Alzamos nuestras voces al unísono para interceder por quienes sufren. Pedimos al Padre que doblegue los corazones duros y los vuelva sensibles.
Pues no, en la guerra no hay musiquitas. La guerra es el chillido de las sirenas, el estruendo de las bombas y luego el silencio.
Emilio Calatayud
El silencio que deja la guerra. Ese ensordecedor sonido inexistente, mudo. El acorde de lo que no se oye pero que tanto pavor desprende.
El estruendo de la guerra, ese horror llevado a su máxima potencia hace que todo lo que rodea al fragor resulte malvado, despiadado, vil.
Mi ingenuidad me impedía presagiar esto que está ocurriendo; quizá abrigo con demasiada frecuencia un deseo pueril de creer en una bondad que en algunos no existe. Pensé que ese hombre narcisista, henchido de poder, consultaría con la almohada y daría un paso atrás reconociendo la necedad de sus alusiones y amenazas. Pero estaba muy, pero que muy equivocada. Compruebo como después de tantos años, de tantos avances, el ser humano vuelve a repetir los mismos errores, actos despiadados y desprovistos de cordura en los que muestra, una y otra vez, que no hemos avanzado, que seguimos anclados en procedimientos de épocas pretéritas.
Hoy la comunidad cristiana se alza en un unánime clamor. Alzamos nuestras voces al unísono para interceder por quienes sufren. Pedimos al Padre que doblegue los corazones duros y los vuelva sensibles, empáticos. Solo Él puede hacerlo.
Nos unimos para alzar oraciones desde diferentes ubicaciones pero dirigidas a un mismo Dios, el único y verdadero.
Queremos que cesen las bombas, la locura. Deseamos que pronto acabe esta oleada de sinrazón y pasemos este capítulo de la historia que no debería haber empezado a escribirse.
Hoy oramos por Ucrania, lo hacemos porque es nuestro deber, pero sin dejar de reconocer las otras muchas maldades de las que no tenemos noticias y que cada día arrebatan las vidas de muchas personas, seres invisibles.
Lo que vemos es la punta del iceberg, desgraciadamente existe mucho más bajo las gélidas aguas.
Demasiada maldad, sinrazón, ceguera. Demasiada hipocresía revestida de patriotismo.
Hagamos como cristianos aquello que se nos demanda: llorar con el que llora, extender las manos y prestar apoyo. Hoy son ellos los que precisan nuestro favor, mañana puede que seamos nosotros. Da igual quién vierta las lágrimas, nuestro deber es enjugarlas con el amor que Él nos da y que, como hijos suyos e imitadores de Cristo debemos otorgar.
¡Alza la voz por aquellos que no pueden alzarla por sí mismos, defiende a los indefensos! ¡Alza la voz por los pobres y necesitados y procura que se les haga justicia!
Proverbios 31:8-9
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