¿No somos todos un poco como Felipe y Andrés, según se nos presentan las circunstancias? Vemos la realidad que nos nubla, no el prodigio que puede suceder.
Después de esto, Jesús se fue a la otra orilla del lago de Galilea (también llamado de Tiberias). Mucha gente le seguía porque habían visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a un monte y se sentó con sus discípulos. Ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar la vista y ver la mucha gente que le seguía, Jesús dijo a Felipe:
–¿Dónde vamos a comprar comida para toda esta gente?
Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer. Felipe le respondió:
–Ni siquiera doscientos denarios de pan bastarían para que cada uno recibiese un poco.
Entonces otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
–Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebadad y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?
Jesús respondió:
–Haced que todos se sienten.
Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó en sus manos los panes, y después de dar gracias a Dios los repartió entre los que estaban sentados. Hizo lo mismo con los peces, dándoles todo lo que querían. Cuando estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
–Recoged los trozos sobrantes, para que no se desperdicie nada.
Ellos los recogieron, y llenaron doce canastas con los trozos que habían sobrado de los cinco panes de cebada. La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía:
–Verdaderamente este es el profeta que había de venir al mundo.
Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez a lo alto del monte, para estar solo.
Juan 6:1-15
La escena se sitúa en un monte cerca de la orilla del lago de Galilea. Un texto similar aparece en Mt 14:13-24, justo después de enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, y menciona que Jesús hizo curaciones a los que estaban enfermos. Se dice que eran unos cinco mil hombres sin contar mujeres y niños. En el capítulo siguiente, 15:32-39, hay otro milagro muy parecido que se ubica después de el de la hija de la mujer extranjera. Se nombran siete panes y unos pocos peces, sobraron siete canastas y comieron cuatro mil hombres sin contar mujeres y niños. En Mc 6:32-44 también aparece después de la muerte de Juan el Bautista, vio Jesús que estaban como ovejas sin pastor, hicieron grupos de cien y de cincuenta y, después de dar gracias, los discípulos repartieron los cinco panes y los dos peces entre cinco mil hombres. En Mc 8:1-10 vemos de nuevo algo similar, dice que Jesús, al ver tanta gente, tuvo compasión y repartió siete panes y unos cuantos peces entre cuatro mil hombres. En Lc 9:10-17, cinco panes y dos peces entre cinco mil hombres, hacen grupos de cincuenta y sobraron doce canastas.
Juan trata el texto con una visión propia que se concentra en la persona de Jesús como fuente de vida. No dice que Jesús sanara ese día a los enfermos como aparece en Mateo, sino que el prodigio se centra en dar de comer a quienes le siguen por las señales que hace, más que por fe, por hechos visibles. Y no hay discurso, no se describe, pero sí hubo milagro y la enseñanza que se deriva de él.
Jesús y sus discípulos suben al monte. Se sientan a descansar. Quieren estar solos, pero no lo consiguen. Conforme pasa el tiempo, llega cada vez más gente que se concentra en el lugar. Algunos están allí por lo que han visto u oído sobre la curación de los enfermos. Otros por curiosidad sin tener ningún propósito, y otros porque buscan verle y llenarse con sus enseñanzas. Le siguen a la expectativa de lo que pueda ocurrir, los milagros que puedan contemplar.
Mientras que en Mateo, Marcos y Lucas, son los discípulos quienes le proponen socorrer de alguna forma o despedir a los congregados por encontrarse en zona despoblada, en este de Juan es Jesús quien toma la iniciativa de darles de comer. Y así, como a quien le da un pronto, a modo de provocación y conociendo la respuesta de antemano, pregunta a Felipe: ¿Dónde vamos a comprar panes para tanta gente? No es posible que exista un lugar con tantos panes preparados ni llevan dinero suficiente. Felipe no sabe, es realista y responde: ni siquiera 200 denarios bastarían para que cada uno recibiese un poco.
Jesús piensa en lo que va a realizar, pero quiere hacer reflexionar al discípulo para que confíe en él, ya que no hay solución humana posible. Necesitan el milagro.
Andrés, no sabemos si es porque se da cuenta de que por allí cerca hay un niño con provisiones, o que el niño también ha oído la pregunta y se acerca con lo poco que lleva, tiene una respuesta a todas luces insuficientes: ¿Qué es esto para tanta gente?
¿No somos todos un poco como Felipe y Andrés, según se nos presentan las circunstancias? Vemos la realidad que nos nubla, no el prodigio que puede suceder.
El Señor hace de anfitrión. Toma su determinación e invita a todos a sentarse en aquella mesa improvisada con hierba del campo. Comienza a bendecir los panes y da gracias antes de repartirlos.
En otros textos son los discípulos los que reparten, pero aquí es él el que obsequia la parte de ese milagro que se produce conforme la marcha y da a cada uno lo que necesita. Todos comen y se sacian.
Ni Jesús ni los suyos pudieron impedir la llegada de más gente. La contentura les lleva a lo sublime, hacer a Jesús rey. Es un entusiasmo interesado por lo fácil, el deseo de una vida en la que recibirán todo lo que necesitan sin mover sus posaderas del frescor de la hierba. Es la alegría de que las cosas van bien cuando el alimento no falta y el asegurarse de que quien nos la proporciona no desaparezca, sino que se quede dispuesto servirnos.
