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El dilema de la salvación personal en culturas colectivas

Visto desde el punto de vista de la cultura de Asia Oriental, la decisión individual de la salvación viola la expectativa cardinal de la piedad filial. Por I'Ching Thomas.

LAUSANA 07 DE ABRIL DE 2022 11:00 h

Una mujer estaba convencida de la verdad del evangelio, pero no quería aceptarlo. El principal obstáculo para que abrazara la fe cristiana era el destino de su difunta madre:



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“Si Jesús es el único camino a la vida eterna en la presencia de Dios, entonces tendré que vivir con la terrible idea de que mi madre, que murió siendo budista, está ahora perdida para siempre y nunca volveré a estar con ella si me hago cristiana. Es una verdad demasiado horrible y dolorosa para que la acepte».



Esta es una historia que suena familiar para muchos asiáticos orientales.



El dilema



Para muchos asiáticos orientales, el terrible destino de los que mueren sin Cristo significa que uno estará eternamente separado de la familia y los antepasados no creyentes si deciden seguir a Jesús.



Si bien esto es cierto para todos nosotros, es especialmente significativo para los asiáticos orientales, porque esta creencia implica que uno debe elegir entre la salvación personal o el deber de amar y respetar a sus padres y antepasados. Muchos han optado por rechazar la oferta de salvación personal a través de Cristo por el bien de sus seres queridos fallecidos, aun cuando pueden estar convencidos de su verdad. Esta razón para rechazar el evangelio puede parecer desconcertante para algunos de nosotros, pero cuando consideramos los valores culturales y religiosos que sustentan esta decisión, comenzamos a apreciar el dilema.



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Cómo entender la devoción filial



En el mundo mayoritario, la vida y la realidad se enfocan de forma colectiva. A menudo, los intereses del individuo están subordinados a los del grupo, y las decisiones se toman en función de lo que es mejor para la comunidad y no para el individuo. Así que una decisión de salvación personal que solo concierne al individuo será percibida no solo como egocéntrica, sino también como contraria a la norma de anteponer el interés de la comunidad al del individuo. Tal decisión se percibe como aún más deshonrosa cuando la comunidad en cuestión es la familia o los padres del individuo.





Visto desde el punto de vista de la cultura de Asia Oriental, esta decisión viola la expectativa cardinal de la piedad filial. Aunque este imperativo moral de respetar y amar a nuestros padres existe en todas las culturas, la devoción filial es excepcionalmente central en las culturas de Asia Oriental. El confucianismo, que ha influido notablemente en las culturas china, japonesa y coreana, enseñaba que la piedad filial es la mayor de las virtudes, y que no cumplirla equivale a repudiar a los padres.



Este deber y lealtad hacia nuestros padres y antepasados es una obligación incondicional que debe cumplirse tanto con los vivos como con los muertos.[1] Para nuestros ancianos fallecidos, se supone que debemos realizar ciertos rituales para asegurar su bienestar en la otra vida. Mientras tanto, nuestro deber para con los padres o ancianos que aún viven sería priorizar sus intereses y deseos sobre los nuestros. Por lo tanto, si los padres se oponen a nuestra conversión, debemos cumplir con sus deseos.[2] Además, debemos esforzarnos siempre por poder amarlos y servirlos. Pero si nos convertimos en cristianos mientras nuestros padres han fallecido sin tener la oportunidad de escuchar el evangelio, implicaría que los hemos abandonado en el infierno. Ahí está el dilema: hacerse cristiano o no ser filial.



Consideraciones teológicas: qué no decir



Muchos de los que desean que más asiáticos orientales se conviertan en seguidores de Jesús anhelan encontrar una manera de resolver este dilema. No existe una manera simple o fácil de abordar este enigma misiológico, pero tal vez deberíamos evitar las siguientes dos afirmaciones.



1. Evitar enfatizar la certeza absoluta de que los que mueren sin prestar atención al evangelio están en el infierno sobre la base de que la Biblia es clara en que el juicio viene después de la muerte (Heb 9:27) y que los que están en Cristo no serán condenados (Ro 8:1-2).



Dios es el único con la prerrogativa de juzgar y que tiene conoce nuestro destino. Sería muy presuntuoso si declaráramos con absoluta autoridad que quienes no han manifestado su creencia en Cristo al morir están eternamente perdidos, porque a menudo no sabemos si una persona ha persistido en el rechazo a Cristo hasta su último aliento.[3] De hecho, la realidad de la muerte inminente a menudo hace que alguien recuerde el evangelio previamente compartido y llegue a un punto de arrepentimiento genuino. Por lo tanto, en muchos casos, solo tenemos un conocimiento probable, pero no absoluto, del destino de los no creyentes fallecidos.



2. Evitar decir que quienes no tuvieron la oportunidad de escuchar el evangelio y/o creer en Jesús en esta vida tendrán una segunda oportunidad después de la muerte. Nada en las Escrituras apoya esta creencia. Por el contrario, historias como la del hombre rico y Lázaro afirman que nadie puede pasar del infierno al cielo después de haber muerto (Lc 16:24-26). Hebreos 9:27 también es claro en que el juicio viene después de la muerte. Además, las Escrituras no dicen nada sobre el juicio final que dependa de algo hecho después de la muerte, sino solo de lo que ha ocurrido en esta vida (Mt 25:31-46, Ro 2:5-10).



