La presencia de las fronteras nos invita a una comunión multitribal en la que podemos compartir los dones que Dios nos ha dado.
Este artículo explora los Evangelios y Hechos para argumentar que la misión de Jesús de hacer discípulos en todas las naciones del mundo es un llamamiento a sus seguidores a cruzar todo tipo de fronteras para dar testimonio de su nombre.
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Centrándome en las fronteras geográficas, sostengo que las personas de la diáspora, aquellas que habían cruzado las fronteras físicas, desempeñaron un papel importante en la difusión del cristianismo desde sus inicios.
Esto no nos llama a cancelar las fronteras sino a utilizarlas para enriquecer nuestra experiencia de la fe a través del intercambio transfronterizo, para invitarnos a la realidad multicultural del Cuerpo de Cristo en el que Dios hace una nueva tribu de muchos, una en la que la identidad de cada pueblo es tan importante como su capacidad de pertenecer juntos e intercambiar con otros pueblos.
En esencia, las fronteras no existen para imponer las jerarquías de las tribus, ya que Cristo las allanó, sino para incubar y compartir los dones que Dios ha dado a cada tribu para el enriquecimiento mutuo de las mismas con el fin de glorificar a Dios, a quien pertenece la tierra y todo lo que hay en ella.
El Reino de Dios hace porosas las fronteras y llama a cada tribu a una postura de recibir y compartir.
Es indiscutible que la misión de Jesús era para todo el mundo. Para cumplir esta misión -llegar al mundo- Jesús tuvo que empezar en algún lugar, en el contexto de la vida real del patio trasero alrededor del extremo norte del mar de Galilea, en lo que se llamó Galilea de las Naciones (o, como traduce Lucas, Galilea de los Gentiles).
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Jesús vino como un Mesías judío y sobre esta premisa -que era realmente el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16:13)- reunió a sus discípulos (Juan 1:40), todos ellos judíos (aunque la misión era llegar a los confines de la tierra).
Pasó más de tres años viajando con ellos por todo el país, enseñándoles a salvar a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24) antes de que se embarcaran en una misión para salvar al mundo.
Mientras estuviera con ellos, su ministerio se limitaría a las ovejas perdidas de la casa de Israel y a nadie más.
Sin embargo, cuando su ministerio se acercaba a su fin, Jesús empezó a hablar sobre el tema de alcanzar a las naciones. La comisión limitada fue reemplazada por la gran comisión con la cual Jesús envió a los discípulos a todas las naciones.
Mateo nos cuenta que, cuando Jesús se disponía a dejarlos, dijo a sus discípulos: “Id pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28:19).
Este es el telos de los tres años de duro trabajo. Una nueva comunidad de discípulos estaba por fin preparada para enfrentarse a las naciones. Pero, ¿lo estaban?
Los tiempos de la obra de Dios son siempre multidimensionales. Por eso, siempre es mejor mirar el contexto más amplio de la historia para entender algunos de los trabajos de fondo de Dios que pueden no parecer obvios.
Antes de que apareciera Jesús, Dios había estado preparando el escenario para el movimiento transformador del mundo que iniciaría.
El acontecimiento de la vida y la misión de Jesús es de suma importancia, por lo que requirió una preparación minuciosa. Toda la historia judía apuntaba a la llegada de Jesús como el Mesías.
No obstante, las dos formas más destacadas en las que vemos a Dios preparar la misión de Jesús son la migración -especialmente la dispersión de los judíos desde Palestina hacia el mundo más amplio del Imperio Romano y el Oriente Medio y más allá- y la diversidad cultural del Imperio Romano.
El nacimiento y la difusión del cristianismo se aprovecharían de estos dos factores y, gracias a ellos, hoy tenemos el cristianismo mundial.
Cuando nació Jesús, el pueblo judío había pasado por una serie de dispersiones desde Palestina y habían surgido muchas comunidades judías de la diáspora en el amplio mundo, más allá de la cuenca mediterránea y de los territorios grecorromanos.
Durante varios siglos, desde la dispersión asiria (722 a.C.) y el cautiverio babilónico (597 a.C.), se había producido una constante desbandada de judíos desde la Tierra Prometida.
Aunque muchos de ellos regresaron en oleadas desde Babilonia durante el período persa, una considerable población judía permaneció en Mesopotamia. En el siglo III a.C., a medida que se extendía la influencia griega, las comunidades judías seguían creciendo como setas por todo el imperio.
La diáspora griega provocó una mayor dispersión de los judíos. Tanto los griegos como los romanos trasladaron a miles de soldados judíos a ciudades fuera de Palestina.
Florecieron grandes comunidades judías en Antioquía y Damasco, en los puertos fenicios y en las ciudades de Asia Menor de Sardis, Halicarnaso, Pérgamo y Éfeso. Fueron los judíos de Alejandría quienes tradujeron el Antiguo Testamento del hebreo al griego, completando la Septuaginta (LXX) en el 132 a.C.
[photo_footer]Sinagógas de la diáspora en el Imperio Romano. / Wikimedia Commons, imagen vía Vista Journal.[/photo_footer]
Por el tiempo en que llegamos a Hechos 2, cuando la iglesia nace en Jerusalén, la diáspora judía era bastante grande e influyente.
Los judíos vivían en la mayoría de las islas del Mediterráneo oriental, (como Chipre y Creta), en Grecia continental y Macedonia, en las costas del Mar Negro y en los Balcanes, Roma y toda la Península Itálica, Egipto, Libia, y tan al oeste de África del Norte como Cartago.
