Puede haber muchos creyentes que tienden a pensar que ellos no son los más adecuados para esta tarea de ser las manos de Dios en un mundo de dolor, de comunicar a otros el mensaje del Evangelio.
Me gustaría dedicar este artículo a aquellos creyentes sencillos que están en las iglesias creyendo que no tienen dones, que nadie les da tareas relevantes y que viven su fe con total sencillez y casi en el olvido. Aquellos que pasan por las iglesias y creen o les hacen creer que no tienen grandes cualidades para predicar, ni para la evangelización, ni para trabajar en lo que otros llaman la obra del Señor. Quizás sean presa o víctimas de un síndrome: “El síndrome de los sencillos”. ¿Sabéis que también se le podría llamar el “síndrome de Moisés”?
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Es ese síndrome que, a veces, nos hace creer pequeños, que nos lleva a pensar que no somos nada relevantes, que son otros los que tienen que predicar y hacer el trabajo de evangelizar y orientar a otros, cuando el Señor puede hacer con nosotros lo que hizo con Moisés: Hacernos caudillos que trastoquen las estructuras de maldad del mundo. Un hombre de Dios, Hudson Taylor dijo: “No son los grandes hombres los que transforman el mundo, sino los débiles y pequeños en las manos de un Dios Grande”.
Cuando hablo de los sencillos, no me estoy refiriendo solamente a aquellos hermanos más empobrecidos formando un grupo visible y específico. Los sencillos pueden estar en cualquiera de los grupos sociales, económicos o culturales sin distinción de raza o de lengua. Puede haber muchos creyentes que, en su sencillez, tienden a pensar que ellos no son los más adecuados para esta tarea de ser las manos de Dios en un mundo de dolor, de comunicar a otros el mensaje del Evangelio. Hay que intentar suavizar ese síndrome y hacer que no sea potenciado por otros que se creen mucho más relevantes.
Vayamos al gran Moisés. Él tuvo este síndrome. El síndrome de los sencillos fue nada menos que el síndrome de Moisés, ese caudillo que actuó guiado por el Señor. Por tanto, puede haber creyentes a los que parece que les falta empuje y que no motivan ni pastores ni responsables de iglesia para que les dan tareas de cierto relieve en la iglesia, miembros que aun siendo hombres de fe y teniendo la experiencia de la salvación en sus vidas, se infravaloran ante el asumir responsabilidades cristianas y creen que ellos no pueden trabajar en la Gran Tarea de llevar el Evangelio a otros, de llevar el Evangelio a todo el mundo.
Pueden ser presa de ese síndrome de los sencillos emparentado con el síndrome que tuvo el Gran Moisés. Ese síndrome se puede expresar con estas palabras: “¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra… porque soy tardo en el habla y torpe de lengua”. Son palabras de Moisés, presa de su síndrome. Pues bien, puede haber muchos creyentes que se sienten así en nuestras congragaciones, aunque podemos afirmar que, si Moisés lo pudo vencer, también el Señor puede ayudar a que se supere ese síndrome a esos sencillos que se mueven en nuestras congragaciones pasando prácticamente desapercibidos.
Habría que hacer una llamada a los pastores, a los responsables de las congregaciones e incluso a los otros miembros, para concienciarles de que deben estar atentos para poder percibir quienes son las personas que, teniendo gran valía e incluso conocimientos suficientes, están siendo víctimas de este que hemos denominado el “síndrome de los sencillos”. También, si alguien se da cuenta que es presa de ese síndrome, que se fije en Moisés, en cómo fue capaz de superarlo con la ayuda de Dios.
Para ser liberadores y para evangelizar en el servicio compartiendo la vida, el pan y la Palabra, hace falta ser conscientes de la necesidad de la presencia de Dios en nuestras vidas. Eso se hace desde la sencillez, desde la humildad. Podremos vencer mejor así el “síndrome Moisés, el síndrome de los sencillos”. Sabremos que es el Señor el que nos va a dar la valentía y el poder para comunicar el mensaje que hemos de dar, tanto con palabras como con gestos, acciones comprometidas y estilos de vida evangelizadores… como Moisés. Sí, como Moisés que, una vez superado su síndrome, se convirtió en un agente de liberación de su pueblo, en ese gran caudillo del que todos hemos leído y escuchado. Él tuvo ese síndrome del sencillo.
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¡¡Vence tu síndrome!!, si es que lo tienes. Moisés lo venció y, a pesar de decir y considerarse poseído por su síndrome, pues sus palabras no dejan lugar a dudas “¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra… porque soy tardo en el habla y torpe de lengua”, a pesar de que no esperaba que Dios lo usara por su torpeza, venció ese síndrome del sencillo, el síndrome que puede llevar el propio nombre de Moisés. Éste fue capaz de comunicar algo más que palabras, y devolvió la dignidad al pueblo de Israel convertido en un gran Caudillo empoderado por el mismo Dios.
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