¿Qué aplicación puede tener esa declaración para nosotros, aquí y ahora?
Seguimos refiriéndonos a llamada declaración universal del apóstol Pablo que se encuentra en la Epístola a los Gálatas, 3.26-28, donde leemos:
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”.
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En la primera exposición y a modo de introducción decíamos que a juicio de muchos de los expositores bíblicos la declaración universal del apóstol Pablo debe interpretarse en clave de salvación. Pablo, entonces, se estaría refiriendo a la salvación con la declaración “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer”. Pero esa declaración –añaden- no anularía el rol que Dios ha dado a cada uno de los grupos que aparecen en la misma, dado que en otros lugares de la Escritura, el apóstol Pablo estaría reconociendo un rol al amo y otro al esclavo y un rol al hombre y otro a la mujer.
Sin embargo, hemos de reconocer que una interpretación literalista de aquellos textos bíblicos paulinos o petrinos que aparentan estar en contradicción con su declaración universal de Gálatas 3.28, ha traído mucha desgracia a millones de personas, hombres y mujeres a lo largo de la historia de la Iglesia. ¿Por qué? Pues sencillamente por haber interpretado el término “salvación” de forma restringida, interpretándolo en términos futuros, escatológicos, sin que tuviera efectos trasformadores en la sociedad donde se ha desenvuelto la iglesia. Y aunque esa falta de influencia transformadora podría estar “justificada” en una sociedad pagana como la del tiempo de los apostóles, no debería haberse aceptado, en absoluto, en aquellas sociedades formadas por la influencia del propio cristianismo y con gobiernos que se consideraban a sí mismo “cristianos”. Pero aún mucho menos estaría justificada en la Iglesia del Señor, en la cual tampoco los esclavos cristianos, ni las mujeres en general pudieron disfrutar, en la práctica, de “una salvación tan grande” que fue ganada y nos fue dada por medio de Cristo Jesús (Hb.2.3)
Entonces, esto quiso decir, en la práctica y durante siglos: ¿Salvación? ¡Sí, claro! Aquella “que está preparada para ser manifestada en el día postrero” (1ªP.1.5,9); pero aquellos cristianos con una nacionalidad o raza diferentes a otros se empeñaron en usar sus diferencias nacionales y/o raciales para dividir al pueblo cristiano y negar la realidad de la obra de Cristo en ellos. ¿Salvación? ¡Sí, claro! Pero la institución esclavista que se quede como está. ¿Por qué cambiar una institución “legal” que los apóstoles “inspirados por el Espíritu Santo”, no condenaron de forma directa...?; ¿Salvación? ¡Claro que sí! Pero la mujer que siga siendo inferior en todo al varón y tenga una absoluta dependencia del hombre en todo: En la esfera espiritual y religiosa, en la jurídica, en la social, en la sexual, etc., etc. Condición apta para sufrir el despotismo, la injusticia, el abuso y el maltrato por parte del hombre, en todos los órdenes de la vida y a lo largo de los siglos. Y no solo en las llamadas “culturas cristianas” sino también, más o menos, en las iglesias que participaban de esas mismas “culturas”.
Entonces, ya que la declaración universal del apóstol Pablo se ha interpretado en términos de salvación, sin tener en cuenta el significado más amplio de esta palabra, consideremos esa misma declaración paulina con una nueva mirada y en clave de salvación.
En la llamada declaración universal de Pablo, llama la atención el hecho de que aparecen tres grupos relacionados con aquellas grandes divisiones que se daban en su propio contexto y que siguen dándose, en mayor o menor medida, en el género humano. Una por causa del etnocentrismo y el nacionalismo: “No hay judío ni griego”; otra relacionada con la posición social: “No hay esclavo ni libre”; y la otra, por razón de sexo: “No hay varón ni mujer”.