Lucas se toma tiempo para mencionar que en la fiesta de Pentecostés estaban presentes en Jerusalén “judíos devotos de todas las naciones bajo el cielo... partos, medos y elamitas; residentes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia cerca de Cirene; visitantes de Roma (tanto judíos como conversos al judaísmo); cretenses y árabes” (Hechos 2:9-11).
Todos estos judíos de la diáspora fueron testigos del acontecimiento del derramamiento del Espíritu aquel día y llevarían la noticia a sus pueblos incluso antes de que llegaran los misioneros.
Ellos contarían en sus sinagogas, por todo el mundo conocido entonces, el hecho extraño que ocurrió en Jerusalén; “les oímos hablar en nuestras propias lenguas las obras maravillosas de Dios”. Esto prepararía, aunque fuese en pequeña medida, el momento en que el evangelio sería predicado en sus ciudades.
A las pocas décadas de Pentecostés, habría más judíos viviendo en la diáspora que en Judá. Más aún después del año 70 d.C., cuando los romanos destruyeron el Templo de Jerusalén y deportaron a muchos más judíos a Siria, Asia Menor, Italia y otras partes del imperio.
Las comunidades judías surgieron en todas las grandes ciudades del imperio, desde el Golfo Pérsico en el este, hasta España en el oeste. Con el templo destruido, no había mucho a lo que mirar atrás, por lo que la diáspora se convirtió en un hogar.
Esta amplia presencia de comunidades judías en la diáspora en la época en que el cristianismo estaba surgiendo desempeñaría un papel muy importante en su difusión.
Al seguir la historia, nos enteramos del compromiso de Pablo con la diáspora judía. Lucas describe a Pablo tratando de evangelizar a la diáspora judía en las sinagogas primero, cuando llegaba a un nuevo lugar.
Vemos a Pablo predicando primero en la sinagoga de Damasco (Hechos 9:20), en la Antioquía pisidiana (Hechos 13:14), en Iconio (Hechos 14:1), en Filipos (Hechos 16:13), en Tesalónica (Hechos 17:1-2), en Berea (Hechos 17:10), en Atenas (Hechos 17:17), en Corinto (Hechos 18:4-6) y en Éfeso (Hechos 18:19, 19:8).
En la Antioquía pisciana, Pablo declara que “ahora se dirigiría a los gentiles” (Hechos 13:46) porque los judíos rechazaron el Evangelio, pero le vemos seguir dirigiéndose primero a sus compañeros judíos en las sinagogas (Hechos 18:19, 19:8).
Así, las personas que habían cruzado las fronteras sirvieron como constructores naturales de puentes para el Evangelio.
En Europa, fue Lidia, una persona que cruzó la frontera desde Tiatira, quien se convirtió al cristianismo por primera vez en el continente, en la ciudad de Filipos (Hechos 16).
Partiendo de este precedente, podemos ver que seguir a Cristo en la misión implicará para muchos de nosotros cruzar fronteras.
Si bien es cierto que cruzaremos fronteras geográficas, la mayoría de las veces tendremos que negociar en fronteras culturales, étnicas, teológicas, confesionales y de muchas otras clases.
Nuestra misión no borra estas fronteras. El mismo Pablo que cruzó muchas fronteras dijo: “No hay judío ni gentil, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:22), también dijo: “Me he hecho todo para todos”, y que era un “hebreo de los hebreos”.
La presencia de las fronteras nos invita a una comunión multitribal en la que podemos compartir los dones que Dios nos ha dado. Nos llaman a ser hospitalarios con los extranjeros como nosotros mismos lo fuimos en su día, o podemos serlo pronto.
Así es como el Evangelio llegará a los confines de la tierra. Sigamos atravesándolos con humildad, bien conscientes de que el Espíritu de Dios ya está actuando allí donde nos encontremos.
Harvey Kwiyani es director ejecutivo de Global Connections y coeditor de Vista.
Vista es una revista online que ofrece información basada en la investigación sobre la misión en Europa. Fundada en 2010, cada edición temática cubre una variedad de perspectivas sobre temas cruciales para la misión. Descargue la última edición o lea los artículos individuales aquí. Este artículo apareció por primera vez en la edición de abril de 2022 de la revista Vista.
Otras lecturas
- Adeney, Miriam. Kingdom without Borders [Reino sin Fronteras]: The Untold Story of Global Christianity [La historia no contada del cristianismo global]. Downers Grove, IL.: IVP Books, 2009.
- Carroll R., Daniel M. The Bible and Borders. [La Biblia y las fronteras]: Hearing God's Word on Immigration [Escuchando la Palabra de Dios sobre Inmigración]. Ada, MI:
- Castles, Stephen, y Mark J. Miller. The Age of Migration: International Population Movements in the Modern World [La Era de la Migración: Movimientos Internacionales de Población en el Mundo Moderno]. 4ª ed. Nueva York: Guilford Press, 2009.
- Groody, Daniel G., y Gioacchino Campese. A Promised Land, a Perilous Journey: Theological Perspectives on Migration [Una tierra prometida, un viaje peligroso: perspectivas teológicas sobre la migración]. Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 2008.
- Hanciles, Jehu J. Migration and the Making of Global Christianity [La migración y la creación del cristianismo global]. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2021.
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