Francisco de Quevedo (Siglos XVI y XVII)

Francisco de Quevedo y Villegas, considerado como el más alto representante del conceptismo, género literario caracterizado por la complicación de las ideas, nació en Madrid en 1580, siglo XVI. En la Universidad de Alcalá de Henares cursó Humanidades y lenguas clásicas. En otra Universidad, la de Valladolid, estudió Teología y a los padres de la Iglesia, completando con ello su enorme erudición. A medida que cumple años va creando un género original, muy de acuerdo con la época, de carácter fantástico satírico, lleno de contrastes y formidable invectiva social. En 1620 ingresa en prisión, quedando libre poco después por intercesión de Fernando de Acebedo, presidente del Consejo de Castilla. Por entonces escribe uno de sus libros más celebrado, Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás.

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Reintegrado a la vida de palacio después de su encarcelamiento acompaña al rey en su viaje a Andalucía. Sufre un nuevo encarcelamiento en 1628. Sus libros le originaban conflictos con las autoridades. Acompañando al rey por Aragón y Cataluña conoce a Esperanza de Aragón, con quien contrae matrimonio, que se rompe dos años después. En 1639 se le detuvo y trasladó a Marcos de León, donde permaneció encerrado cuatro años, hasta 1643. Salió del encierro ya achacoso y enfermo, murió en Villanueva de los Infantes en septiembre 1945.

Alonso Zamora, ya citado, dice de Quevedo: “Es quizá el talento más universal y entero de la historia literaria española: Político, asceta, poeta, prosista y satírico de primer orden, supo poner en todas las manifestaciones de su tarea la huella indudable de su genio”. Con Lope de Vega y Góngora constituye la cima señera de la lírica del siglo XVII. Tres grandes monstruos en la literatura de aquellos tiempos.

Inspirándose en la ciudad celestial, la nueva Jerusalén del Apocalipsis, Quevedo canta:

Eran fuertes y hermosos

sus cimientos de jacintos,

con carbuncos luminosos

y balajes muy preciosos

entre esmeraldas distintos;

era tan rico su muro

de paredes relumbrantes,

que eran todas de oro puro

y de jaspe verde oscuro

con puntas de diamantes.

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Era todo el pavimento,

para honra de las faldas,

de cristal de buen asiento

y de muy verde ornamento

de cuadradas esmeraldas.

Y tenía en doce puertas

doce perlas margaritas,

no cerradas, más abiertas,

porque sean descubiertas

sus grandezas infinitas.

El sumo alcázar para Dios fundado,

sobre este mundo temporal s'encumbra;

su muro es de diamante jaspeado,

que sol parece y más que sol relumbra:

Está de doce puertas rodeado,

que con luz nueva cada cual alumbra,

y la más fuerte y despejada vista

no es posible que a tanto ardor resista.

Los doce tribus de Jacob valientes

están en los umbrales sobreescritos,

y en las basas de mármoles lucientes

doce maestros de cristianos ritos:

La materia es de piedras ecelentes,

y de oro corruscante los escritos:

Ninguna puerta con rigor se cierra,

porque no hay noche no se teme guerra.

Deste rico metal, cual vidro puro,

es la hermosa plaza cristalina,

y el ancho suelo, como el alto muro,

Parte de este poema es citado por fray Diego de Ojeda en su composición épica La Cristíada.