La idea de que debe haber una segunda oportunidad para aceptar a Jesús después de la muerte supone que todos tienen derecho a una oportunidad de aceptar a Cristo y que el castigo eterno solo llega a aquellos que conscientemente deciden rechazarlo. Sin embargo, nadie merece la aceptación de Dios, y es solo por la gracia de Dios que se nos ofrece en Cristo. La creencia del castigo eterno es ciertamente difícil de aceptar, pero la Escritura es clara al respecto. Debería ser un impulso para que compartamos urgentemente el evangelio.[4]





Relacionarnos con el contexto



En lugar de mantener cualquiera de estos dos puntos de vista, podemos enfrentar este dilema misiológico aferrándonos firmemente a lo que se nos ha revelado sobre Dios: es un Dios bueno y misericordioso que, por su amor a los pecadores y su deseo de verlos volver a él, sacrificó a su Hijo para que sufriera la pena de nuestros pecados. En su gracia, nos da la libertad y la oportunidad en nuestra vida presente de elegir la vida con él (2P 3:9). Como Dios soberano, es el único que conoce nuestro corazón y el único que tiene la prerrogativa de juzgar quién merece el castigo eterno.



Como lo expresó acertadamente el difunto apologista Norman Geisler: «Porque Dios, en su sabiduría y bondad, no permitiría ir al infierno a nadie que supiera que iría al cielo si le diera más oportunidades».[5] Por lo tanto, podemos estar seguros de que, si nosotros amamos a nuestros padres, Dios los ama aún más. Él, en su omnisciencia, se habría acercado a ellos.



También hay que destacar que la Biblia tiene una postura muy positiva hacia los antepasados: se los recuerda, se los honra y se los respeta. La detallada genealogía de Jesús en el Evangelio de Mateo nos da una idea de que sus antepasados no fueron ignorados. De hecho, las culturas del antiguo Oriente Próximo comparten muchas similitudes con las culturas de Asia Oriental; tener una reverencia adecuada por nuestros padres, ancianos y antepasados es una de ellas. Así que, en vista de esto, no se espera que abandonemos a nuestros mayores una vez que nos convirtamos en seguidores de Jesús. Al contrario, se espera que honremos a Dios honrando a nuestros padres.



Al buscar formas de abordar esta preocupación de nuestros amigos de Asia Oriental, debemos reconocer que no hay dos personas iguales. Debemos contextualizar nuestra presentación del evangelio.[6] La conversión es obra del Espíritu Santo en cooperación con el no creyente. Nuestro llamado es simplemente ser obedientes y fieles al dar testimonio de la buena noticia de Jesús. Cuando mantenemos una conversación interreligiosa, siempre se produce en contextos influidos por la cultura, las creencias religiosas, la historia personal y las asociaciones del pasado, así como las realidades presentes. Por ello, debemos prestar atención a esas cosas y aprender acerca de los obstáculos culturales que se interponen en el camino, para que nuestros amigos puedan abrazar la fe cristiana como propia. Luego debemos tratar de articular el evangelio en términos que sean pertinentes y significativos para ellos existencialmente.



Cuando presentamos la verdad del evangelio a personas de otra cultura, estamos afirmando esencialmente que no todo lo que han creído y conocido sobre la vida y la realidad es cierto. Les estamos ofreciendo la vida en Cristo, pero esto implica que deben abandonar algunos de sus valores y creencias para ajustarse a esta nueva verdad presentada. Se trata de una decisión importante y compleja, que no solo tiene que ver con su destino final, sino que tendrá un gran impacto en su identidad social y cultural y en toda su vida, incluso mucho después de que digan la oración del pecador.



 



I'Ching Thomas es codirectora regional de Lausana para el sudeste asiático. Ha sido consultora de comunicación y misionera en Oriente Medio con Operación Movilización (OM).



Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.



 



 



Notas




[1] I’Ching Thomas, Jesus: The Path to Human Flourishing (Singapore: Graceworks, 2018), 51. 



[2] Daniel J. McCoy, ed., The Popular Handbook of World Religions (Eugene, OR: Harvest House, 2021), 50. 



[3] Wayne Grudem, Systematic Theology (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2000), 815. 



[4] Grudem, Systematic Theology, 822-823. 



[5] Norman L. Geisler, Baker Encyclopedia of Christian Apologetics (Grand Rapids, MI: Baker, 1999), 313. 



[6] Nota del editor: Ver el artículo de D.J. Oden “Claves para la plantación contextualizada de iglesias en Tailandia” en el número de noviembre 2020 del Análisis Mundial de Lausana. 



 

 


1
COMENTARIOS

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Galo
10/04/2022
23:01 h
1
 
Es similar a lo que pasa con algunas culturas amerindias, que ven todo desde un punto más comunitario que individual, donde además existe una fusión indisoluble con la naturaleza. Pero ojo que hoy el cristianismo ha sacado a la luz los puntos no muy agradables de la religiosidad oriental, y muchos asiáticos se han dado cuenta de ello
 



 
 
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