Rompetechos

Una multitud se agolpa a la puerta, dentro de la casa no cabe ni un alfiler. 

Jesús ha llegado a Capernaum y muchos desean verlo, escucharlo, ser sanados, liberados por él. 

Su fama se va extendiendo y no deja impasible a los maestros de la ley que también se encuentran allí para contemplar, con ojos prestos a la crítica, el espectáculo.

Cuatro hombres; verdaderos amigos, tienen a bien ayudar al compañero necesitado. Un hombre paralítico, impedido para realizar funciones sencillas, un ser esclavizado dentro de un cuerpo inactivo. 

Cuatro hombres acicalados de gallardía y fe se saltan los protocolos procediendo a actuar de forma arriesgada y un tanto absurda. Destrozan el techo de la casa y por ese hueco esperanzador proceden a descender al amigo. 

El resto de la historia ya lo conocemos. Sanidad y alegría vs acusaciones. Fe y valentía vs descontento por el destrozo. 

¿Cuánto necesitamos romper techos que nos impiden llegar a Dios? 

Esas viejas techumbres a las que tenemos respeto y permanecen inviolables por te​mor al qué dirán. 

Me propongo con profundo deseo ser una mujer de acción, una rompedora de techos. Propiciar con mi oración ferviente, con mi actuación ante un conflicto, con mis manos extendidas, que otros puedan llegar a Jesús. 

Dejar a un lado el protocolo establecido; no por Dios sino por mis propios prejuicios, y así poder avanzar en la extensión de su Reino. 

Los pasos pequeños son los que nos impulsan a hacer grandes cambios.  

Actos de valentía que nos inducen a dejar el camino trazado, supeditado a cánones humanos y hacer cosas aparentemente absurdas que nos asemejan al Maestro.