Sin entrar mucho en profundidad en el asunto, no hay que ser muy entendido para darse cuenta de que vivimos en un tiempo en el cual hay bastante confusión respecto de la posición política que tendríamos que adoptar los cristianos evangélicos a la hora de votar y/o apoyar a cualquier partido político. De tal manera es así que la misma polémica y hasta confrontación que existe en la sociedad, también existe en la esfera religiosa/evangélica; y los mismos calificativos que se usan en un campo también se usan en el otro. Todo de forma más “discreta” y disimulada, salvo en algún que otro caso al que no le importa dar a conocer su postura y… ¡De qué manera! De parte de los creyentes afines a la izquierda, se extrañan de que evangélicos por aquí y por allá voten a algún partido de derechas, dado que en nuestra historia pasada “las derechas” siempre se opusieron a todo lo “protestante” y “evangélico” (¡y a veces, con persecución incluida!);  mientras que los creyentes afines a los partidos de derechas se extrañan de que aquellos puedan votar partidos de izquierdas por algunos de los postulados que sustentan y que no parecieran estar muy en consonancia con las enseñanzas de las Escrituras. Eso sí, cada uno tiene sus razones para sustentar su posición.

El factor político y social

Una de las diferencias que marcan casi todas las demás y que se vienen dando en relación con lo político, tienen que ver con que la mayoría del pueblo evangélico español se compone por personas de 60 años para abajo; y de ellos la mayoría son personas de 40 años; y  posiblemente, otro gran porcentaje no tenga más de 15/30 años de fe evangélica. ¿Qué quiere decir esto?. Esto quiere decir que, desde el punto de vista social y político la gran mayoría se han criado en un régimen de libertad y democracia (Igual que la mayoría de nuestros amigos católicos y no católicos). Régimen democrático con sus defectos y virtudes, como cualquier régimen democrático de nuestro entorno occidental.

Esto quiere decir también que la gran mayoría no sabe nada o casi nada (salvo aquellos que haya leído la historia de la Iglesia evangélica de nuestra España) de la dictadura franquista y la oposición a todo lo que no fuera católico apostólico romano, y lo que pasaron los protestantes durante la posguerra, por lo menos hasta avanzada la década de los años 60. Tampoco saben mucho de aquella España “en blanco y negro” y de la falta de libertad política y religiosa; no saben nada del “Caudillo” entrando en las catedrales bajo palio que con tanta celebración y mimo era recibido por la clase religiosa católica (a Franco le debían el no haber sido aniquilados en su mayoría, en la pasada contienda civil por “los comunistas”). Por tanto la mayoría de los evangélicos no solo no conocen la historia de referencia, sino que en términos generales, no les interesa a efectos de vivir la vida cristiana tal y cómo ellos la entienden a la luz de las enseñanzas de la Biblia, que han recibido en sus respectivas iglesias. Iglesias, cuyos dirigentes hacen bien en no decirles a los creyentes lo que tiene o no tienen que votar. Ellos han vivido, estudiado, trabajado y se han desempeñado, libremente, en democracia y en libertad, sin sufrir ningún tipo de oposición ni persecución cuando tomaron la decisión de seguir a Cristo en sus propios contextos sociales y eclesiales.

El factor cultural

Luego está el factor cultural. Cuando uno nace no nace en un vacío cultural. Nace dentro de un marco cultural que, no nos engañemos, “pesa” aún en aquel que se confiesa un seguidor de Cristo. No es lo mismo un creyente criado en Cataluña o en el país vasco, en un ambiente nacionalista-independentista, que uno nacido en Extremadura, Murcia o Andalucía. Con el tiempo unos y otros podrán, más o menos, “despojarse” de todo aquello que no es necesario tenerlo como “compañero” de viaje en el caminar cristiano. Pero mucho nos tememos que eso es harto delicado y que no sucederá con la “pureza” (¿quién establece lo del grado de “pureza”?) que debiera; y eso por distintas razones que ahora no vienen al caso. Pero en algunos casos, muchos pensarán que no tienen por qué “despojarse” de nada de lo que otros creen que sí debieran despojarse. Así son las cosas. Esa es la realidad que muchos no parecen querer entender y mucho menos aceptar.

Dicho todo lo cual convendría que unos y otros nos hiciéramos algunas preguntas y tratar de contestarlas a la luz, no de nuestras ideas personales y particulares, sino de las enseñanzas de Cristo. De esa manera quizás nos ahorremos hacer determinados juicios condenatorios (a veces bastantes fuertes) de nuestros hermanos que, sin haber tenido la misma experiencia de vida familiar, cultural, social y política que nosotros, se decidan por opciones que nosotros no compartimos, pero que, en todo caso son tan legítimas como “las otras” y que, deberíamos respetar.

En estos momentos me vienen a la mente aquellas palabras del apóstol de los gentiles, Pablo, quien escribiendo a los Gálatas, hizo aquella declaración que deberíamos tener en cuenta a efectos, no solamente de no mantener ni levantar muros entre nosotros, sino de velar por la unidad, en tanto fue el mismo Jesús el que, con su muerte en la cruz del Calvario derribó toda pared de separación. (Ef.2.14-16). De todos es conocida la declaración universal a que me refería antes:

“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (…) Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3.26-28)

El apóstol Pablo recogió aquellos colectivos entre los cuales se habían levantado muros de separación con las consecuentes enemistades, conflictos y guerras. Pero, en y por Cristo Jesús, todo eso había desaparecido y todo aquel que aceptaba al Señor Jesús debía tenerlo en cuenta en sus relaciones personales. La pregunta sería: ¿Cómo nos afecta a nosotros, aquí y ahora en nuestras relaciones mutuas y en relación con todo aquello que a diario se enarbola como una especie de bandera de la división? Es para reflexionar sobre todo ello.