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Pablo menciona primero el relacionado con el etnocentrismo/nacionalismo, representado aquí por el “judío y el griego”. El griego, como sabemos representaba a todo el mundo “gentil” (“las gentes”); o sea, a todos los pueblos que no pertenecían al pueblo de Israel y que, en contraste, vivían en la oscuridad y las tinieblas del paganimo, ajenos a la revelación especial que Dios había dado al pueblo de Israel, con propósitos salvíficos. Pero esa realidad en vez de hacerlos humildes les llenó de orgullo, de tal manera que veían a los demás pueblos como “los perros gentiles”. Por supuesto, “los gentiles” no veían de mejor manera al pueblo de Israel. Entonces, el pueblo de Israel tenía un problema de etnocentrismo. Con esto se quiere decir que tenían la idea de que eran superiores en todo a los demás pueblos, en virtud de reconcerse como el pueblo escogido de Dios (con todo cuanto eso significaba) y descendientes de Abraham; por lo cual era un etnocentrismo de carácter religioso, social y hasta racial, base donde se sustentaba su nacionalismo, tan especial y que le diferenciaba de todos los demás pueblos.
Por tanto, la declaración de Pablo, “ya no hay judío ni griego” se refiere a los nacionalismos excluyentes y al racismo (también incluído ahí) como un gran pecado delante de Dios, imposible de solucionar a menos que Dios intervenga. Y la respuesta fue dada por Dios en la persona de su Hijo Jesús y revelada por el Espíritu Santo a sus santos apóstoles y profetas (1ªCo.2.10-11; Ef.3.5). Y no nos pasa desapercibido de que no fue fácil cambiar para un rabino judío, como Saulo (después, Pablo) celoso por las tradiciones de sus mayores, hasta el punto de perseguir con odio y saña a Jesús, en las personas de sus discípulos (Gál.1.13-16). Saulo tuvo que cambiar su teología judía para entenderla a la luz de la revelación de Jesús. Luego, también vemos en el capítulo 10 del libro de Hechos cómo Dios tiene que tratar con el apóstol Pedro, para hacerle entender que “Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada de todo aquel que le teme y le hace justicia” (Hch.10.28-34). Pero esto es algo que también les costó comprender a los creyentes en Jerusalén quienes, cuando supieron lo que sucedió a “los gentiles” en la casa de Cornelio, exclamaron muy sorprendidos: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hch.11.18) ¡Para ellos era algo increible!
Todo muro de separación entre los seres humanos ha sido derribado por Dios, en Cristo Jesús; todos somos hijos de Dios.
Luego, fue el apóstol Pablo (tan denostado hoy por muchos) el que desarrolló la teologia de la reconciliación por medio de la muerte de Jesús en la cruz:
“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación... para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.” (Ef.2.14-16)
Esa realidad se cumplió, en la práctica, por medio de la predicación de “la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación...” (Ef.1.12-14) De manera que, “los unos (judíos) y los otros (gentiles) tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni extraños... sino miembros de la familia de Dios”. (Ef.2.17-19) Es por esa razón que en el contexto de la declaracion unniversal, Pablo señalara la importancia de que “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál.3.26); “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gál.4.6-7).
Así que todos, judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres redimidos somos reconodidos miembros de la familia de Dios con el Espíritu de su Hijo morando en el interior de cada uno. Jesús es “el primogénito entre muchos hermanos” (Ro.8.29) y él mismo “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hb.2.11)
Lo expuesto hasta aquí forma parte de la obra salvífica de Dios en Cristo. Por tanto, la intención de Dios es la de salvarnos no solo de cara a darnos la vida eterna, sino salvarnos de nuestro orgullo etnocentrista, nacionalista y racista. Si no es así, su salvación no nos ha alcanzado acorde con el plan de Dios. Sin embargo, eso que está tan claro en las Sagradas Escrituras, se ha obviado a lo largo de la historia, hasta el día de hoy. Solo basta leer la historia de las misiones y ver cómo los “cristianos” de casi todas las potencias han tratado a sus hermanos de otras naciones. El etnocentrismo del cual han hecho gala ha sido una gran vergüenza para el testimonio del Evangelio de Jesucristo. ¿El imperio Británico, en la India o en la China? ¿La nación belga en el Congo? ¿La nación holandesa, en Sudáfrica? ¿La nación española con sus grandes “conquistas”? Eso son solo los ejemplos más representativos.
