Las líneas de pensamiento honesto y respetuoso que no atacan a los fundamentos de la fe y del cristianismo, son una bendición o, en su caso, pueden ser una bendición para todos.
En muchas ocasiones, sea en iglesias, reuniones o grupos, ocurren situaciones en las que algunos creyentes tienen miedo de discrepar de aquello que opina el pastor que, realmente y en muchos casos, pasa a ser lo que acaba opinando la mayoría de los fieles. El discrepante no cae bien, el que hace preguntas que puedan ser molestas, se le señala y discrimina, al que muestra otras opiniones se le calla.
A veces, da la impresión que se desea que toda la congregación piense igual, que nadie discrepe ni muestre opiniones diferentes. Es como si eso pudiera romper la unidad del grupo, como si la diferencia pudiera poner en tela de juicio el amor que se debe dar entre los hermanos, la armonía, la paz. Caemos así en una situación en la que parece que pensar es malo. Nos inquieta. Mejor dejarse llevar. Es más cómodo.
Sin embargo, pudiera ser que cortar las líneas de opinión diferentes, acallar las posibles discrepancias y exigir fidelidad al pensamiento común, puede que no sea lo mejor. Puede ser interesante la iglesia en donde se puede preguntar, exponer opiniones y, si llega el caso, hacer preguntas que pueden ser molestas para los más “puros”. Se dice muchas veces que nadie tiene la verdad absoluta, y es cierto, pero hay casos en los que parece que caemos en manos del convencimiento de tener la verdad plena de la que nadie puede opinar ni discrepar.
Yo creo que las discrepancias con respeto, las preguntas que mueven el cerebro de otros, las opiniones que buscan profundizar y no adaptarse solamente a lo predicado y aceptado por todos, pueden enriquecer al grupo. Puede ser no solo enriquecedor, sino normal, bueno y un reto a la comodidad de la fe sin ningún tipo de interrogante. El que haya una iglesia que admite cierta réplica y diferentes aportaciones que salgan de la línea de opinión “oficial”, puede ser positivo. Las líneas de pensamiento honesto y respetuoso que no atacan a los fundamentos de la fe y del cristianismo, como sucede en la mayoría de los casos, son una bendición o, en su caso, pueden ser una bendición para todos.
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En ocasiones pensamos que la unidad de los creyentes no se puede dar en el respeto a la pluralidad de aportaciones, de preguntas o respuestas que parecen discrepar o que abiertamente discrepan. Sin embargo, puede ser peor posicionarse en líneas dogmáticas que impiden desarrollar el pensamiento crítico y que se posicionan en silenciar o excluir al que es de una diferente opinión, negándole tajantemente cualquier viso de autenticidad, pero no siempre el que pregunta y abre su corazón a exponer una opinión, queriendo romper incomprensiones y rigideces, es enemigo de la causa evangélica como a veces creen aquellos que se sienten cómodos por creer que están instalados en la verdad absoluta.
Y es que hay creyentes honestos y con capacidad crítica que, ante afirmaciones, datos, situaciones e incomprensiones, buscan las causas o las razones de por qué esto es así. Su mente y su corazón les piden hacer análisis y consideraciones en busca de claves que necesitan.
Éstos, curiosamente, podrían ser los lanceros que abren camino rompiendo fanatismos, creencias y afirmaciones que ya se dan por sentadas sin ningún tipo de análisis críticos. A veces el silenciarlos priva a la iglesia de incentivos para no quedarse encallada en los diferentes momentos históricos que, quizás, nos están demandando nuevas reflexiones y actuaciones. Pueden ser también las demandas de una fe actuante para entender las claves y sensibilidades del momento en nuestro aquí y nuestro ahora.
Una clave para no colapsar la iglesia en un pensamiento único puede ser la humildad, el reconocer que todos podemos equivocarnos, que la verdad absoluta quizás es demasiado para ser alcanzada por nuestras mentes.
Frente a esto, pueden estar los que tangan el sentimiento o falso convencimiento de tener siempre la razón, de estar siempre en lo cierto, de no equivocarse y de ser como los representantes de la sabiduría absoluta de Dios en el mundo. Se debe tener cierto cuidado con ellos, no sea que hayan caído en el dogmatismo y en la falsa confianza en ellos mismos.
Por eso debemos estar alerta y abiertos también a la escucha del otro, del hermano, del que piensa o es diferente. Tenemos que eliminar el miedo a la diferencia de opinión. Cuando tenemos miedo es que no nos sentimos seguros a pesar de nuestras falsas seguridades que, muchas veces, emanan de la inseguridad misma. Abiertos al otro en respeto mutuo. No nos instalemos nunca ante la comodidad de una uniformidad paralizante.
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