución a esta aparente contradicción sería que no tuvo el principio que todo tuvo, sino que tuvo otra clase de principio, eterno, en el cual no hay un antes ni un después. Pero ¿se puede hablar de principio para lo que ya era antes de todo principio? Al intentar adentrarnos en ese océano, donde ya no hacemos pie con nuestro razonamiento y conocimiento, constatamos nuestra incapacidad para abarcar lo profundo y sublime que este tweet de Dios contiene.
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El evangelio de Juan vendrá en nuestra ayuda, al describir al Verbo, o sea, la Palabra, existente ya en el principio. También vendrá en nuestra ayuda cuando designe a ese Verbo, o sea, a Jesús, con el nombre de unigénito, el único engendrado. Sin principio, pero engendrado. Pero de nuevo se nos presenta la misma dificultad que antes, pues si es engendrado es que tiene principio. Y aquí es donde los nombres de Padre e Hijo, en ese evangelio, adquieren toda su dimensión; el de Padre, al ser el engendrador, y el de Hijo, al ser el engendrado. Luego entonces el Padre es el principio engendrador del Hijo y como el Padre es eterno, se sigue que, por ser Padre, siempre ha tenido al Hijo, que también es eterno, pues si el Hijo no existió siempre, Dios no siempre hubiera sido Padre. Y ahora es donde descubrimos que Padre e Hijo son eternos y que el Hijo tiene su principio en el Padre, radicando en eso la distinción entre ambos. Así pues, un Padre sin principio engendrador de un Hijo engendrado que en él tiene su principio. Como no hay nada semejante en el orden de lo creado que se parezca a esta relación, es por lo que buscar símiles para ilustrar esta generación no hará sino desfigurar lo que no tiene comparación.
Lo maravilloso es que el engendrado se hizo hombre en el tiempo, mediante una generación humano-divina insólita; humana, porque la virgen María fue la receptora, y divina, porque el Espíritu Santo hizo posible esa generación, sin necesidad de varón.
¡Qué grandiosa realidad tan excelsa, que puede ser expresada en ese maravilloso don del habla que Dios nos ha dado!
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