En cada caso, la supuesta superioridad de cada imperio “cristiano” se ha impuesto, incluso sobre aquellos que siendo también cristianos, hijos e hijas de Dios y teniendo el mismo Espíritu, fueron considerados inferiores por pertenecer a una cultura diferente o por ser de una raza diferente. Por tanto, lo que pensaran cada uno de esos hijos e hijas de Dios al respecto, podemos imaginarlo. Para millones de personas, hombres y mujeres debió sonar a burla el leer, tanto de forma particular como oír en las iglesias la declaración universal de Gálatas 3.28, y a la vez constatar las diversas esclavitudes a las cuales estaban siendo sometidos, por distintas causas. Pero seguro que las respuestas que le daban las autoridades religiosas a sus posibles preguntas serían eminentemente “bíblicas”, dado que textos bíblicos afines, no les faltarían.
Pero una vez llegado a este punto podríamos decir que “todo eso forma parte del pasado”. Que hoy “eso no pasa”. Por tanto ¿qué aplicación puede tener esa declaración para nosotros, aquí y ahora? Porque, la realidad es que muy a menudo ni nos pasa por la cabeza que algunas de las declaraciones importantes de la Escritura tengan relación con nuestro contexto. ¿Acaso no tenemos una Constitución en la cual se reconocen los derechos humanos, tanto de unos como de otros, sin importar de qué parte del país eres, o si eres varón o mujer, negro o blanco, o de cualquier otra condición o posición social? ¡Claro que sí! Y es bueno que así sea y que se cumpla rigurosamente esa Constitución. Algo que, por otra parte, estaría por ver. Pero los que conocemos el testimonio divino sobre la naturaleza humana sabemos que podríamos tener la mejor ley delante de nosotros sobre los derechos de cada uno y a la vez, albergar sentimientos etnocentristas, nacionalistas y racistas que no casan para nada con la obra salvífica divina. Y eso se pone de manfiesto cuando, por unas razones o por otras se “tensan las cuerdas” entre las distintas posiciones nacionalistas, lingüisticas, etc., que hay dentro de nuestra propia nacion.
Y es precisamente, cuando se enconan los espíritus, crecen las hostilidades y se llevan a cabo actos que más que poner de manifiesto que llevamos razón en lo que decimos, expresan que no hemos sido salvados de nuestro etnocentrismo y nacionalismo, y así lo ponemos de manifiesto con declaraciones e incluso con actos que dejan mucho que desear. Esto se podría entender de “los gentiles que no conocen a Dios”, pero no de verdaderos hijos e hijas de Dios que somos llamados a pensar, hablar y actuar conforme a los principios del reino de Dios, no a los de este mundo.
Un comportamiento diferente entre hijos e hijas de Dios, que pondría de manifiesto que realmente la salvación se ha producido en nosotros, sería aquella que, en momentos de gran tensión entre la clase política y social, en las iglesias, los que profesamos la misma fe en Cristo Jesús, deberíamos actuar de pacificadores y extender nuestro reconocimiento, aceptación y amor a los que no piensan como nosotros y estuvieran presentes en nuestras congregaciones. Pero mucho nos tememos que, en este tema que estamos considerando, llegado el caso y en la práctica, la declaración universal del apóstol Pablo no dejan de ser meras “palabras bonitas” sin ninguna eficacia en el corazón de los que creemos haber experimentado la salvación de Dios que es en Cristo Jesús. Entonces, que el Señor nos ayude a entender y practicar lo que en el Evangelio es lo más básico que. al parecer, nos cuesta tanto entender.
(Seguiremos tratando el tema, en una próxima entrega)
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