Como una ola del mar

Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.    (Santiago 1:6)

[ads_google]div-gpt-ad-1623832500134-0[/ads_google]

¡Me has respondido Señor! Constantemente me sorprendes. 

Has obrado poderosamente en mí volviendo a operar el milagro que tanto aguardaba.

No debí dudar; siempre has respondido, a tu forma, a tu modo. 

Sé que llevas el control, que todo cuanto haces o eludes es producto de tu santa voluntad, y aún sabiéndolo, he permanecido inquieta, exaltada, esperando en una sala desesperada. No es la manera correcta de aguardar, lo sé, y lo siento. He pensado que lo hacía acertadamente mas mis pasos eran torpes, inhábiles.

[ads_google]div-gpt-ad-1623832402041-0[/ads_google]

Pedías que fuera hacia ti con pies firmes pero al andar por las aguas me hundía. La fe se escondió, un giro repentino hizo que mis pasos se tornaran párvulos ante la superficie inestable del agua.

Este trato de favor para conmigo me vuelve a posicionar en ese estado de gratitud en la que mi alma se siente tremendamente pequeña, abrumada  ante tanta generosidad y misericordia. Una caricia paternal que me lleva a mirar hacia donde estás y atisbar tus ojos posados en mí, una mirada de compasión hacia este ser por ti creado.  

Al exponer mi vida ante la luz de tu palabra encuentro los surcos del arado, los terruños rotos, la semilla que cae y se atrinchera en la tierra removida por la labranza. Y allí estoy yo, esperando la lluvia, sedienta de agua, deseando que la semilla explote y germine dando fruto, mucho fruto.

Tú, hacedor de proezas vuelves a mirarme con ojos de amor y yo, me deleito ante ti, forjando con las olas del mar de mis dudas una promesa que cumplir, un pacto entre mujer y Dios.