Por lo que a mí respecta, no puedo evitar verme haciendo lo mismo, exaltando a Dios y proclamándolo rey de mi vida cuando estoy alegre, cuando lleno mi despensa, cuando abro mi armario y veo que está lleno, cuando cobro la nómina sin problema. No quiero que eso cambie. Pero lo cierto es que, después de ese encuentro, cada uno ha de volver a su rutina. Es necesario continuar la vida tras haber experimentado el milagro y lo que hemos aprendido de él. En este caso se trata de compartir entre todos lo que cada uno lleva en el camino de la vida.
Sobran doce canastas cuando Jesús ordena que recojan para que nada se pierda. Las canastas o cestos, son algo común que muchos llevaban para sus tareas y sirven para la recogida. No dice el texto qué hacen con lo que sobró. Seguramente cada uno se llevó algún trozo para la vuelta a casa. Si nos fijamos bien vemos que de un milagro se aprovecha todo.
Como decía antes, aquella gente, como yo misma, quizá como tú, cuando las cosas van bien después de recibir nuestro particular milagro, proclama que ese es el verdadero profeta que espera el mundo, el que suplirá cualquier enfermedad, hambre, o padecimiento. Porque allí, con el reposo y la comida gratis, se está bien. Realmente no miran, miramos, lo divino que se halla presente en el milagro sino lo material que se recibe, lo que se puede ver y palpar.
Hasta tal punto aprecian a Jesús en ese momento, que tiene que salir huyendo para que no le hagan rey por la fuerza. No es eso lo que busca. Prefiere irse solo, a saber si porque los propios discípulos también se contagiaron de la euforia y quisieron formar parte de aquel plan. No sabemos.
Jesús no es rey terrenal, sino el rey de la Verdad. Para esto nació y para esto vino al mundo.
Los discípulos cogen la barca para cruzar al otro lado, pero sin Jesús, que se había quitado de la vista de todos.
Vemos que en este evangelio encontramos la figura de un niño que no aparece en los otros. Hay que prestarle atención. Un zagalillo ofrece lo poco que tiene. Esta es una enseñanza que invita a los adultos a hacer lo mismo. Entre tanta gente, cinco mil hombres sin contar a las mujeres y sus hijos, podemos preguntarnos si es que nadie más llevaba algo de comer. ¿Todos se alejan de sus casas sin provisión para ver a Jesús? Algunos más llevarían, pero lo guardaban para sí. Por eso es necesario que este niño salga a escena, para que aprendamos a dar de lo que tenemos con la misma sencillez que él.
Es un niño el que, desde su inocencia, nos provoca. Ejemplo que podemos trasladar, además de lo material, al conocimiento espiritual, a la compasión, la empatía, el amor que cada uno pueda repartir. Precisamente los niños son nada en ese tiempo. Ahora, en el nuestro, de igual modo son los que menos tienen, los menos provisores, los que dependen de la ayuda de los demás. Éste del que habla el texto se hace proveedor del sustento que acompaña el milagro del que todos van a disfrutar. Y son los adultos los que van a alimentarse de lo poco que un niño les entrega. Así de loco es el Reino de los cielos que da esta lección a los mayores. Y aunque no sólo de pan vive el ser humano, necesita comer y Jesús está en todo.
También Dios se hizo un niño indefenso que nos regaló lo más grande, la salvación. Y nos la dio a todos porque con nuestras propias provisiones, sin su ayuda, no podíamos conseguirla.
El niño nos enseña a compartir generosamente con inocencia, sin esperar recibir nada a cambio, sin preguntarse qué pueden aportar los demás y si lo harán. Lo más seguro es que todos aquellos que llevaban comida para sí, al ver aquel sencillo ejemplo, la sacaron y la distribuyeron entre aquellos desconocidos que se sentaban cerca.
Son varias las enseñanzas que saltan a la vista:
-Jesús se hace cercano, actúa de prójimo con sus prójimos, da más de lo que recibe.
-Empatiza con los demás, con sus enfermedades, sus necesidades, en este caso con el hambre.
-Predica con el ejemplo.
-Enseña a que actuemos así unos con otros.
-Nos reta a ser como niños.
-Nos llama a valorar a los débiles e insignificantes, porque pueden ser la clave que nos conduzca a la fe.
-Nos muestra que, aunque no tengamos nada, él hace lo pequeño, grande. Con lo pequeño puede llenar nuestro vacío.
-El Señor acondiciona el escenario de nuestra necesidad, nos hace un alto en el camino y nos regala su llenura.
-Todos formamos parte del Reino, unos compartiendo lo que tienen para que otros disfruten al mismo tiempo que ellos. Otros actuando con justicia. Otros alimentándose todo lo que quieran del milagro, porque de cualquier milagro siempre sobra.
-Jesús al hablar obra con poder.
Plutarco Bonilla, en su libro Los milagros también son parábolas, de Editorial Caribe, escribe: …“Jesús anduvo por el mundo haciendo bien a sus semejantes (Hechos 20:38) en virtud del amor que por ellos sentía. Y les tenía compasión por el simple hecho de que eran hombres. Y eran hombres porque eran imagen y semejanza de Dios. Ese es el significado primero y primario de los milagros. Manifestación del amor que busca el bien del ser amado”.
Notas
Reflexión escrita con la ayuda del Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino. Comentario del Nuevo Testamento, Juan y Hechos, tomo 2. L. Bonnet y A. Schroeder. Casa Bautista de publicaciones. Comentario Bíblico Latinoamericano Nuevo Testamento, Grupo Editorial Verbo Divino. Los milagros también son parábolas. Plutarco Bonilla. Editorial Caribe.
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